El Magazín

Publicado el elmagazin

Cien años de filosofía en Colombia (1910-2010)

filosofia

Por: Damián Pachón Soto

Respuesta a Juan José Botero

El Instituto de Investigaciones filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), junto con el Fondo de Cultura Económica, han publicado el libro Cien años de filosofía en Hispanoamérica (1910-2010), compilado por la profesora Margarita M. Valdés. El texto continúa, de manera más específica y circunscrita, el trabajo realizado en el voluminoso libro El legado filosófico español e hispanoamericano del siglo XX (Garrido, Orringer, Valdés y Valdés, 2009). Como indica la compiladora, el propósito del libro es “registrar lo que ha ocurrido en los diferentes países hispanoamericanos a lo largo del siglo XX y comienzos del XXI en el campo de la filosofía, entendida como una disciplina académica”.

De ahí que busque reconstruir el pasado intelectual de los países de este continente, labor que resulta pertinente, pues el periodo elegido coincide con la celebración de los 200 años de la independencia política de estos países. De ahí que el libro ofrezca una revisión de las principales corrientes y autores de países como México, Cuba, Puerto Rico, Argentina, Ecuador, Bolivia, etc.

Sin el propósito de demeritar en lo más mínimo la importante y necesaria labor realizada en este texto en torno a la tradición intelectual latinoamericana, mi objetivo en la presente nota es realizar algunos comentarios y acotaciones en torno a la lectura realizada sobre el proceso de la filosofía colombiana durante el periodo mencionado. El capítulo titulado “Filosofía en Colombia en el siglo XX: tres generaciones en busca de la normalización”, escrito por el profesor Juan José Botero de la Universidad Nacional de Colombia, es, a todas luces, reductivo y simplificador, pues deja por fuera de su recuento algunas corrientes importantes y a grandes pensadores, ocultando e invisibilizando sus aportes. Veamos.

En la introducción a su artículo el profesor Botero sostiene: “Como toda obra de esta índole, ésta es necesariamente esquemática, y muchos nombres y títulos se quedarán por fuera. Remito a la bibliografía para tener un panorama más completo”. Esta importante aclaración no tendría nada de problemática si los personajes que se dejan por fuera no tuvieran una estatura intelectual lo suficientemente alta como para ser comentados en el texto, además de pertenecer a la periodización utilizada (fundadores, maestros y normalizados). Por lo demás, sus textos tampoco aparecen referenciados en la bibliografía final que acompaña el respectivo capítulo. El problema de Botero es que no tiene en cuenta investigaciones como: Pensamiento colombiano del siglo XX, en tres volúmenes, del Instituto Pensar de la Universidad Javeriana (Castro-Gómez, Flórez Malagón, Hoyos y Millán de Benavides, 2007); La filosofía en Colombia. Modernidad y conflicto, de Manuel Guillermo Rodríguez (2003), Estudios sobre el pensamiento colombiano (Vol., 1), de Damián Pachón Soto (2011), Pioneros de la filosofía moderna en Colombia (siglo XX), de Hernán Ortiz Rivas y Numas Armando Gil Olivera (2008), para sólo mencionar cuatro. Todos estos textos contienen una valoración mucho más amplia, detallada y ajustada al desarrollo intelectual colombiano que la que muestra el profesor Botero en su diagnóstico.

En este orden de ideas, son varios los autores relevantes en nuestro proceso filosófico que son descuidados por Botero. Es, en realidad, el mayor problema que presenta el diagnóstico sobre nuestra filosofía publicado en México el año pasado. El primer ninguneado es el filósofo barranquillero Julio Enrique Blanco que, desde la primera mitad del siglo pasado, escribió para algunas revistas académicas colombianas artículos sobre filósofos como Kant, Hegel, Nietzsche, Husserl, Ortega y Gasset, Heidegger, entre otros. Artículos que datan de los años 40’s. Blanco leía y traducía directamente del alemán, de tal manera que se le debe considerar a lado de Danilo Cruz Vélez, Cayetano Betancur, Rafael Carrillo, entre otros. De hecho, sus lecturas median el periodo dominado por Fernando González y López de Mesa, y pensadores fenomenólogos como Daniel Herrera Restrepo y marxistas como Rubén Jaramillo Vélez. La obra de Blanco introduce ya el pensamiento moderno en Colombia, en especial, la filosofía alemana. Fue un filósofo universal al decir de Manuel Guillermo Rodríguez. Su obra más significativa ha sido compilada en la Biblioteca Colombiana de Filosofía de la Universidad Santo Tomás.

Un segundo pensador olvidado por Botero es el filósofo y crítico literario Rafael Gutiérrez Girardot. Como muchos de su generación, Gutiérrez partió para Alemania donde fue alumno directo de Martín Heidegger. Previamente estudió en España con el connotado pensador Xavier Zubiri. En un momento difícil para la filosofía colombiana, que Botero reseña, Gutiérrez tradujo textos de Heidegger para la revista Ideas y valores, sobre Nietzsche para la Revista Mito en 1957 y, textos sobre Hegel en la Revista Eco. Gutiérrez introdujo también en Colombia los primeros textos sobre Walter Benjamin. Su labor filosófica está consignada en las mencionadas revistas y en el libro El fin de la filosofía y otros ensayos (1968). Su antología filosófica ha sido publicada en el texto La identidad hispanoamericana y otras polémicas (2012) de la Universidad Santo Tomás. Entre otras cosas, a Gutiérrez se le debe el advertir en Colombia sobre las nuevas ediciones de las obras de Nietzsche, los primeros escritos interpretativos sobre Hegel y, de hecho, una de las primeras críticas- en 1976- a la obra de Michel Foucault. Uno de sus grandes aportes a la bibliografía latinoamericana sobre Nietzsche es su libro Nietzsche y la filología clásica (1966), el cual contribuyó, junto con la obra de Ramón Pérez Mantilla y algunos textos de Danilo Cruz Vélez,  a una recepción y discusión más seria sobre la obra del pensador alemán entre nosotros.

Un tercer pensador descuidado en el estudio comentado es Víctor Florián. Este filósofo, formado en Francia, es legítimamente el introductor de la filosofía posmoderna en Colombia. Como es sabido, el posmodernismo filosófico abarca un conjunto de corrientes muy diversas que tuvieron impacto, en mayor y menor grado, en la región. Pues bien, ya a mediados de los años 70´s escribía sobre Derrida entre nosotros. Igualmente hizo sobre Bataille (1995), Bachelard y Foucault. El dio a conocer esos autores y fomentó el estudio de sus obras. En la actualidad, la Universidad Santo Tomás prepara una antología de su pensamiento.

Es lamentable también que en el artículo de Juan José Botero quede por fuera la importante figura de Jorge Aurelio Díaz, quien es reconocido como uno de los mejores expositores, críticos y comentadores del pensamiento de Hegel en el continente, al igual que del idealismo alemán. Díaz ha sido un auténtico maestro, en el sentido usado por Botero, y ha formado generaciones de prolíficos y prometedores estudiantes en el país. Su obra, que también es teológica, es ampliamente conocida en los círculos intelectuales colombianos y su libro Estudios sobre Hegel (1986) es un referente obligado. La Universidad Santo Tomás publicó recientemente su obra ensayística más selecta en dos tomos (2014).

Otro pensador dejado al margen en el estudio de Botero es uno de los filósofos colombianos actuales más importantes: Santiago Castro-Gómez. Él inició su carrera filosófica con un libro titulado Crítica de la razón latinoamericana en 1996 (2ª ed., 2011). Un texto que criticó fuertemente el discurso latinoamericanista y que, por ello mismo, entró en diálogo con la tradición de la filosofía latinoamericana del siglo pasado, con autores como Salazar Bondy, Leopoldo Zea, Enrique Dussel, Miró Quesada, etc. En las obras posteriores, Castro-Gómez se dedicó a lo que él llamó “genealogías de la colombianidad” en libros como La hybris del punto cero (2005) o Tejidos oníricos (2009). Su obra presenta un fructífero diálogo entre las filosofías alemana, francesa y latinoamericana. Es comprensible, por otra parte, la reticencia que este pensador tiene en las facultades de filosofías “puristas”, por llamarlas así, que dedican su labor filosófica a la exégesis de obras clásicas, comentarios y traducciones. Castro-Gómez, por el contrario, trabaja interdisciplinarmente y no considera la filosofía como un saber fundante. Su último libro Revoluciones sin sujeto (2015), su mejor trabajo filosófico, ha ratificado su lugar como uno de los pensadores latinoamericanos más creativos. Este libro le ha posibilitado entrar en debate con la filosofía política española actual al lado de intelectuales como Germán Cano.

Hay una omisión notoria en el artículo de Botero. Es la invisibilización de la obra filosófica de pensadores como Estanislao Zuleta y de Darío Botero Uribe. Estos filósofos desarrollaron su obra por fuera de las Facultades de Filosofía, pero en permanente contacto con ellas. Esta circunstancia es precisamente la que arroja cierta sospecha sobre su actividad filosófica. Veamos el caso de Zuleta.

Desde los años 60´s, este pensador autodidacto, influido por Fernando González, se dedicó seriamente a los estudios del marxismo, el existencialismo y el psicoanálisis. Ya en 1964 publicó un texto titulado Marxismo y psicoanálisis donde establecía relaciones entre Marx y Freud. En Colombia, él trató de abrir el marxismo dogmático hacia otras corrientes, incluyendo el pensamiento de  Jean-Paul Sartre. Fue un pensador muy erudito que navegaba en la historia de la filosofía antigua, moderna, la literatura, la economía y la historia. Su obra sigue siendo reeditada hoy en editoriales como Ariel y es uno de los pensadores colombianos más leídos y seguidos en los últimos 40 años. No hay en el texto ningún reconocimiento a sus importantes aportes en corrientes como el marxismo y el existencialismo.

Darío Botero Uribe, por su parte, también brilla por su ausencia en el estudio de Botero. Este pensador quindiano, compañero de militancia en la Universidad Nacional de Camilo Torres Restrepo, autor de una singular filosofía de la vida titulada vitalismo cósmico (2002), fue, como Zuleta, un outsider de las Facultades oficiales. Realizó su carrera en la Universidad Nacional, donde su obra, que abarca más de 15 libros, llegó a contar con varias ediciones. Su formación amplia abarcaba el derecho, las ciencias políticas, la filosofía, el psicoanálisis y la teoría estética. Botero Uribe tenía la convicción y la pretensión de estar haciendo una obra original, crítica, que pusiera la vida biológica y la vida psicosocial como centro del pensamiento filosófico. Para ello pensó la utopía, la democracia, el ambientalismo, el humanismo, el derecho; dejó estudios sobre Nietzsche, Heidegger y criticó fuertemente el colonialismo intelectual y filosófico de los pensadores latinoamericanos. Su obra ha sido una de las más leídas del país-cerca de 20.000 ejemplares- y dejó una escuela filosófica que aún continua. Sin embargo, los filósofos oficiales no le han perdonado su atrevimiento y su osadía.

Ahora, a pesar de que el profesor Juan José Botero cita el artículo de Leonardo Tovar “La filosofía colombiana a finales del siglo XX” (2001), donde estos dos pensadores son reconocidos, no hay en su artículo ninguna mención a su legado en los distintos escenarios teóricos que ambos trabajaron.

He querido visibilizar algunos de los autores y las corrientes dejados por fuera en el artículo comentado de Juan José Botero en torno al devenir filosófico colombiano en el periodo 1910-2010. No son autores menores, y en muchas de las historias del pensamiento colombiano que he referenciado, sus nombres aparecen frente a los que Botero relaciona y reconoce. Este intento por completar mejor el texto de Botero es, en realidad, fructífero, pues muestra cómo se relacionan las renovadas lecturas con el propio pasado intelectual, cómo se reviven las tradiciones y cómo se renuevan. De ahí que la tradición no está dada de una vez por todas, sino que tenemos una relación dinámica con ella. Poner de presente este aspecto ha sido, también, mi intención y mi objetivo.

Comentarios