
Fernando Araújo Vélez (*)
Dijeron de él que era banalmente sufrido, que se había inventado un disfraz de pathos para padecer, incluso, sus alegrías, que se mentía a sí mismo y engañaba a los demás, pues su único fin era el aplauso, y para condenarlo, sepultarlo, le tiraron encima el nombre de Jorge Luis Borges, de quien había escrito en 1986: “Cuando lo conocí personalmente, supimos conversar de Platón y de Heráclito de Efeso, con el pretexto de vicisitudes porteñas. Más tarde, ásperamente la política nos alejó. Porque, así como Aristóteles dijo que las cosas se diferencian en lo que se parecen, en ocasiones los hombres llegan a separarse por lo que aman. ¡Cuánta pena para mí que eso sucediera!”.
Cuando le arrojaron a Borges encima pretendieron disminuirlo. De alguna forma lo lograron. En las altas galerías de espejos de la intelectualidad, en los círculos del refinamiento, Ernesto Sábato fue opacado. Un día, a mediados de los 70, los juntaron para que conversaran. De aquellos encuentros sabatinos surgió un libro que se tituló Diálogos. Los críticos de los espejos rescataron el humor ácido de Borges y la seria trascendencia de Sábato. Mientras Borges decía que le vendría muy bien el Nobel, pues “por lo pronto perdería el puesto de futuro candidato que llevo desde hace algunos años”, Sábato afirmaba que “En Suecia el comité debe mirar el mapa y considerar una especie de equilibrio. Hoy se lo damos a un australiano, mañana a un noruego…”.
Algunas páginas más adelante, discutían sobre Cervantes. Sábato le enrostró a Borges que alguna vez hubiera dicho que Quevedo era “el más grande artífice de la lengua”, y que hubiese agregado “pero Cervantes…”. Borges admitió su error. Aclaró que se había dejado influir por su amigo Bioy Casares y sentenció que Quevedo era mejor escritor página por página y línea por línea. “Pero en conjunto es infinitamente inferior, porque nunca pudo crear un personaje como el Quijote”. Diez años más tarde de aquel encuentro y de aquel libro que llevaba como subtítulo Borges-Sábato “porque era más poético que Sábato-Borges”, según lo aclaró Sábato, Jorge Luis Borges falleció.
Su nombre y sus textos se inmortalizaron. Se volvieron cita ineludible de quienes pretendieran pasar por refinados, profundos y cultos. Sábato se diluyó. ¿Lo diluyeron? Resucitó para entregar su informe Nunca más, sobre los desaparecidos entre 1976 y 1983. Luego él mismo desapareció, en medio del sarcasmo y la ironía de los intelectuales. Sin embargo, por ahí, en el Parque Lezama, Buenos Aires, donde comenzó Sobre héroe y tumbas, en un apartamento de dos por dos o en un bar de mala muerte, algún “querido y remoto muchacho” leía sus obras, y sus obras fueron una puñalada que marcó un antes y un después en cada uno de sus lectores. Nunca más se podía ser el mismo después de Ernesto Sábato.
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(*) Periodista, escritor y editor de El Magazín online y de la sección de cultura del periódico El Espectador. Además, tiene a su cargo la edición de los Lunes Festivos