Por: Daniel Felipe Niño López
Cual borregos azuzados,
estancados en este muladar,
trasegamos perdidos.
Nuestras pisadas se atascan
en este lodo embebido de sangre,
amasando el dolor
con acres lágrimas
y quejidos ahogados.
Así vamos,
cargando el sustento de caporales facinerosos
que esquilan hasta nuestros suspiros
y nos quiebran el aliento.
Cegados por la ignorancia
marcamos el pesado paso hacia la noche,
comiendo un amargo oropel,
anhelando baratos relumbrones:
heces de una prosperidad futura,
de un mañana que nos niegan.
No somos más que carne
y nuestra muerte cotidiana
alimenta la tierra hastiada de sangre,
estéril a fuerza de odio y metal.
Pero el amanecer no puede detenerse,
no lo opaca ni el hipócrita humo
del más abundante holocausto.
El sol saldrá
y quemará
fulgurante
el horizonte.