Nicolás Peña y Ana Isabel Díaz
El poemario
Ciudad de perros y palomas se construye como una propuesta-libro que asocia el ejercicio poético con distintas formas de creación plástica, principalmente, dibujo y fotografía. Dentro de esa unidad que llamamos o concebimos como libro, Ciudad de perros y palomas busca establecer, tanto en los temas que trata como en su construcción formal, la fragmentación, la multiplicidad y la contradicción como figuras centrales para la creación de un lenguaje y una visión poética de la ciudad y el hombre bogotano.
El libro se construye a partir de dos momentos precisos: el primero, “Instantáneas, cúmulos, retazos”, busca crear una cartografía del hombre en la ciudad; el segundo, “Más solo, más yo”, se genera a partir de lo que podríamos llamar una introspección de ese sujeto múltiple que pasa de experimentar la ciudad a un espacio interior de soledad donde cada vez se ve más fragmentado e irreconocible.
El poemario se mueve en un plano de ambigüedad donde la ciudad y el individuo están constantemente redefiniéndose y resignificándose. El libro busca ser inestable, penetrante, vivo, y crear siempre una tensión en la cual el lector se sienta angustiado, exasperado, movido. Ciudad de perros y palomas busca un lenguaje sencillo, descriptivo, muchas veces prosaico, que cree una visión poética de lo cotidiano y lo urbano. No busca una mirada homogénea, totalizante, determinista y moral sobre el hombre y la ciudad. Más bien se centra en pequeños instantes, momentos mundanos que posibilitan esa relación recíproca y violenta. Por ello Ciudad de perros y palomas es un ejercicio poético que busca crear un lenguaje propio para definirse a sí mismo dentro de esas múltiples relaciones que se viven a diario y que es necesario darles un sentido, y un espacio, dentro del lenguaje poético.
Poemas
Cementerio de nubes
Los motores escupen aceite por las calles,
algunos puestos de minutos, chicles, cigarrillos,
se ocultan bajo el último guiño del sol y el humo de los buses;
el viento desapunta algunos botones, arrastra los silbidos,
provoca un estornudo y unas cosquillas en la entrepierna.
Dios descansa en la sombra que provoca un árbol solitario.
Las risas del viernes se cuelgan de los cables de luz,
los pájaros comienzan a alejarse de la ciudad que palpita
como una virgen desnuda ante un público morboso.
Algunos hombres se tatúan el nombre de su madre muerta
mientras unos amantes se cuelan en el cine.
Pronto la luna se desnudará alejando el rumor del cielo,
pronto la noche se convertirá en un cementerio de nubes.
Caer, caer en el silencio
Caer, caer en el silencio
cantar, abismo, grieta, puerta,
inaugurar el olvido
asesinando la palabra;
poder, travestismo, antropofagia.
¿Qué de-venir de cuál hombre?
El mismo pasar por las calles
contando uno a uno los gatos
agachando la cabeza
estornudado tristemente.
Caer, caer en la locura,
arriesgar esa pequeña migaja de vida,
esa línea recta que se forma entre los pantalones,
desnudarse, sacudirse, chuzarse los ojos.
Reventar, reventar en las paredes estos huesos de cal y mierda,
agitar los cuerpos de los perros que orinan
y las uñas afrancesadas de las parlanchinas cuarentonas del bus.
Desterrar a dios, abandonarlo en ese antro de mala muerte
donde relinchan los caballos y se emborrachan los ratones de los bancos.
Caer
Caer
Caer
y no poder volver a levantarse
y cerrar los ojos para siempre
y que no valga la pena absolutamente nada.
Duda
Todavía sigo aquí,
me levanto y sigo aquí,
quién sabe;
aparece la ventana,
el gato, el perro muerto
y los libros en soledad,
todavía sigo aquí,
pero tal vez
me levanto
y lo confieso
solamente
con el dolor
o la alegría
o la boca seca,
veo, toco,
certifico la vida,
algo de ella.
Todavía sigo silbando,
estornudando,
acomodándome los pantalones.
Lo confieso a veces son sólo pedazos,
a veces absolutamente nada,
pero me levanto, me pruebo,
confieso y escribo,
y sigo aquí,
quién sabe
pero al menos eso parece.