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Decía mi abuelo

ilus-camila

Por: Catalina Mutis

Decía mi abuelo que lo mejor de la vida era dejar la vida pasar. Cuánta razón. Decía que lejos de la vida había otra y que en esa otra la gente era más feliz, que lo que veníamos a hacer a esta era tratar de cruzar, pero que mientras tanto nos copiáramos. Que los de la otra vida estaban tan felices que no veían esta nuestra.

Decía mi abuelo que la razón de las arrugas era la falta de botox como la razón de las heridas era la falta de experiencia, pero que así era todo, que mejor lamentar que prevenir. Que los viejos no usaban gafas para ver mejor sino para combinar con el bastón, que esa moda era la moda de los que piden silla azul dizque para creerse más sabios, pero que todos nos morimos sabiendo nada.

Decía mi abuelo que el mar era la mejor de las tumbas. Que mientras otros se quedaban “quietecitos” en los cementerios él se iría surfeando a Las Bahamas. Que así sí se moría. El abuelo decía que las mujeres eran como ese primer sorbo de jugo en tiempos de sed: refrescantes y coloridas. Me decía que era una dicha que yo hubiese nacido mujer, que me iba a ir muy bien mientras tuviera más puertas cerradas porque lo divertido iba a ser abrirlas.

Decía mi abuelo que cuando se montó en un avión por primera vez no sintió nada, que se había tomado unas pastillas para dormir. Pero me lo dijo para que no hiciera lo mismo, ni en el avión ni en mi vida. Después contar su historia con el avión decía que evadir podría ser el peor veneno de la gente. Seguro sí, parece que muchos políticos y demás toman pastillas para dormir.

Decía que el café de las mañanas sabía más rico si mientras tomaba el primer sorbo miraba a mi abuela. Que cuando no lo hacía no tomaba café, prefería esperar para tomar su mirada, caliente o fría, no importaba. Decía que le gustaba tener libros, y sí que tenía, pero le gustaba leer esos que leía de pequeño, que le hacían sentir como si tuviera 10. Le creo.

Decía que a las cartas se les firmaba y que a la vida también. Que el anonimato era para cobardes y el sello en blanco para culpables. Que el nombre, la firma, la mirada y la palabra eran la vida misma y los años dejando huella. Que le gustaba la tinta negra, la pluma vieja y el papel grueso, que se sentía como dueño del mundo mientras pudiera escribir con esas tres cosas. También le creo.

Decía que el miedo era el azúcar del café, puede mantener el sabor de la vida, pero cuando decides quitarlo el café sabe a café y la vida a vida. Que el dolor se podía repartir en cada segundo de tiempo y que no era suficiente para el infinito camino que hay por recorrer. Que al dolor no le alcanzaba todo su poder para vencer al tiempo que nos tiene preparado mucho más.

Decía que la música era la posibilidad de cerrar los ojos para aparecer en cualquier lugar al que quisiera llegar. Viajaba mucho, siempre con pipa en mano, un disco o una canción. Abría los ojos y su sonrisa lo delataba, había visitado algún otro mundo más exclusivo en su imaginación. Decía que mientras tarareaba se delataba.

Decía que la vida era una sonrisa de ida y una de vuelta. Que lo que pasara en la mitad ya se resolvería, que la sonrisa era indiscutible. Decía que mientras los libros y las sonrisas existieran, viviéramos, que si mientras el café y las miradas se concertaban en el mismo lugar y la misma hora, bebiéramos y que mientras dejáramos pasar la vida, viviéramos.

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