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Agencia de muerte

 El caminante

Fernando Araújo Vélez

Creó su agencia de enamoramientos ocultos para que alguno de sus empleados se volviera amante de su mujer, una tarde de cafés y conversaciones de amores terminados dos o tres años atrás. Aquella vez, escuchó la historia de un muchacho que se había ido a comprar cigarrillos y jamás volvió donde su esposa. Es más, se fue de la ciudad y del país. Supo que un señor le había pagado a un compañero de trabajo para que enamorara a su compañera, y para concluir, oyó que en Estados Unidos y en Europa había empresas dedicadas a despedir empleados y a acabar relaciones sentimentales.  Enviaban las cartas con la notificación, y se encargaban de solucionar los asuntos pendientes de esquelas y libros y regalos, discos y recuerdos.

La idea fue primero broma, y más tarde, posibilidad, y luego, obsesión. El dinero lo compraba todo, pensaba, y en un país como éste, más. Necesitaba amantes. Hombres bien parecidos, como decían las abuelas. Finos, si los encontraba. Cultos, si aún quedaba alguno por ahí, y sobre todo, amantes sin escrúpulos, tipos mezquinos de los que él mismo debía cuidarse. Consultó avisos de prensa, se entrevistó con un par y exploró opciones de conocidos de sus conocidos, aunque jamás les dijera con exactitud para qué los quería. En menos de dos meses, había elaborado una lista de 25 candidatos. El trabajo, esa obsesión con la que buscaba y buscaba y anotaba y pensaba, lo había alejado de su pequeño y diario infierno conyugal. Ya respondía con sonrisas a las órdenes de su mujer, a los caprichos y demás; sonrisas de venganza que ella devolvía con odio.

Su primer cliente fue su más antiguo amigo, Ernesto X, y su primer empleado, un hombre de 30 años que hacía cualquier oficio que le encomendaran a cambio de unos pesos y una aventura, y quien abordó a su primera víctima a la salida del trabajo para enamorarla hasta los huesos con un amor de detalles y cursilería que ella recibió porque a los cincuenta y tantos no estaba para exigencias. Víctima y victimario se enredaron, se obsesionaron, se mostraron, se dejaron tomar fotos y tuvieron que romper a los seis meses, poco tiempo después de que ella hubiera firmado su divorcio de Ernesto X, y 15 días antes de que él asesinara a su patrón.

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