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Esta incomparable mujer (1903-1987), cuyo nombre era Marguerite Cleenewerck de Creyencourt, es una de las más grandes intelectuales del siglo XX y marcó un hito en la historia de la literatura. Fue la primera mujer en ser elegida miembro de la Academia Francesa. Ganadora de innumerables premios literarios, entre ellos el Premio Fémina (1968), con el libro “Opus Nigrum”; nadie merecía más que ella el Premio Nobel de literatura, es una de las grandes ausentes en los premios de la Academia Sueca.
Su padre, un verdadero librepensador, formado en la más rancia aristocracia del siglo XIX, y bajo la tutela de preceptores privados, educó personalmente a su hija, quien a los diez y seis años valida el bachillerato, sin haber pasado nunca por una escuela ni pública ni privada. Desde pequeña le infundió el amor por las lenguas antiguas y modernas. Es así como Marguerite Yourcenar aprende el griego antiguo y moderno, el latín, el inglés y el italiano, además del francés, su lengua materna. Fue considerada una de las más grandes helenistas de su tiempo. Su padre le enseñó también el amor por los viajes y por las culturas foráneas, hasta el punto que cuando observaba en su hija un apego especial por una ciudad, o un país determinado, empacaba maletas y emprendía con ella un rumbo diferente. De esta trashumancia, Marguerite Yourcenar repetiría hasta el cansancio la frase preferida de su padre: “Sólo se está bien en otra parte”. Más que su padre, fue su mentor, amigo y guía. A su muerte le legó su enorme biblioteca, además de una fuerte fortuna que le permitiría vivir holgadamente por espacio de varios años.
A los diez y seis años escribió y publicó su primer poema, cuyo tema era la leyenda de Ícaro. A los veinte y seis presentó su primera novela: Alexis o el Tratado del Inútil Combate, donde comienza a bucear, a indagar, a reflexionar sobre un tema que siempre sería una constante en su narrativa y en su poesía: la homosexualidad. Tema tabú para comienzos del siglo XX, y arduo aún para muchas mentes conservadoras de nuestro tiempo. Sus traducciones de la obra de Virginia Woolf y de Cavafis son una respuesta a esa búsqueda que se impone desde su juventud. Más tarde, y siempre fiel a la traducción y a la difusión literaria y cultural, dio a conocer en Francia los Cantos Espirituales de los descendientes de los esclavos de los Estados Unidos.
En la Segunda Guerra Mundial escribió El Tiro de Gracia, texto narrado por su protagonista en primera persona, veinte años después de terminado el conflicto bélico. En él nos muestra una visión bastante particular de Los Balcanes, del amor, de la guerra, del “ménage à trois”. Esta obra es, antes que nada, una reflexión ontológica sobre las pasiones -léase miserias y grandezas del ser humano-.
Terminada la guerra, Marguerite Yourcenar se encuentra sin dinero, por lo que emigra a Estados Unidos, haciéndose incluso ciudadana norteamericana, allí vive y comparte el resto de su vida con Grace Frick, a quien había conocido en París. Comienza a escribir “Memorias de Adriano”, un tema que la había obsesionado desde los veinte años, y cuyo manuscrito había sido escrito y reescrito varias veces, destruyendo siempre las copias anteriores. Para 1949 sólo quedaba un pequeño fragmento de todo el material que había acumulado en todo ese tiempo; es entonces que comienza, una vez más, a escribir el libro. Pasará tres años reescribiéndolo, antes que sea finalmente impreso. Memorias de Adriano, traducido al español por primera vez por Julio Cortázar, narra la vida de uno de los más importantes emperadores romanos, protector de las artes, de las letras y de los esclavos y amante de los efebos, como muchos romanos de su época.
La idea de escribir sobre la vida de Adriano, nacido en territorio hispánico, la había tenido al visitar su villa en Tívoli, conocida antiguamente con el nombre de Tibur, situada a 20 Km de Roma. Este libro, más que una lectura, es un regalo al espíritu humano, contiene sentencias de profunda sabiduría y conocimiento del alma. Cuando digo alma no me refiero al concepto judeocristiano, sino a la esencia misma del ser humano. Memorias de Adriano es el libro de la soledad; de la soledad más absoluta y dolorosa, la soledad del poder.
“El hombre que se había vanagloriado siempre de vivir y pensar como cualquier soldado de su ejército, llegaba a su fin en la más grande soledad; tendido en su lecho, seguía combinando grandiosos planes que ya no interesaban a nadie”. (Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano. Edhasa. 1999.)
Adriano poseía una enorme cultura y era un hombre tolerante, lo que le permitía legislar a favor de los esclavos:
“Velé para que el esclavo dejara de ser esa mercancía anónima que se vende sin tener en cuenta los lazos de la familia que pueda tener, ese objeto despreciable cuyo testimonio no registra el juez hasta no haberlo sometido a la tortura, en vez de aceptarlo bajo juramento. Prohibí que se le obligara a oficios deshonrosos o arriesgados, que se le vendiera a los dueños de lenocinios o a las escuelas de gladiadores… En las granjas, donde los capataces abusan de su fuerza, he reemplazado lo más posible a los esclavos por colonos libres”.
Legisló a favor de la mujer, lo que en un romano era algo verdaderamente fuera de lo común, ya que la ley del Pater Familis le había otorgado al hombre de la casa todo el poder sobre los hijos, especialmente sobre las hijas mujeres y sobre la esposa. El poder del Pater Familis era inconmensurable, podía incluso decidir sobre la vida de sus vástagos. Por eso el texto que cito a continuación es revelador, en cuanto a la sapiencia de Adriano:
“Las leyes deberían diferir lo menos posible de los usos; he acordado a la mujer una creciente libertad para administrar su fortuna, testar y heredar. Insistí para que ninguna doncella sea casada sin su consentimiento: la violación legal es tan repugnante como cualquier otra. El matrimonio es la cuestión más importante de su vida: justo es que la resuelvan según su voluntad”.
Tampoco olvida al campesino sin tierra, ni al minero:
“Acabé con el escándalo de las tierras dejadas en barbecho por los grandes propietarios indiferentes al bien público; a partir de ahora, todo campo no cultivado durante cinco años pertenece al agricultor que se encarga de aprovecharlo. Lo mismo puedo decir de las explotaciones mineras”.
Adriano fue un gran constructor, participaba personalmente en el diseño de los templos, de las villas y opinaba sobre la fundación de las ciudades que iban surgiendo en su mandato. Amaba el arte, el teatro, la filosofía. En cuanto al arte se refiere, sentía una gran pasión por Scopas y por Praxíteles. El amor por el legado griego está presente a todo lo largo del texto. Era a su vez músico, interpretaba la flauta haciéndose acompañar por una cítara. Era poeta y excelente lector. Sentía una gran debilidad por el teatro, no en vano es en una lectura de una tragedia de Licofrón que conoce a Antínoo, su gran amor:
“Algo apartado, un muchacho escuchaba las difíciles estrofas con una atención a la vez ausente y pensativa, que me hizo pensar inmediatamente en un pastor en lo hondo de los bosques, vagamente atento a algún oscuro reclamo de pájaro… Su presencia era extraordinariamente silenciosa; me siguió en la vida como un animal o como un genio familiar…. Aquel hermoso lebrel ávido de caricias y de órdenes se tendió sobre mi vida…. me sentía juzgado. Pero lo era como lo es un dios por uno de sus fieles… Sólo una vez he sido amo absoluto, y lo fui de un solo ser.”
Respetaba las culturas foráneas:
“Prometí devolver el trono de oro de la dinastía arsácida, arrebatado antaño por Trajano; de nada nos servía, mientras que la superstición oriental lo valoraba extraordinariamente.”
Impulsó la construcción de bibliotecas y apoyó la labor de los copistas y traductores:
“… me instalé en casa de Arriano… su casa se hallaba situada a pocos pasos de la nueva biblioteca que yo había donado a Atenas y en la que no faltaba nada de lo que puede ayudar a la meditación o al reposo. … Cada vez sentía mayor necesidad de recopilar y conservar los volúmenes antiguos, y encargar a escribas concienzudos de que hicieran copias nuevas.”
Memorias de Adriano recoge también alusiones a los comienzos del cristianismo; hace mención a los judíos y a la persecución que emprende contra ellos, al mismo tiempo que asistimos al ocaso del emperador:
“No lo niego: la guerra de Judea era uno de mis fracasos. No tenía la culpa de los crímenes de Simeón ni la locura de Akiba, pero me reprochaba haber estado ciego en Jerusalén, distraído en Alejandría, impaciente en Roma. No había sabido encontrar las palabras capaces de prevenir, o al menos retardar, aquella crisis de furor de un pueblo; no había sabido ser lo bastante flexible o lo bastante firme a tiempo.”
En este párrafo se nota claramente el vacío de poder que experimentó su gobierno al final de su mandato; pero sobre todo, la soledad del poder.
Memorias de Adriano es una de las lecturas más hermosas que un ser humano pueda realizar a todo lo largo de su vida. Es una reflexión sobre la condición humana, sobre sus grandezas y miserias. Es un libro intimista, que recoge la vida y el pensamiento de uno de los más grandes artífices de la antigüedad. Cada lectura que se hace del libro es aún más rica que la anterior. Posee una lírica como pocas obras lo suelen tener. Memorias de Adriano, es uno de los libros más importantes del siglo XX; de eso no me cabe la menor duda; y una de las joyas de la literatura universal.
OPUS NIGRUM :
Por su parte Opus Nigrum, novela menos conocida, menos divulgada, pero de una gran belleza estética, narra la vida de Zenón, un monje que está a caballo entre el Medioevo y el Renacimiento; y como muchos de los hombres sabios de su época, Marguerite Yourcenar lo concibe como un hombre total, lo convierte en médico, en alquimista, en pensador, en transgresor, en viajero, y por supuesto, en un hombre acosado por la Iglesia. Sus perseguidores, a pesar de estar viviendo en el siglo XVI, aún están anclados en los siglos XIII o XIV. Zenón será el personaje preferido de Marguerite Yourcenar, hasta el punto que en el ocaso de su vida afirmó que en el momento de su muerte él sería su médico de cabecera ; peor también se refería a él como si fuese su hermano. Este enigmático personaje posee las características de Leonardo Da Vinci y de Paracelso, de Giordano Bruno, de Copérnico, entre otros. Zenón, a diferencia de Adriano, no ostenta ningún poder, es un ser más bien marginal, hereje y aventurero. En esta última característica estaría reflejada la Marguerite Yourcenar, viajera e inquieta por otras culturas y por otros tiempos. No hay que olvidar que antes de escritora se consideraba a sí misma historiadora. Pero también es un personaje poseedor de un gran espíritu científico, racional, investigativo; profundamente reflexivo e independiente. Rechaza cualquier tipo de fanatismo, especialmente el religioso.
“Rigurosamente, casi de mala gana, aquel viajero, tras una etapa de más de cincuenta años, se esforzaba por primera vez en su vida en recorrer con la mente los caminos andados, distinguiendo lo fortuito de lo deliberado o de lo necesario, tratando de elegir entre lo poco que venía de él y lo perteneciente a lo indivisible de su condición de hombre. … No se es libre mientras se desea, se quiere, se teme, tal vez no sea uno libre mientras vive. Médico, alquimista, pirotécnico, astrólogo, llevó puesta, de buen o mal grado, la librea de su tiempo, había dejado que su época impusiera a su intelecto ciertas curvas. Por odio a lo falso, pero también a causa de una fastidiosa acritud de humor, había participado en discusiones de opinión, en que un Sí inane responde a un No imbécil. Aquel hombre tan lúcido se había sorprendido a sí mismo al hallar más odiosos los crímenes, más necias las supersticiones de las repúblicas o de los príncipes que amenazaban su vida o quemaban sus libros, inversamente, había llegado a exagerar los méritos de un asno mitrado, coronado o “tiarado” cuyos favores le hubieran permitido pasar de las ideas a los actos. Las ganas de ordenar, de modificar o de regentar al menos un segmento de la naturaleza de las cosas lo había arrastrado a remolque de los grandes castillos de naipes o cabalgando sobre humo. Hacía el recuento de sus quimeras.”. 87 (Marguerite Yourcenar, Opus Nigrum. Punto de Lectura. 2003.

El verdadero trasfondo de la novela es el afianzamiento del luteranismo en tierras flamencas; en otras palabras, es la lucha entre Roma y los reformistas. Zenón, como su creadora, no cae en ninguna ortodoxia y al igual que el padre de Yourcenar, es un librepensador, posición intelectual inconcebible en el siglo XVI.
Marguerite Yourcenar fue una mujer inquieta intelectualmente hablando, pero al mismo tiempo poseía una gran curiosidad por conocer al otro, característica que la llevaba a querer entender la diferencia, la diversidad; al mismo tiempo que la indujo al respeto por otras culturas, por otras lenguas, por otras literaturas.
Esta búsqueda de otras culturas, la llevó a escribir un ensayo sobre Mishima y un libro de cuentos orientales, donde rescata el gran valor de la tradición oral. Los Cuentos Orientales podrían hacer parte de Las Mil y un Noches, poseen la magia y el encanto de ese mundo desconocido y mágico que es el desierto; al mismo tiempo que nos acerca a la cultura de los pueblos nómades.
Pero si aún queda un rescoldo de duda sobre la importancia y trascendencia de esta autora, no habría sino que pensar en su gran aporte desde el punto de vista estilístico. Obras como El tiro de Gracia, por ejemplo, son narradas en primera persona, en este caso por su protagonista. Esta técnica narrativa elimina el punto de vista del autor y por lo tanto su discurso se hace más objetivo, más universal. En el prefacio a esta obra, la autora escribe: “La narración es en primera persona y puesta en boca del principal personaje; procedimiento al que a menudo he recurrido, puesto que elimina del libro el punto de vista del autor, al menos, sus comentarios y permite mostrar a un ser humano haciéndole frente a la vida y esforzándose más o menos honradamente por explicarla, así como, en primer lugar por recordarla”. No obstante, habría que recordar que dicha técnica narrativa ya había sido abordada por André Gide, por quien Marguerite Yourcenar sentía un especial aprecio. La diferencia con Gide radica en la suprema maestría que imprime Yourcenar a sus textos.

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Nota: 1. Para mayor información pueden ver la excelente entrevista que le hiciese Bernard Pivot a Marguerite Yourcenar en su mítico programa Apostrophes:
https://www.youtube.com/watch?v=WUKgVUYmZvc
2. De igual forma pueden escuchar la entrevista que me hicieron del programa La máquina del tiempo, de Radio Uruguay, sobre Marguerite Yourcenar el pasado 16 de marzo 2015:
http://www.radiouruguay.com.uy/innovaportal/v/67386/22/mecweb/berta_lucia_estrada_un_estudiosa_de_yourcenar?parentid=11305
3. Esta breve reseña forma parte de mi libro ¡Cuidado! Escritoras a la vista… Ediciones Ble, Manizales, 2009.

https://www.facebook.com/bertaluciaestradae?ref=hl

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