Jorge Eliécer Pacheco *
Cuando escribí esa serie de cuentos, seis en total, sentí que había redescubierto la literatura. Escribí seis aunque en mi libro, que titulé Cuentos vómicos, aparecen cinco. Aquellos sobrevivientes a mi dura autocrítica han permanecido. El sexto cuento, aunque tengo el manuscrito, es ilegible. Es una dura patada al arte; una carga personal. Recuerdo que ese fue el primero que garabateé aquella tarde calurosa en Belgrano, de donde no me he movido hasta ahora.
Recuerdo que la congoja me indujo a escribir de golpe aquel mal cuento que no me he atrevido a destruir, quizá por haber sido el motor de los otros cinco. Estos casi se escribieron solos; yo sólo tuve que disponer los dedos. Sin embargo, pude haber escrito más: diez, veinte, quizá cincuenta, si no hubiera llegado mi padre a contarme que Perón había regresado a la Argentina y que ahora era coronel. Aquello me disgustó muchísimo; no por la noticia (Téngase en cuenta que sólo tenía veinte años y eran otros mis intereses), sino por la interrupción que asesinó a mi musa.
Sin embargo, y aquí viene lo importante, ¡sucede que los acontecimientos narrados en Cuentos vómicos se vuelven realidad! Han saltado de la ficción al ámbito de lo real. El primer caso fue aproximadamente en 1950 cuando (en ese entonces nuestro presidente) Domingo Perón tuvo que salir a la plaza a “hablar con el pueblo” protegido por un vidrio antibalas ante las amenazas contra su vida. ¿Cómo era posible que eso hubiera pasado? Siempre cuidé que mis historias fueran fantásticas, que no tuvieran ningún parecido con la realidad, ni a pasado ni a futuro. Aquella imagen la había yo utilizado en mi libro para poner en evidencia la falta de seguridad en la ciudad. Una ciudad tan insegura que hasta el presidente tendría que protegerse.
Esto, al principio, no me disgustó del todo y me indujo a pensar (y a decir) que yo lo había anticipado conscientemente en el momento en que mi padre entró aquel día ya lejano en mi cuarto anunciándome la llegada de Perón. Pero mi inquietud fue en aumento cuando me enteré, un año más tarde, que Juan Fangio, piloto de automovilismo, consiguió ser campeón mundial de fórmula uno (hazaña que repetiría de 1954 a 1957) Me volví nervioso, no seguí escribiendo, ya no leía y enfermé. Esa misma historia la había escrito yo. Hasta tal punto eran parecidas, que los dos personajes eran físicamente idénticos.
En 1952 Juan Castro, compositor, obtuvo el Premio Verdi por su ópera Proserpina y el extranjero. En mi libro esta misma historia, con toques fantásticos en las escenas en las que el protagonista llega a recibir el premio, se titula “Don José el compositor”, el lugar de la acción es un pequeño teatro y está narrado en primera persona. Una de las historias mejor logradas. Don José llega tarde a la premiación, se sienta en una butaca que no le corresponde y al recibir el premio dice: «Che, este premio me deja piantao»
El pasado 12 de diciembre de 1980, la coincidencia más reciente, el Vaticano entregó una respuesta para solucionar el conflicto por el canal de Beagle entre Chile y Argentina, pero el gobierno argentino nuevamente rechazó la decisión. Asunto que trato prematuramente en “El puente al cielo” que narra la historia de dos ciudades que se pelean la entrada al paraíso, por encontrarse ésta, a mitad de los dos territorios. Al final las dos ciudades se destruyen en una cruel matanza.
A la quinta historia no le temo. No es perjudicial para mí y ya estoy preparado si, quizá, se hace realidad. Los años le enseñan a uno a resignarse. Pero le temo a la sexta. Esa que no publiqué por vanidad. Esa es mi historia; la historia de mi esposa y de mis hijas. No quiero que se cumpla esa. Acepto todas las otras, pero esa no… no quisiera eso para ellas. Yo, pues ya no importo mucho… pero ellas sí, por dios. El problema es que aquella vez, cuando la escribí, hace treinta años, describí puntualmente los personajes. Cada rasgo está consignado concienzudamente; y sin conocerla en ese momento y sin notarlo cuando la conocí, así es mi mujer ahora. Así mismo son mis hijas. Y tal vez, aunque no quiera, así va a ser también el asesino.
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(*) Colaborador. Bogotá, 15 de Julio. Licenciado en español y literatura. Investigador y escritor, ha publicado ensayos y cuentos en antologías y revistas sobre literatura y educación.