Por: Andrés Castañeda M.
Y supongo que vamos a tener un lugar favorito, un lugar para los dos en medio de la prisa de esta ciudad que no se detiene. Supongo que habrá un lugar -un café, una tienda de discos, un teatro- donde podamos tomarnos el tiempo de escucharnos, de ir despacio, de dejar a un lado todo lo que llevamos de más sobre los hombros.
Supongo que hablarás de tus clases, de tus rutinas de ballet y de tango, de los cigarrillos sin filtro y del vino tinto y que te hablaré del café sin azúcar y de los cigarrillos que dejé para después. Y volveremos al tema del amor pasado, y de los ‘parasiempre’ que nunca fueron, que no duraron lo suficiente, del horror de borrar nombres y rostros de nuestros sueños, de nuestro afán por conspirar para hacernos a un destino, de las canciones que nunca debimos dedicar. Supongo que te hablaré de mis tangos favoritos, de las cosas que no he escrito y de la tarde que empecé a escribir sobre ti. Entonces nos iremos, cargando cada uno su monotonía estúpida en el alma, pensando en lo que hablamos, buscando otra excusa para buscarnos, para saber que aún somos parte de la monotonía estúpida del otro. Entonces nos iremos sin decirnos nada, y así todas las noches.
Y vendrán las mañanas, los desayunos a solas, el café sin azúcar, las noticias de la radio, los cigarrillos sin filtro, el sonido de las teclas, las rutinas frente al espejo. Seremos un impulso doblegado de decir lo que no dijimos esa noche, cuando pudimos hacerlo, de llamar solamente a saludar, de encontrarnos para ir a almorzar, de volver al lugar en el que podemos hablar sin afán. No vamos a decir nada para ceñirnos a la letra de un contrato que no firmamos, y vamos a textearnos para desear un feliz día, solo para saber que estamos ahí, pese a que el ajetreo no nos deje espacio para nada más.
Supongo que vamos a encontrarnos otra vez y que vamos a disfrazar de una conversación sobre todo lo que ya nos hemos dicho y un montón de cosas innecesarias las ganas de decirnos que somos todo lo que nos contamos que buscamos, que ya no queremos desayunar a solas ni dejar botellas de vino para después. Supongo que dejaremos que lo que llevamos de más sobre los hombros nos mate las palabras y que llegarán nuevos ‘parasiempre’ que no van a durar lo suficiente y que vamos a seguir borrando rostros como si la pintura vieja de los lienzos no fuera su memoria, como si los trazos obligados no terminaran por romper el papel, como si los espejos se tragaran nuestras mentiras.
Entonces una noche más nos iremos habiéndonos dicho todo, menos lo que nos teníamos que decir.