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Darle sentido a las letras

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Duver Alexander Pérez – @DuverAlexPerez

Iniciar con la página en blanco se puede tornar complicado y más cuando ni siquiera se conoce la razón por la que se empezó a escribir. Una letra se va sumando a la otra y se suma con la esperanza de formar un par de oraciones que por lo menos digan algo coherente, y si por el contrario sale a la luz algo estúpido, se aspira a que ese “algo”, resulte  ingeniosamente estúpido.

Creo que eso del temor a la página en blanco se suma a los clichés y misterios que en ocasiones rodean el oficio para llenarlo de majestuosidad. Se le adjudica un tono solemne, con cierto misticismo, hasta tal punto que algunos deciden ejercerlo desnudos, ebrios, bajo el efecto de un porro, con una taza de café al lado, hacerlo en la madrugada o de lo contrario se sienten incapaces de juntar una vocal y una consonante.

Han llegado a decir que escribir es vivir, que es una necesidad del alma, que da sentido a la existencia. Que lo hacen para explicarse el mundo a sí mismos, porque solo al teclear la realidad, por más difusa que se torne, pueden comprenderla, y en ocasiones al dilucidarlo para sí, también permiten que quien los lea se sienta identificado con su visión del mundo o por lo menos se pueda crear una propia.

Tan íntima sienten tan “nimia” acción, que una carta mal escrita que se hizo pública los desvela, los carcome… aplaca la vanidad que ostentan. Tan necesario se ha vuelto, que cuando dejan de hacerlo por largo tiempo, visitan lugares lúgubres, escuchan una y otra vez la canción que los inspiró en cierta ocasión o besan la estampa que una vez –creen– le dio ligereza a los dedos.

¿De dónde vendrá esa necesidad de escribir, de escuchar el sonido al hundir las teclas? ¿Existirá otro oficio con tantas cábalas, clichés o supersticiones? ¿El gato tendrá un rito antes de matar a un ratón? ¿El futbolista antes de saltar a la cancha? ¿El vigilante antes de dar la ronda al lugar que cuida?

Tal vez escribir se hizo necesario al leer la idea que se anotó en una servilleta arrugada (idea que ahora sirve de excusa para volver a golpear las teclas). Quizá surgió luego de tomarse una cerveza, fumarse un porro y escuchar a Silvio Rodríguez en El Parque del Periodista. De pronto nació después de ver al gato de la casa jugar con un ratón, patearlo de aquí para allá, antes de devorarlo. De ver al número diez del equipo favorito con la media izquierda al revés en varios partidos o después de escuchar la historia de los vigilantes del Paraninfo que no dan la ronda nocturna, si la mascota Dolly no los acompaña.

Posiblemente fue alguna de las razones anteriores o todas juntas o quizá, solo quizá, quien escribe (o escribió), hace un par de días escupió sobre un papel tantas palabras académicas, tantos tecnicismos, citó tantos autores, llenó muchas páginas de letras insulsas, sosas y desabridas, que en esta ocasión, mecanografiar estas palabras fue un respiro, un escape. Fue hallar en estas palabras un poco de vida, fue darle –al menos para él–  sentido a las letras.

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