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Calle 53, de luces y de arenas (Crónica navideña)

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Alberto Bejarano
 
Ninguna ciudad tiene un solo centro. Son múltiples y a veces inesperados sus epicentros. En Bogotá, en época navideña, uno de ellos es la calle 53.
 
Cada año, cada ciudad busca su ruta de la navidad; cada ciudad pone su acento propio, atrayendo a vecinos y a turistas a iluminarse en technicolor. En Bogotá ha venido creciendo la ruta navideña de la calle 53, entre Avenida Caracas y la Carrera 30. Al principio, hacia mediados de los años ochenta, era solo un punto en la carrera 17 con la estatua de un monje asomándose por una ventana. Allí por donde pasaban los últimos trollys bus, rodando con electricidad y producto de un canje surreal de café colombiano por tecnología de Europa del este, según me contó mi abuela. Pero ya no es la misma Bogotá. Galerías no es Sears, y en lugar de jardines ingleses hay parqueaderos grises. Del viejo hipódromo no queda ni polvo. Ya casi no se juega fútbol en la calle, pues ahora es en las alturas, pagando y en lugar de traer balón, traemos cámaras. Pero en Navidad algo del viejo espíritu regresa. Nostalgias de Lorenzo Madrigal. No porque el clima de barrio vuelva, sino porque las luces, las chispitas mariposas, y los cantos de la gente, nos recuerdan que jugamos por esas calles cuando no eran azules, sino amarillas, y la calle 53 no era de doble vía e iba solo hacia el oriente, angosta y poco bulliciosa. Olía mucho a pólvora y nos perdíamos por entre los separadores floridos de la Avenida Caracas y cada vez que llegaba la Navidad armábamos campamentos frente a nuestras casas en el Oasis de la Calle 54 con 15…Todo era más artesanal y en pequeña escala. Recuerdo por ejemplo que durante años, diagonal al primer punto navideño, se mantuvo en pie la última casa de un piso, centenaria, altiva en su decadencia y habitada por una mujer casi salida de un cuento de Poe. Era una casa que no permitía la ampliación de la Avenida 53, como ocurre con la casa de Victor Hugo en París. Pero ella no era Victor Hugo ni Bogotá es París. Aquí se tumba y avanza el progreso. A veces me pregunto cómo se vería el paisaje actual con esa casita en medio de todo.
 
A pesar de todo, la Calle 53 es la más iluminada de Bogotá en Navidad. Durante dos meses se transforma y después vuelve a su inercia. Miles de vendedores se instalan por la temporada, dentro y fuera de locales fugaces. Los recuerdos son de arena. Las luces proyectan imágenes de un pasado atrapado en cajas musicales. Caminando por aquí, entre souvenirs navideños, árboles importados y natillas criollas, entre los sonidos de los villancicos y las aullidos de los animales del pesebre, cada quien puede armarse su propia navidad. Cada vez que remonto el tiempo y llego al mismo punto, me pregunto a dónde ha ido a parar mi infancia. Los sonidos navideños me ponen nostálgico y quisiera estar rezando una novena callejera y después jugando a las escondidas…

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