Socorro Ariza (*)
Él era rata y ella era tigre. Experto en hacer calculaciones llegó en milesímas de segundo a dicha conclusión, al ver el impresionante curriculum internacional de ella, y calcular las fechas. No había duda, ella era todo un reto: las mujeres tigre son huesos duros de roer, pues aparte de inteligentes y hermosas – y esta lo era- son aventureras y poco dadas a las ataduras; con el agravante de que ésta, además de tigre, le salió sagitario, lo cual quería decir que nadie podría agarrarla así como así. ¡Insólito!, se dijo para sus adentros, pues era obvio que Rafaela se había sabido mantener soltera. Acto seguido, con una sonrisa que resaltaba su sex-appel, la miró fijamente a los ojos y pensó, Te tengo, el calendario será mi mejor aliado, tarde o temprano lograré darte alcance, y, convencido, continuó con el slogan favorito de todos los globalizados líderes y top managers del planeta… el poder es una fuerza de atracción más fuerte que la gravedad.
Mientras él hacía sus calculaciones, ella lo miró de arriba abajo y dedujo que acababa de bajarse del avión y no había tenido tiempo de pasarse por su habitación en el apartahotel donde se alojaban los altos ejecutivos de la empresa: su camisa estaba algo trasnochada; también le pareció obvio el coge-coge que debió sostener con alguna dama en el avión: todavía olía a perfume fino de mujer. Tampoco cabía duda de que el chino era elegante y que aunque había nacido en Wuhan, se había educado en Hong Kong y Londres: todo el atuendo, ajado o no con el viaje, era de diseño súper exclusivo. Lo cual, traducido, quería decir que le gustaba la buena vida y los placeres que ella tenía para ofrecerle. Sí, sería muy interesante trabajar para un chino como éste, pensó ella, pero tendría que estar alerta, Los gocetas son muy astutos y capaces hasta de arrodillarse para conseguir lo que quieren. De hecho, gracias a las experiencias acumuladas durante toda su brillante carrera, podía decir sin temor a equivocarse que había tenido que lidiar al zoológico completo: perros, cerdos, gallinazos, micos, cabras, culebras y, por supuesto, ratas. ¡Interesante!, era lo que la noche anterior le había dicho en voz alta a su acompañante nocturno: el saxófono de Jan Garbarek, mientras buscaba información sobre Robert Hu Liu en Google. Ahora lo recordaba y segura de sí misma pensó en su agenda: esta sería su mejor arma a la hora de acometer la dura tarea que sería manejarle la vida profesional a esta sensual ratica. Total, como buena experta en sinología y fauna masculina sabía muy bien que si el mundo entero estaba asustado con China, los chinos estaban más asustados todavía con todo el jaleo que estaban armando.
La entrevista entonces se dio entre las calculaciones de él y las deducciones de ella. Él, luego de las preguntas de rigor, más algunas un tanto impertinentes, embobado como estaba con la belleza singular de ella, respondió a las que ella amablemente fue deslizando dentro de la conversación y anotando en su propia agenda. Así, dejando de lado los protocolos que le correspondían, ella pasó el primer examen. Una vez la ridícula visita domiciliaria, ya establecida como algo casi normal en Macaranga, se llevó a cabo, ella fue enganchada como asesora comercial y asistente personal del jefe del departamento de negocios. Esto quedaba traducido a que ella sería el puente entre Robert y el mundo exterior a la empresa: burocracia, comercio, mercados, clientes, etcetera; y un filtro entre Robert y el mundo interior de la misma: directores, jefes, personal y demás. También implicaba que además de encargarse de las relaciones públicas debería organizarle y llevarle a él su agenda, puesto que dicha información era considerada altamente confidencial y las secretarias no tenían acceso a ella. Así, entre el calculado calendario del chino y la bien programada agenda de ella, la batalla comenzó su curso… Algo con lo que no contó el chino en sus calculaciones fue con eso, precisamente: aunque antes de engacharla solo les había faltado investigar si ella en vez de ovarios tenía pelotas, todo lo que él sabía de ella lo había extraido de su propio calendario y, a sabiendas, no había logrado nada de nada; en cambio, ella, haciendo deducciones y llevándole la agenda; estaba tan bien enterada que sabía todo lo que debía para mantenerlo afuera de la suya propia… Saber es poder, había sido su oración desde que tuvo uso de razón.
Así se les pasaron más de tres atareados años, durante los cuales ella aparte de realizar su trabajo a la perfección, le fue contabilizando amantes, metidas de pata, mañas, virtudes, conocimientos, destrezas, fallas, éxitos… y hasta tuvo que convertirse en la celestina que le mantenía las amantes contentas, o se las quitaba discretamente de encima cada vez que él venía a esconderse como una ratica asustada bajo sus enaguas. También era ella quien tenía a su cargo organizarle las cenas, los viajes y las inevitables y ya tradiconales fiestas para celebrar la llegada de un nuevo año en el calendario del chino. Le había tocado entonces compartir junto a Robert el año del búfalo, el del tigre y el de la liebre, sin que el chino hubiese podido darle alcance de ninguna manera.
Robert Hu Liu, desesperado, se mordía la cola mientras ligaba más y más amigas amantes, pero ella como si nada. No obstante, era claro, que entre más tiempo pasaba el chino más loquito por ella estaba. En realidad, estaba tan enamorado que ya ni calculaba; había perdido la fe en su propio poder y empezó a hacer todo lo que sus amigos de juerga le decían que hiciera: hasta el ridículo. Por ejemplo la noche aquella en que mal aconsejado por un tex-mex, dueño de una compañía exportadora de cítricos, borracho como una cuba, le puso serenata con mariachi bajo la ventana, y se arrodilló ante ella jurando que si no lo aceptaba se haría el harakiri frente a ella. Y es que el chino sabía tan poco de ella que nunca se le ocurrió pensar que una belleza tan singular, así como no se vestía a lo Dolce&Gabanna ni en mil años podría hacer juego con un corrido mexicano… Si en los negocios sus calculaciones y sangre fría se habían convertido en sus mejores aliados, con ella le falló todo: hasta sus fuerzas empezaban a apagarse. Si al menos esa noche se hubiese tomado el trabajo de contratar a un saxofonista que le tocara algo a lo Stan Getz… quizás hasta lo hubiese dejado dormir en el sofá en vez de enviarlo en un taxi por donde mismo vino, pero un mariachi, pensaba ella cada vez que aparecían los jodidos mariachis a ponerle serenata… pues el espectáculo se repitió unas cuantas veces.
Y en esas se les pasaron los años del búfalo, el tigre y la liebre. El chino no acertaba ni una… Y era que ella con su inteligencia, eficiencia y su belleza singular lo tenía tan enceguecido que el chino luego de la entrevista inicial dejó de verla; ciego de amor no lograba darse cuenta de que ella nunca se pondría unas gafas de sol con una marca dorada más grande que sus bellas orejas, así la marca fuera de puro oro; no obstante, cada vez que regresaba de Hong Kong, llegaba con un regalo más estrambótico: relojes suizos rodeados de brillantes, perfumes franceses extremadamente dulces, brillantes gafas de sol italianas, gigantescos aretes con incrustaciones de piedras preciosas brasileras. Rafaela, un tanto sorprendida al recibir los regalos, se preguntaba traviesa qué hacer, pues era claro que a pesar de todas su calculaciones y poder, al chino le fallaba algo; mientras que a ella, que lo único que había puesto en práctica era la filosofía hindú, en la que una ratica es la encargada de transportarnos al sitio a donde queremos llegar, la agenda del chino se convirtió en su mejor arma…
…Y fue por fin cuando la víspera del año nuevo, al verla organizando los detalles de último momento para celebrar la fiesta de fin de año, mientras escuchaba feliz a McLaughlin interpretando “Qué alegría” junto a Trilok Gurtu y Dominique Di Piazza, el chino volvió a mirarla y, en una infinitesimal fracción de segundo, iluminado por su sencillez llevada al límite de lo sublime y su belleza mesurada, comprendió que ella no era una presa de caza ni una hembra cualquiera, sino una mujer sencillamente extraordinaria. Entonces, arrobado con aquella revelación, sintió por primera vez en toda su vida vergüenza de su propia arrogancia de macho. Ella, que lo conocía hasta el fondo, al verlo acercarse con aquel rostro de impotencia, supo que algo había cambiado en él y vino a sus encuentro…y… por primera vez en toda su historia juntos, le dio la bienvenida con beso que le fundió de una la calculadora al chino. Ya, sin armas y sin defensas, Robert le pidió permitirle por favor celebrar junto a ella la llegada del nuevo año…
Al amanecer del siguiente día, viéndolo hacer arremuecos de niño feliz metido entre sus sabanas, Rafaela se preguntó satisfecha por el descenlace… ¿Qué pasaría ahora que su predictor le decía que este iba a ser el año en que se pondría gordita? ¿La seguiría queriendo lo mismo el chino? Al fin él era rata y ella era tigre… Mas era un dragón el que, una mujer siempre sabe estas cosas, se les había colado aquella misma noche … tacatacatá….tacatacatá…tacatacacá… ¡Qué alegría! Los dragones siempre traen buena suerte, y el año 2012, de acuerdo al calendario maya, marcaba el fin de una era y el comienzo de una nueva: la era del dragón… Total, ya no importaba que ella fuera sagitario.
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(*) Colaboradora.