Por: Mauricio Bravo Cerón.
Del cómo y el cuándo a mi cabeza vino esta loca idea:
En un lugar del Quijote de cuya página tengo el número muy presente, pues se trata del episodio aquel de la quema colectiva de los libros de caballería, diome por pensar qué pasaría si un día cualquiera, como le pasó a don Alonso Quijano, los libros nos empezaran a enloquecer a quienes osemos leerlos.
Corría el mes de mayo de 2016, conmemoración de los 500 años de la muerte de Miguel de Cervantes Saavedra y William Shakespeare cuando, llegado al episodio de la quema, que me dio por pensar en la locura bibliófila vuelta una realidad en la actualidad, así como en con qué autores y en cuáles de sus libros y personajes me gustaría perderme.
Entonces, vinieron a mi mente tres grandes autores, un francés, un portugués y un colombiano, ya fallecidos los tres, pero tan vivos como cada vez que me siento o que alguien abre uno de sus libros y se dispone a hablar con ellos a través de esas páginas: José Saramago y Gabriel García Márquez.
Pero este escrito no solo será un homenaje a estos tres autores, también será el unirme e identificarme con una frase del escritor argentino Jorge Francisco Isidoro Luis Borges, que a su letra reza: “Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído”. Pues así como dice Borges, hoy me jactaré de los libros y autores que, a lo largo y ancho de mi vida, he leído.
No queda más que explayarme hablando de estos tres maestros de la literatura universal, de libros suyos con los que me he sentido identificado, de aventuras quijotescas que me gustaría encarnar, de los personajes hilvanados por ellos que me gustaría interpretar, así como don Alonso Quijano interpretó casi que hasta la muerte a ese valeroso caballero, El de la Triste Figura.
Un portugués llamado José:
El primero de estos reconocidos autores será el portugués José de Sousa Saramago, de quien se dice que al inicio de su carrera, poco después de su primer fracaso literario, pasó casi dos décadas sin escribir, porque según decía él mismo “sencillamente no tenía algo que decir y cuando no se tiene algo que decir, lo mejor es callar”.
«Yo no escribo para agradar ni tampoco para desagradar” decía Saramago, Nobel de literatura del año 1998. “Escribo para desasosegar» y sí que me desasosiegan muchos de sus personajes.
Tomaré en primer lugar uno de sus últimos libros, El hombre duplicado y a su protagonista el profesor de historia Tertuliano Máximo Afonso, cuya teoría personal decía que la historia, para mejor entendimiento, debería enseñarse de la actualidad hacia el pasado, no al contrario; quien cierto día y de manera accidental descubre que tiene en la misma ciudad un doble exacto.
No tengo la valentía que parece tener el profesor Afonso y por eso me gustaría interpretarlo al arrojarse a conocer a ese doble, a quien descubre a través de una película recomendada por un colega suyo, evento tras el cual empiezan a sucederse una serie de hechos que terminarán cambiándolo todo. Y todo es todo: hasta su vida sentimental.
La primera vez que intenté leer El hombre duplicado no pasé de la primera página; tiempo después lo tomé por segunda vez y avancé hasta la décima página; la tercera vez llegué hasta la mitad y esa fue la vencida. A la siguiente vez que esta novela saramaguiana me tentó, como la culebra a Adán, caí de tal manera que llegué hasta el final. Y no me arrepiento.
Fue una experiencia increíble que desde entonces he repetido cuatro veces. Una experiencia que puede asimilarse a la de su protagonista con la película Quien no se amaña no se apaña, la cual vio una vez sin poner mucha atención, pero algo le dijo que debería repetir y así lo hizo, hasta que entendió el porqué de esa misteriosa insistencia.
O qué decir de esa muerte que, en Intermitencias de la muerte, por hacerle caso a un impulso propio de humanos, deja de trabajar y causa un caos en una ciudad X donde todos, desde los pequeños hasta los ancianos, dejan de morir. Dando pie a una maphia (léase bien maphia, no mafia) y a una serie de realidades absurdas, alrededor de esta, y en circunstancias distintas.
Ensayo sobre la ceguera, Ensayo sobre la lucidez, La caverna, Todos los nombres, Levantado del suelo, Caín, El viaje del elefante o La balsa de piedra son algunos de los libros del Nobel portugués, llenos de bellos y humanos personajes, que vale la pena devorar de principio a fin, para identificarse con sus personajes y luego repetir y repetir y hasta soñar con ser uno de ellos.
Gabo para sus amigos:
En segundo lugar hablaré del también Nobel de Literatura de 1982 (año en que quien estas líneas escribe era tan solo un bebé de brazos), y renombrado escritor y periodista de origen colombiano Gabriel García Márquez, o Gabo para sus amigos, como suelen explicar sus biógrafos.
De los innumerables personajes creados o recreados por Gabo traigo a colación primero el de Santiago Nasar de su Crónica de una muerte anunciada, joven de raíces árabes, cuya vida se ve inmersa en una especie de laberinto donde todos sus cercanos intentan decirle que lo van a matar pero nadie lo logra, donde todo está organizado de modo tan magistral que al final todo el mundo sabe esto menos el mismo afectado, que, como ya se anuncia desde el mismo título, inevitablemente muere.
Paso en segundo lugar a un personaje triste y tierno a la vez: Un coronel típico colombiano que, después de haberlo dado todo por su país en la guerra, entre las peleas de gallos y la espera de una carta con el cheque de su pensión que nunca llega, se pasa el día, se pasa la semana, se pasa la vida, lleno de esperanzas a pesar de lo absurda que es su realidad y de las constantes peleas con su esposa.
En tercer lugar, el incansable Florentino Ariza, bellamente interpretado por Javier Bardem en la adaptación al cine de El amor en los tiempos del cólera, quien, a pesar de los desplantes y de uno que otro momento de rechazo de ella, se pasa la vida entera detrás de su gran amor, Fermina Daza. Detrás de esta historia romántica, detrás de estas páginas se encarna la historia de amor de los padres de García Márquez.
De otros libros y autores:
Más adelante, en mi segundo recorrido por las quijotescas páginas de Cervantes Saavedra encontréme con que Sancho Panza no estaba del todo loco como en algunas pinceladas parece estarlo al reclamar la ínsula prometida o en su defecto un módico sueldo. Me refiero a esa parte donde, camino a la búsqueda de su señora Dulcinea, empieza un monólogo y entre otras cosas dice:
“Y bien, ¿y de parte de quién la vais a buscar? De parte del famoso Caballero Don Quijote de La Mancha, que desface los tuertos y da de comer al que ha sed y de beber al que ha hambre” Qué fragmento tan esclarecedor es ese, sobre el nivel de cordura tanto de caballero andante como de escudero fiel. Qué tentadora invitación a encarnar la locura de estos dos peculiares personajes, creados desde el interior de una cárcel, según cuenta la historia de su autor.
¿Y si esa locura literaria no tuviera límites de género?
Todos los personajes de ficción mencionados en este escrito hasta el momento, a excepción de la muerte, han sido hombres. Pero qué tal si la locura literaria no tuviera mayor reparo en límites de género. Porque les cuento, hay personajes ficticios femeninos con una fuerza tal que a quién no le gustaría encarnarlos más allá de los efectos de la naturaleza.
Algo así como el genial Robin Williams en “Papá por siempre”.
Por mencionar solo algunas, la primera sería la esposa del doctor que al inicio de Ensayo sobre la ceguera se queda ciego. Ella, siendo la única en toda la ciudad que no adquiere la ceguera blanca, lo disimula de una manera tal que quienes no tienen que enterarse de esta realidad no lo hacen. Ni siquiera cuando el instinto de supervivencia le dicta que hay que ser arrojada.
Ángela Vicario de Crónica de una muerte anunciada es de esos personajes interesantes de conocer y encarnar. Guarda en su pecho un secreto: devuelta a su casa por su marido porque ya no es virgen, e interrogada por su familia, explica que “su autor” fue Santiago Nasar. Nunca en todo el libro se sabe si dijo la verdad o encubrió la identidad de quien fuera su verdadero autor.
Travesuras de la niña mala, de Mario Vargas Llosa; Madame Bovary, de Gustave Flaubert; Eugenia Grandet, de Honoré de Balzac; Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll; La Odisea, de Homero, Las mil y una noches, de autor desconocido; Rayuela, de Julio Cortázar; La guerra y la paz o Anna Karenina, de León Tolstoi, son solo unos pocos de la amplia gama de libros con atrayentes personajes femeninos, dignos de encarnar.
Epílogo:
Como señala el escritor y traductor franco-argentino, nacido en Bruselas-Bélgica, Julio Cortázar, en su genial Rayuela: «Solo en los sueños, en la poesía, en el juego, (y mientras leemos, agregaría yo) nos asomamos a veces a lo que fuimos antes de ser esto que vaya a saber si somos»
Desafortunada o afortunadamente para mí, los libros no enloquecen a quienes los leemos, si acaso a quienes los escriben. Por eso por ahora me toca conformarme con conocer sus historias a través de las páginas de los libros, conversar con sus autores a través de cada capítulo y hacerlo lenta, muy lentamente para que cada final demore en llegar.
Mientras tanto seguiré viviendo este mundo que me tocó (que nos tocó) en suerte. Donde, en países como el mío, Colombia, el día a día para muchos es una aventura; donde en lugar de vivir se sobrevive; donde muchas veces, que lo digan los noticieros, la radio o los periódicos, aunque de tanto usarla suene ya a frase de cajón: la realidad suele superar y con creces a la ficción.