El Cisne: libros y espacios
Isabel-Cristina Arenas
El laberinto de Tomás Eloy Martínez en El cantor de tango (2004)
“Hoy te evoco emocionado mi divina Margarita”, fue una de las últimas frases cantadas por Julio Martel. Lo acompañaba su guitarrista, quien minutos antes y por instrucción del cantor de tango, había dejado un ramo de camelias en la plazoleta Resero de Buenos Aires. Martel repitió de forma insistente el primer verso de Margarita Gauthier, el tango de Julio Jorge Nelson y la escena comenzó a tomar sentido. En una esquina de la plaza estaba Bruno Cadogan que esperaba, por fin, poder oírlo cantar. Martel no bajó del auto. En fechas anteriores también cantó en el Palacio de Obras Sanitarias de la Avenida Córdoba, en los túneles debajo de la Avenida 9 de julio, y en otros lugares que tenían un significado especial y formaban una especie de mapa que Cadogan trataba de descifrar como quien resuelve una sucesión matemática.
En una entrevista sobre El cantor de tango (2004) Tomás Eloy Martínez, uno de los creadores, y también maestro, de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano hasta su fallecimiento en 2010, dijo que Julio Martel era enclenque y enfermizo porque quería representar en el libro lo que era su país en ese momento, sobre todo Buenos Aires, la verdadera protagonista de la novela. En “Argentina: doscientos años de soledad” su último artículo para El País de España, escribió que la Historia no es sólo aquello que se cuenta del pasado, sino muchas veces el relato de lo que se omite, de lo que queda en los márgenes. Este 24 de marzo se cumplirán 40 años del golpe militar en Argentina; su voz hubiese sido una luz para estos tiempos de crisis del periodismo y en general de la política latinoamericana y sus escándalos de telenovela.
Buenos Aires es un laberinto, le habían dicho una y otra vez a Bruno Cadogan, pero él concluyó que el verdadero laberinto eran las personas que la habitaban. Había llegado de Nueva York con una beca de doctorado para analizar el concepto de nación a través de los tangos mencionados por Borges. Le habían dicho que no podía dejar de oír al mejor de todos: Julio Martel. Sin embargo, no existían grabaciones, ningún rastro físico que no fuera el cantante en persona. Así fue como llegó la Buenos Aires de 2001, con la inflación en el cielo, el dinero atrapado en los bancos, un desfile de presidentes y cacerolazos. Algo parecido a la Venezuela de hoy, pero sin la fortuna todavía de que Nicolás Maduro haya salido huyendo en un avión como lo hizo Fernando de la Rúa de Argentina durante la crisis de diciembre en 2001. “¡Que se vayan todos!” era el grito de la gente en las calles. Aunque a veces con que se vaya uno solo ya es un respiro.
El lugar del laberinto al que Cadogan había llegado no era otro sino la pensión de la calle Garay, la ubicación del “punto del espacio que contiene todos los puntos”: el Aleph, en donde Borges vio todo el universo. Bruno Cadogan estaba en la ciudad de las librerías, de la que le habían dicho que García Márquez y Julio Cortázar se sorprendían porque Cien años de soledad y Rayuela se vendían como si fueran fideos o plantas de lechuga y la gente llevaba los libros en las bolsas de la compra diaria. Él era el extranjero, capaz ver lo que a veces es imposible cuando se está en medio de todo. Llegó allí por el cantante, por una historia, pero ¿qué es realmente lo que busca?
Julio Martel “el que contiene todas las voces del tango en una sola”, usaba la suya como forma de justicia, la repetición de las frases como método para evocar a quienes elegía. Y aunque no cambiaba lo que había sucedido en los lugares en los que se presentaba, sí lograba modificar algo más importante, y esto es lo que descubre Cadogan. En Colombia la Defensoría del Pueblo define “masacre” como el asesinato de cuatro o más personas en un mismo evento relacionados por la autoría, el lugar y el tiempo. Dura tarea para un Martel que quisiera evocar las más de 15.000 víctimas de las 2.552 masacres en Colombia entre 1980 y 2014, según El Observatorio de Restitución y Regulación de Derechos de Propiedad Agraria. ¿Se acabará algún día esta guerra? Es indispensable el decúbito dorsal para encontrar el Aleph y ver allí el relato de lo que se omite, de lo que queda en los márgenes y quizás también como lo hizo Borges, “el engranaje del amor y la modificación de la muerte”.