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De Suecia con odio

EFE
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“La mujer del tatuaje de dragón” es readaptada por el director norteamericano, quien se junta de nuevo con Trent Reznor y Atticus Scott para traer a Hollywood la gótica desventura de Lisbeth Salander.

Santiago La Rotta (*)

Se estrena la nueva película del director David Fincher, la versión de Hollywood del primer relato de una trilogía que en años pasados logró que cada cuatro o cinco minutos alguien abriera un libro de Stieg Larsson en el metro de Londres, por ejemplo.

“Millenium” narra una serie de historias que tienen como protagonistas principales a Lisbeth Salander, una habilidosa hacker víctima de una larga y triste lista de abusos e injusticias, y Mikael Blomkvist, un periodista con notables habilidades investigativas que lucha desde una revista de izquierda contra los abusos de las corporaciones y el Estado. Ambos se ven envueltos en una trama llena de accidentes, homicidios, intentos de homicidio, nazis, rituales religiosos, sexo, computadores y sangre. El lugar de la acción es una Suecia helada, sombría, plagada de corrupción, xenofobia, misoginia.

Con esos datos se entiende por qué fue Fincher el escogido para dirigir una historia con apenas unas pocas grietas por donde se cuela algo de humanidad, un territorio ampliamente conocido por un director acostumbrado a lidiar con personajes a quienes el barniz de la civilización se les cayó hace un buen tiempo. Están en esta categoría Tyler Durden (El club de la pelea), el asesino de Seven (perturbadoramente interpretado por Kevin Spacey) e incluso la versión de Mark Zuckerberg que presentó en The Social Network.

Si bien la trilogía ya fue rodada, en sueco, por el director Niels Arden Oplev, la versión de Fincher promete una puesta en escena única, bañada con ese raro talento que posee para ensuciar y retorcer el alma de cualquier lugar, de conjurar lo gótico en una pradera soleada llena de margaritas.

Para lograr el efecto deseado, Fincher vuelve a ser equipo con Trent Reznor y Atticus Ross, los cerebros detrás de la música de The Social Network, que le valió a la película el premio Oscar a mejor banda sonora.

Reznor, líder de la mítica banda Nine Inch Nails, es también un viejo conocido de los abismos y de las narrativas que ofrecen escasas oportunidades de redención en medio de la oscuridad y el caos. Su trabajo, en compañía de Ross, le dio vida a un Zuckerbeg mediado por el bit y el electrón: una banda sonora con un profundo uso del sintetizador que se resiste a las facilidades de la música electrónica para acompañar el ascenso de uno de los íconos de la red.

El tráiler deja ver cómo el bello y sórdido tratamiento del sonido se pega como miel en un pedazo de madera a la fotografía lúgubre que destila una Suecia invadida por el invierno y la maldad.

El regreso a viejos conocidos se repite con Rooney Mara, quien interpreta a la novia de Zuckerberg, y quien esta vez encarna a la implacable Lisbeth Salander, un papel que invoca toda la oscuridad posible para moldear un personaje de pocas palabras y extraña apariencia que es sometido bajo la pluma de Larsson a una serie de vejámenes que incluyen una violación anal que, al menos en la adaptación sueca, es una de aquellas escenas imborrables en las tres películas.

La película, en palabras de A.O. Scott, crítico del New York Times, puede llegar a parecer en momentos a un episodio más de una serie policial, pero según su juicio esto también se debe a la pobre narrativa ofrecida por Larsson, a quien muchos critican por la facilidad con la que entrega los secretos de sus relatos y la torpeza con la que ahonda en las profundidades morales de sus personajes.

Sin embargo, la esencia más cruda de un mal muy real habita en la trilogía del sueco. Esta es la descripción de una Suecia xenófoba y derechizada que, en años anteriores, fue consolidándose no desde las oficinas recónditas de una secta extremista, sino desde los escritorios de funcionarios elegidos popularmente.

Es de estos problemas de los que se agarra Larsson para sumergir a sus personajes en los vericuetos de una acción que logra resultar fácil por momentos, pero que en manos de Fincher puede ser no sólo un documento entretenido, sino corroído y maltratado y que, en últimas, cuenta una de las versiones más comunes de la sociedad y el ser humano.

 (*) Editor de la versión iPad de El Espectador

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