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Centímetros de esclavitud

El Caminante
El Caminante

Fernando Araújo Vélez (*)

Aquellos viejos bufones, señor. Yo le digo que todavía existen. No tendrán los zapatos puntiagudos ni los gorros de colores. No le servirán al rey de España ni serán anunciados con trompetas, está bien, pero andan por ahí, igual de diminutos que los de antes. Yo los he visto. Mejor dicho, vi dos la otra noche en un bar. Iban con uno de esos señores que meten miedo no más con mirarlos y un par de muchachas voluptuosas, una rubia y la otra morena, a quienes uno no puede mirar tampoco. Se turnaban para servirle el trago al patrón, pues así lo llamaban, patrón, hacían fila para encenderle sus cigarrillos, y de vez en cuando se dejaban consentir por las muchachas. En la cabeza, ¿vio?, como gatos. El tipo los insultaba o eso parecía, y a ellos les encantaba o eso parecía.

Luego me contaron que como aquéllos había decenas. Que les pagaban muy bien, y que incluso, como esclavos, se los vendían de un patrón al otro, y del otro al otro. El que más los hiciera reír más se valorizaba, me dijeron al principio, aunque también había otros factores que incrementaban su precio en el mercado. Destrezas, estados de ánimo, actitud, belleza, vestimenta, modales, inteligencia, cultura, usted se imaginará… Después supe, bah, me dijeron en secreto, que los viernes en las noches cada quien llevaba a su “pupilo” a una finca y que los ponían a pelear, apuestas de cientos de miles de por medio. Un ring y a mano limpia, una pantalonetica que a ellos les llegaba hasta los tobillos, algunas cremas para curar las heridas y un par de  señores circunspectos con libreta en mano que actuaban como jueces y debían serlo.

Al que pasaba todas las eliminatorias, cinco combates de 15 minutos que en último caso se dirimían por puntos, como en el boxeo, le daban una cuantiosa bolsa y la mujer que eligiera por una noche, pero en las condiciones en las que quedaban imaginará usted que sólo deseaban descansar, dormir, comer y beber. El dinero se lo entregaban billete sobre billete, era una parte de las apuestas. ¿La mujer? No sé, eso se lo dejo a usted.

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