El Hilo de Ariadna

Publicado el Berta Lucia Estrada Estrada

SOY DE IZQUIERDA Y ESTOY CON SANTOS

Siempre he sido de izquierda. Comencé a serlo en el primer semestre de universidad. Corría el año 1975 y la Teología de la Liberación nos invitaba a soñar con un mundo más justo, menos violento. Y si hablo de la Teología de la Liberación, es porque fue en las aulas de la Pontificia Universidad Javeriana que uno de mis profesores, un jesuita para ser más precisa, me acercó al marxismo; con él leí y analicé en clase, o en grupos de estudio, a Marta Harnecker. Me refiero a su lúcido libro Los conceptos elementales del materialismo histórico, entre otros libros que nos acercaban, a mí y a mis compañeros, a un mundo diferente al que conocíamos.

No hacía mucho había pasado el Movimiento de Mayo del 68, y los ecos de las calles de París inundaban las universidades públicas y privadas de una Colombia que pugnaba por salir del siglo XIX. Las mujeres nos habíamos apropiado de los claustros académicos y ya no queríamos ni podíamos quedarnos en casa a hacer bordados como nuestras abuelas o algunas de las mamás de entonces. La mía trabajaba y había estudiado preescolar en la Universidad de Chile, algo muy raro en esa época. Pero su ejemplo de mujer trabajadora me permitió entender desde siempre que no había caminos vedados y que el estudio era la llave para comerme el mundo si ese era mi deseo.

Pero antes de esa revolución tan importante, la del lema “Prohibido Prohibir”, hay que recordar la del 23 de abril de 1960, fecha del inicio de la comercialización de la píldora anticonceptiva; esa pequeña cosa que dio lugar a la revolución más grande de la historia de la humanidad. Por fortuna en la Colombia sin Ordoñez  fue adoptada muy pronto. La píldora anticonceptiva nos daba a las mujeres la clave para poder gozar de nuestra sexualidad como quisiéramos, sin el peligro latente de un embarazo no deseado y sin tener que esperar a un matrimonio para poder tener relaciones sexuales.

Pero también habíamos cantado y bailado, así hubiese sido viendo la película años más tarde, con Woodstock; esa maravillosa fiesta de mayo del 69. Woodstock abrió las puertas para que se pusiese fin a la guerra de Vietnam. Su lema “Hagan el amor y no la guerra” -tan contrario al pensamiento fascista de Uribe, Zuluaga, José Obdulio, Canal, Fernando, Hoyos, Paloma y del aprendiz de arcabucero Sepúlveda- se había apoderado de los jóvenes que no querían morir antes de los veinticinco años y que querían simplemente amar y ser amados. Más tarde, en los años 80, París y la Sorbona me nutrían de ideas y de pasiones que nunca han dejado de germinar. Además, creo en un Estado laico y en un Estado de Derecho, nada más peligroso que un Estado confesional o declarado al sagrado corazón de Jesús como la Colombia de antes de la Constitución del 91. Creo en la libertad de prensa, y estoy en contra de esa práctica abominable de Uribe de «escuchas» y de «falsos positivos»; ese eufemismo con el que se quiso ocultar el asesinato de muchos jóvenes que creyeron en una vida mejor y terminaron haciendo parte de un terrible montaje de parte de algunos miembros de la Fuerzas Armadas. Creo en los derechos de los trabajadores y en el derecho a sindicalizarse, entre muchas otros derechos inalienables de los ciudadanos.

No obstante, no soy amiga de la guerrilla, considero que tanto las FARC como el ELN han cometido toda clase de delitos atroces, delitos de lesa humanidad, y aunque no han dejado de clamar por una Colombia más justa, no dudaron en  hundirnos en el lodazal de las drogas ilícitas. Claman por una Colombia más justa y nos han aterrorizado durante cincuenta años con el secuestro y los ataques a la población civil. Claman por una Colombia más justa y han sembrado el campo de minas antipersonas dejando a miles de niños sin piernas. Claman por una Colombia más justa y le han robado la infancia a otros miles de infantes. Claman por una Colombia más justa y han violado y obligado a abortar a miles de niñas indefensas. Claman por una Colombia más justa y han obligado a miles de campesinos a dejar sus tierras. Claman por una Colombia más justa y han obligado al Estado a gastar sumas enormes en la guerra; dinero que ha debido ser para educación, vivienda, salud, generación de empleo, vías modernas y rápidas que conecten el campo con las ciudades. En fin, las guerrillas han impedido que Colombia sea un país mejor y más equitativo, no son amigos del pueblo colombiano, son uno de sus enemigos.

Por otra parte, una guerrilla anacrónica como las FARC, enquistada en una ideología stalinista, no ha querido entender que no es con las armas que se hace y se construye la paz. Sólo hasta ahora se han sentado a discutir el tema que atañe a los 47’000.000 de habitantes de ese territorio llamado Colombia. Una guerrilla comandada por unos cuantos hombres barbudos, y la mayor parte del tiempo malolientes, sin ninguna formación académica -ya sé que las mujeres que militan en esa agrupación, así ellas digan lo contrario, no tienen ningún poder- no pueden decidir por todos los colombianos de bien que trabajamos todos los días para ofrecerles a nuestros hijos un mejor país. Por fin las FARC se han sentado a negociar, y si lo han hecho es porque están debilitadas, así digan y griten que no, que no lo están; la verdad es que están dando sus últimos estertores de bestia herida de muerte; y saben muy bien que el dinero acumulado por sus múltiples delitos no les sirve de nada en la jungla.

Por todo eso estoy con Juan Manuel Santos. Nadie hasta ahora había sido capaz de sentarse en la mesa durante casi dos años a construir lo que hemos derrumbado en cincuenta años de guerra sin cuartel. Estoy con Santos en este proceso de búsqueda de una Colombia mejor y más equitativa; eso no quiere decir que siempre esté de acuerdo con él; eso no quiere decir que no tenga derecho a pedirle cuentas en su próximo período, y digo próximo período porque quiero creer que no todo está perdido y que los colombianos de bien, que somos la mayoría, vamos a salir el domingo 15 de junio a votar por él. A votar por la paz. Por eso no entiendo que los políticos de izquierda, Robledo y Clara López*, tengan el descaro de decirle a sus votantes que voten en blanco -aclaro que nunca he votado por ellos, ya que nunca han condenado vehemente las acciones violentas de las FARC-. Aplaudo y comparto la posición de Iván Cepeda y de Aída Avella, ya que entienden que nos estamos jugando otros cincuenta años entre el horror de la guerra o la paz a la que todo pueblo tiene derecho.

Nota: También aclaro que si bien soy de izquierda eso no quiere decir que sea chavista, ni pro Evo Morales, ni pro Correa, ni pro Ortega, ni mucho menos pro Castro. Y también dejo en claro que la palabreja “castrochavista”, inventada por Uribe, es sólo el resultado de su poca o nula agudeza intelectual, otra más de sus tantas y tantas estupideces.

*Aplaudo la decisión que Clara López ha tomado hoy, miércoles 4 de junio, de apoyar la candidatura de Juan Manuel Santos; por fin se dio cuenta de su responsabilidad política y humana. Afortunadamente una parte de los Verdes también se adhirió ayer martes.

 

 

 

 

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