Acabo de leer una pequeña joya literaria, uno de esos libros que se lee casi sin respirar, oliendo el aire marino, sintiendo en mi cara la humedad del Pacífico colombiano, esa zona pluviosa en la que raramente sale el sol porque siempre está oculto por la lluvia incesante que acaricia las olas de un mar a menudo embravecido o que copula con un viento implacable que azota árboles centenarios.
Ese es el escenario de La perra (Literatura Random House), la nouvelle de Pilar Quintana, Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana 2018. No he leído las otras dos obras seleccionadas, así que no puedo decir si su calidad es inferior o superior; lo que si puedo aseverar es que si bien tenía muchos deseos de leerla no había imaginado ni por un segundo la calidad estética que encontraría en sus escasas 108 páginas.
Pilar Quintana se rebela como una autora potente, madura, dueña de una voz narrativa como pocas veces se ha visto en la literatura colombiana; esa misma literatura que desconoce que en Colombia hay escritoras; incluso podría decir que Pilar Quintana está muy por encima de muchos escritores que son considerados de “culto” y que ante ella se ven minúsculos y desvalidos.
No voy a detenerme en hablar de Damaris y Chirli, su perra; puesto que creo que en los últimos días Pilar Quintana ha resumido en varias ocasiones la relación entre esta mujer que comienza a entrar en la edad madura, sin hijos, y cuya relación con la perra trasciende cualquier vínculo entre un amo y un animal.
El narrador omnisciente nos muestra, como si se tratase de una película, la vida de su protagonista y de los demás habitantes del pueblo y de los caseríos que lo circundan. En realidad es una metáfora de la soledad más atávica, no solo la humana sino la soledad de cualquier ser viviente; una soledad que nos pone ante la disyuntiva de ser libres o de vivir atados a alguien por el solo hecho que nos ha criado o que lo hemos criado; como si se tuviese que pagar eternamente el hecho que alguien nos curó o nos dio alimento cuando más lo necesitábamos, ignorando que finalmente existe el libre albedrío y que podemos partir cuando lo deseemos. Y cuando eso ocurre aparece la culpa, la rabia y el reproche, para recordarnos que el pasado no perdona.
El pueblo de pescadores de Damaris es un microcosmos que refleja con una gran crudeza la fragilidad y la miseria humana, y nos pone delante de una enorme herida purulenta que bien podría denominarse el fracaso o la derrota de esos seres manejados como marionetas indemnes por los hilos del vendaval que exige de ellos sumisión y penuria. Es un microcosmos que niega todo tipo de redención y donde cada habitante, pero sobre todo Damaris y su perra, está condenado de antemano y sabe que finalmente va a sucumbir por el peso monumental de sus propias culpas.
Es un mundo implacable, sin concesiones de ninguna índole, sin falsas piedades cristianas.
Una narración metafísica, en la que el dolor humano queda en las largas y afiladas uñas de un clima rudo y violento.
El pueblo, como todos los pueblos pequeños, es un infierno en el que se recorren todos los círculos dantescos posibles, no hay escapatoria puesto que en realidad el infierno lo lleva cada individuo ; asi que ¿cómo escapar de sí mismo ? ¿cómo esconderse de sus propias culpas ? Por otra parte, en la misma medida en que cada personaje controla a los demás en esa misma medida es controlado por sus vecinos o familiares. Nadie escapa a su propia condena ni a la condena del pueblo.
No hay personajes ni buenos ni malos, todos se mueven en esa sombra gris que los hace tambalearse como eternos funámbulos que saben que irremediablemente llegará la caída, y que cuando eso ocurra no habrá redes que la detengan.
En cuanto a la construcción de la ficción está muy bien lograda, los detalles más anodinos se rebelan a todo lo largo de la narración, sin que ningún detalle quede en vilo. Tal vez la única crítica que haría del libro es que el comienzo y el final no están bien logrados, sobre todo el cierre de la obra.
Imagino que Pilar Quintana quería dejar el efecto de una obra abierta, a la manera de ese cuento maravilloso de Juan Bosch*, La mujer ; lamentablemente no lo logra, el final, al menos para mí, es flojo y apresurado.
* http://ciudadseva.com/texto/la-mujer/
Por último quisiera decir que La perra es un libro que me hizo pensar todo el tiempo en otra joya literaria, Intemperie, de Jesús Carrasco: