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Deposite su sueño en la papelera (el lema de la sociedad actual)

 

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Camila Roldán

Aquel fantasma ilusorio había llegado otra vez a mi ventana, seguía repitiendo entre alaridos desesperantes aquella despiadada frase, una vez tras otra, era insoportable escucharlo gritar. «Ya no me pertenezco» era lo único que sabía decir para torturarme, cada vez que llegaba comenzaba mi tormento.

Al verlo, sentía que era tiempo de pararme frente al espejo y de una vez por todas, recitar aquel monólogo gastado y pobre que guardaba dentro, aquella verdad que yacía podrida en mis entrañas, y así terminar de una vez por todas con aquella absurda farsa.

Había perdido la cuenta de cuántos lentos giros del reloj llevaba mintiéndome sin vergüenza alguna, todo aquel guión de teatro estaba perfectamente memorizado, completamente justo con el tiempo cronometrado que aparenta transformar las cosas. Yo encajaba de una manera anormalmente perfecta en los esquemas de la sociedad, todos los anhelos y sueños que son vendidos a peso en las pantallas y por los medios, los había comprado, los había naturalizado a tal punto de llegar a creer que eran verdaderamente míos. Y aunque siempre había ese algo, que tenía una naturaleza metafísica un tanto extraña, ese algo a lo que muchos llamaríamos como conciencia, que repetía de manera constante que la realidad que se escondía dentro, aquella que sería capaz de transmutar el alma, era completamente distinta a la que ofrecía la sociedad como falsa salida hacia la felicidad; yo, yo prefería ignorar ese algo, como muchos otros y seguir actuando.

Supongo que ese… ese camino de seguir los ideales implantados, resultó del miedo que siempre tuve a que la vida escogiera un camino por mí, antes de que yo pudiera hacerlo, así que como buen ser humano, preferí tener el control escogiendo el camino que ya había sido implantado y hacerlo parecer mi propia elección. Pero cuánta mentira había allí, a decir verdad la vida y más aún la sociedad era quien había elegido ese camino para mí, y yo cuando aun así lo sabía en lo más profundo, sólo continué ignorándolo.

Pero… ya he tenido suficiente, ya son bastantes las noches  en las que he tartamudeado frente al espejo intentado pronunciar cada palabra. Ahora, es tiempo de intentar acá plasmarlas, por supuesto que hay mucho que queda perdido entre mi cabeza y la página, pero se hace necesario el deber de huir del laberinto que mi propio lenguaje ha creado, esto de una manera progresiva un tanto impersonal.

Así pues, comenzaré diciendo que la realidad es que ya no me pertenezco, que en este punto no tengo idea de lo que estoy haciendo, de lo que soy o de lo que quiero. Siempre me ha llamado la atención aquella idea de que al encontrar respuestas haya una implicación de olvidar todas las preguntas que considerábamos como nuestro hogar, ese proceso de crecimiento un tanto doloroso que a veces quita el refugio reparador del sueño, nos lleva a perder todo lo que creíamos haber encontrado y a ver cómo es que el mañana está sangrando, cómo nuestros sueños andan muriendo, cómo las mentiras están provocando el desgaste humano, cómo nos traicionamos a nosotros mismos y convertimos la vida en un infierno.

Es tiempo de no tener más miedo, porque el miedo mata, y si nos matará le robaría un tanto de protagonismo a la muerte… Pero es difícil ¿verdad?, que el miedo no mate es difícil, entonces por ahora sólo aprendamos a disfrutar de él, del pánico que representa tener la vida por delante. Y es que está bien, está bien no tener claro el qué querer hacer y el encontrarnos constantemente en la tarea de hacer un escaneo del mundo para tener algo de qué preocuparnos. Es completamente adecuado tener sueños de los cuales se burle la gente, querer hacer con nuestra vida algo extraordinario, creer en las palabras, en los gestos, en las miradas, en las sonrisas, en las líricas y la poesía. Creer en las melodías que nos conectan con las personas que más nos quieren a lo largo de nuestra vida. Y es que está bien querer seguir soñando una vez tras otra, seguir creyendo en las utopías a pesar de las caídas. A pesar de las ojeras que tienen nuestras almas por esperar tanto tiempo las eternas despedidas, a pesar de los besos rotos, de los abrazos a los que les salen arrugas, de los recuerdos que se vuelven ceniza, a pesar de que hoy a la sociedad en general se nos haya olvidado cómo reír.

A pesar de todo, del tiempo y hasta la vida, no podemos rendirnos jamás, no podemos seguir ocultando nuestras propias verdades, traicionando nuestras creencias y remando en contra de nosotros mismos, no podemos seguir viviendo una vida que no nos pertenece, vivir como marionetas a costas de lo que la sociedad espera no es vivir y no lo va a ser jamás. Porque no vale pena vivir para ganar y para llenar las expectativas de alguien más, vale la pena vivir para vivir en realidad, para seguir a tu conciencia para hacer realidad tus sueños, porque aún en las peores ocasiones siempre hay algo que nos servirá como resorte para librarnos, porque aunque a veces nos sintamos como si estuviéramos moribundos y ciegos, no nos han cosido la boca, y aún a pesar de tener las manos atadas, nos quedan los dedos para dibujar la leve silueta de las palabras. Porque cabe resaltar que en el mundo no se vive sólo con sonrisas y que siempre, siempre hay una posibilidad de fracasar pero que pesar de todo, aquello que verdaderamente somos siempre permanecerá y se mantendrá. 

En nosotros se encuentra el futuro, una tarea bastante demandante y aterradora que no debemos dejar de lado, una tarea de la que tenemos que apropiarnos, que tenemos que asumir con la frente en alto. Ahora supongo que está en nuestras manos el pararnos frente al espejo y recitar todas nuestras verdades y decidir qué queremos con nuestra vida, si nos vamos a seguir mintiendo o si tendremos el valor de morir un poco como lo acabo de hacer yo para volver a encontrarnos. 

 

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