Muere el escritor mexicano Carlos Fuentes por problemas cardiacos.Presentamos la última entrevista que le dio a El Espectador en el pasado Hay Festival de Cartagena.
Angélica Gallón Salazar (*)
Carlos Fuentes se ha sentado en uno de esos confortables sillones que están en el patio del hotel Santa Clara de Cartagena. Como si por un momento hubiera olvidado quién es, cruza las piernas a la espera de la cita acordada para esta entrevista. Sorprendidos por tal acto de desprevención, no demoran los viajeros, los fotógrafos y los periodistas que rondan el hotel en reconocerlo y abalanzársele. Su camisa blanca de lino, su pelo peinado hacia atrás muy al estilo mexicano y su tez morena, más de lo que se puede advertir en las fotos, apenas se dejan ver entre esa barahúnda de gente.
Es amable con todos, firma libros, pero no deja que lo convenzan de dar una fugaz entrevista. Se deja entrever ahí ese carácter, ese juicio que lo ha llevado a escribir casi 20 novelas (La región más transparente, La muerte de Artemio Cruz, Terra nostra, Aura…) y una casi por año en los últimos tiempos. Carlos Fuentes parece serio. Seguro en sus años viviendo en la tranquilidad de un barriecito de Londres ha perdido entrenamiento para lidiar con el bullicio que genera su presencia por estas latitudes, pero una vez ha reclamado a todos sus seguidores algo de calma para poder hacer la entrevista planeada con El Espectador, le sale una sonrisa, maliciosa, que mantendrá durante toda la conversación.
Cuando se tiene una obra tan extensa, ¿qué relación guarda el escritor con sus libros pasados?
Los deja guardados, para no darse cuenta de los errores que pudo haber corregido. Sabes que lo mejor es dejarlos en paz, tienen lectores, pero yo nunca releo uno de mis libros escritos, ni los considero. Estoy pensando en la obra que sigue. Claro que vuelven a aparecer temas de vez en cuando, pero al abordarlos uno ya no es el mismo. Yo he escrito mucho sobre Ciudad de México, pero la ciudad tampoco es la misma. Esa era una ciudad de un millón de habitantes cuando yo nací. Tenía cinco millones cuando escribí La región más transparente, y 22 millones hoy.
Usted vive alejado, en un lugar calmado de Londres, ¿encuentra en la soledad y la distancia una condición importante para escribir?
Es sencillo, en Londres no tengo amigos y eso permite escribir mucho, y sí, esa soledad, esa tranquilidad se convierten en una condición para la escritura. Allá vivo con mi esposa y dos o tres amigos. En México sería imposible, porque es un relajo, hay todo el tiempo comidas políticas, almuerzos con los colegas, ensaladas, mariachis, no termina nunca.
¿Cuáles son los primeros filones de sus novelas, los temas o los personajes?
Siempre empiezo con un tema y no sé a dónde voy. Yo me la paso de sorpresa en sorpresa, por fortuna, porque si no, sería muy aburrido. Me sorprendo de las cosas que salen sin saber de dónde vienen, si del sueño, la pesadilla, de la conciencia, sólo hay una planificación en el principio, luego empiezan a suceder cosas muy inesperadas. En la noche hago un apunte, me duermo y luego cuando me despierto escribo en la mañana y sale algo imprevisto.
¿Cuál fue el gran legado de los escritores del ‘boom’ a la escritura latinoamericana?
Que dejamos el posboom (risas). Hubo 42 escritores mexicanos en el Salón del Libro en Francia el año pasado, hoy debe haber más de 500 voces importantes en la literatura latinoamericana, mientras que nosotros no superábamos una docena, y antes de nosotros, quizás había tan sólo 5 ó 6. Ha crecido mucho la literatura y no deja de ser una paradoja que la literatura crezca en un mundo de tanta competencia por parte de la tecnología. Pero, en verdad, la competencia para las letras siempre ha existido, porque ellas dicen lo que no se puede decir de ninguna otra manera, esa es la virtud del escritor. Creo que la literatura en este momento está liberada de las obligaciones que sentíamos nosotros, esa de contar lo que no se había contado en la historia, que era una demanda que los escritores del boom sentíamos mucho, ¿qué no se ha dicho?, para decirlo. Pero eso ya no es así, se habla de divorcios, niños, política, amor, es una gran diversidad y creo que es un avance. Nosotros estábamos amarrados a modelos muy cerrados y el abanico se ha abierto.
¿La literatura latinoamericana ocupa hoy en día otro lugar en el mundo?
Creo que ya no hay literatura ni latinoamericana, ni americana, ni inglesa, ni rusa; hay escritores, hay Gunter Grass, Gabriel García Márquez, cuya obra es atendida pero no porque pertenezcan a tal o cual país, sino por la obra misma y eso es una gran diferencia.
¿Hay algún libro que usted reconozca que haya significado un punto de quiebre fundamental en su carrera ?
Mi primer libro, La región más transparente (1958), ya fue un quiebre, porque me abrió a unas posibilidades temáticas y estilística que me trazaron un camino que no he abandonado. Ha habido muchas otras realidades, pero fue el camino que elegí en ese momento. Es un camino en el que trato de unir la realidad política y social a la imaginación, porque esas realidades a sí mismas no se bastan, hace falta un elemento de fantasía para que adquieran rangos literarios, si no, serían reportajes. Soy un ávido testigo de la realidad y de lo político para aprovechar lo que ahí hay de aprovechable.
¿Qué es lo que hace en su reciente novela ‘Vlad’ (2010), tomar la realidad mexicana a través de la mirada de un viejo vampiro?
Con Vlad pasaron cosas muy divertidas, ahora salió reseñada en la revista Playboy. Los gringos están interesados en producirla porque el tema está de moda. Yo la he escrito porque desde que vi Drácula, con Bela Lugosi, me gustó el tema. Pero aquí la única novedad es que Drácula, que es un vampiro viejo, no uno joven como muchos vampiros de hoy, decidió que en Europa ya no había sangre para él, y por eso se vino a México, en donde hay mucha sangre que chupar.
¿Cómo vive desde la literatura sus inquietudes políticas?
Mire, yo soy ciudadano y ejerzo la política cuando mi ciudadanía me lo reclama. Uno puede tener el compromiso que quiera o no tener compromiso, ahí no hay nombramientos. Yo vivo muy cerca la vida política de México y un poco la del mundo, y cuando siento que hace falta hablar, hablo… Pero siento que mi único deber como escritor es escribir.
Pero en realidades tan complejas como las de México o Colombia muchas veces los artistas se ven abocados a asumir otros compromisos.
Claro, no me sorprende, me parece normal, la Revolución Mexicana fue objeto de más de 20 novelas: Vámonos con Pancho Villa, de Rafael F. Muñoz; La sombra del caudillo, de Martín Luis Guzmán… Era un tema que se imponía desde la actualidad, pero uno puede no escribir sobre lo actual, aunque a veces parece inevitable y ¡qué bueno! porque la novela representa una actualidad permanente que queda y se puede leer como si hubiera sido publicada hoy y no en 1915, esa es la gran diferencia entre el arte literario y la mera información, su vigencia.
Además de escribir ha incursionado en el cine, ¿qué otra faceta de usted se le revela en su trabajo cinematográfico?
Que soy muy poco importante (risas). Es un trabajo que hemos hecho con Gabo, pero nos fuimos dando cuenta de que en el momento de los créditos, siempre aparecen los protagonistas, el director, el de la cámara, el de las luces y por allá abajo muy chiquito, los escritores. No somos tan importantes en el cine. Hubiéramos querido incursionar más en él, pero Gabo un día me dijo: “¿Qué vamos a hacer, escribir argumentos de cine o novelas?”, y yo le dije: “Pues novelas, no hay chance en el cine”.
¿Vive aún con intensidad esas viejas amistades como la de Gabo?
Sí, sí. Ha habido separaciones, no por mi culpa, pero mantengo muchas viejas amistades, y también muchas nuevas con jóvenes escritores, soy un hombre de amigos.
Tiene ya casi lista una nueva novela, ¿en qué historia se ha metido esta vez?
Acabo de terminar una que se llama Federico en su balcón’, que parte de la idea de que como un día Federico Nietzsche dijo: “Dios ha muerto”, pues Dios le dice: “No, no he muerto y te voy a regresar hoy a la vida”, y lo pone en un balcón, en el mío, y habla conmigo. Es una novela de 200 páginas en donde nos contamos historias. He sido un ávido lector de su obra, lo conozco tanto y hace tanto tiempo que ya era hora de que fuera uno de mis personajes. Saldrá publicada en la Feria del Libro de Guadalajara de este año.
¿Usted se considera un escritor de gran aliento?
De mal aliento, más bien (risas).
No, quiero decir, sus obras intentan abarcar grandes universos…
Sí, siempre me gusta pensar en embarcarme en grandes riesgos.
Sé que me ha dicho que a su obra pasada la deja tranquila, pero ¿hay algún personaje que a pesar de todo siga insistiendo en su cabeza?
Yo creo que el personaje de La región más transparente, Ixca Cienfuegos, que es un narrador que ve la vida de los demás, entonces él reaparece constantemente, no con ese nombre, pero sí narrando todo el tiempo. Reaparece, porque yo soy ese hombre.
¿Diría que hay un tono que sea transversal a su literatura?
Claro, yo caigo en las trampas de mi propio humor. Estar aquí siendo entrevistado por usted es una trampa.
¿Para mí?
No, para mí, señorita.
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(*) Periodista de El Espectador.