El Hilo de Ariadna

Publicado el Berta Lucia Estrada Estrada

IV PARTE – FRIDA KAHLO Y DIEGO RIVERA

FRIDA KAHLO Y DIEGO RIVERA, O EL MITO DE UNA PAREJA

            EN EL MUSEO DE L’ORANGERIE

Kahlo, Diego and I 1949.jpg

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Pueden leer las tres primeras partes de este ensayo en los siguientes vínculos:

I parte

I PARTE – FRIDA KAHLO Y DIEGO RIVERA


II Parte:

II PARTE FRIDA KAHLO Y DIEGO RIVERA


IIIParte:

III PARTE – FRIDA KAHLO Y DIEGO RIVERA


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IV PARTE

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En 1943 Peggy Guggenheim invitó a Frida a participar en la exposición “Mujeres artistas”; posteriormente comentaría que si bien consideraba a Frida una excelente artista, no pensaba lo mismo de Rivera, Siqueiros y Orozco.

Poco tiempo después México comenzaría verdaderamente a valorar la obra de Frida Kahlo. Mientras que los muralistas iban perdiendo auge. Y junto con ella comienza a ser nombrado Rufino Tamayo, hasta ese momento en la sombra. La vida artística de México comenzaba a cambiar radicalmente. Las corrientes europeas se iban tomando las galerías y los artistas que anteriormente no eran comprendidos o menospreciados comenzaban a ser valorados y admirados. Es en ese período que el coleccionista Eduardo Morillo Zafa adquiere gran parte de sus cuadros, treinta en total, y le encomienda varios retratos de su familia, incluyendo el de su madre Doña Rosita Morillo (1944); posiblemente el mejor retrato que Frida pintó nunca. Ya que como había explicado antes su mejor modelo era ella misma. No sólo porque se conocía bastante sino porque en realidad era su vida lo que le interesaba pintar. Y es que la obra de Frida Kahlo hay que mirarla desde ese punto de vista, fue una obra pictórica esencialmente autobiográfica.

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El cuadro Doña Rosita Morillo muestra a una anciana de cabellos blancos, posiblemente recogidos en un moño, su oreja derecha tiene una candonga de oro de estilo mexicano, está cómodamente  sentada y tiene en sus hombros un chal que la protege del frío. Sus manos están tejiendo y del tejido sale un hilo que va directamente al espectador; uno de los símbolos utilizados por Frida Kahlo, no solamente para establecer comunicación con la persona que observa la pintura, sino también su forma de representar a la vida, como si se tratase de una Penélope que teje para no morir; aunque la mirada de Doña Rosita está apagada, como si el último soplo de vida estuviese agotado. Por otra parte, la mirada de Doña Rosita es directa, no baja los ojos, uno diría que  está mirando directamente los ojos de La Pelona que baila para ella, invitándola a que se una a la danza. La expresión de su rostro es de una profunda sabiduría, pero también de una tristeza infinita. Detrás de ella hay varias ramas y raíces que se entrecruzan las unas con las otras, como recordando el que será su último refugio. Y detrás de las ramas o raíces se ven muchas hojas y algunos espacios negros, lo que nos lleva a pensar  que es de noche, un cuadro nocturno, o sea el fin. No obstante, de las ramas salen flores que están llenas de vida, las cuales representan al hijo y a las nietas que van a hacer perdurar su estirpe. No en vano Frida decía que “la vida nace del tronco de la eternidad”.

Ya en 1943 ciudad de México contaba con una escuela de arte, La Esmeralda, adscrita a la Secretaría de Educación. Había sido fundada para recibir a los estudiantes que carecían de recursos económicos; tanto la matrícula como los materiales necesarios para la actividad artística eran gratuitos, y lo que verdaderamente la diferenció de otras escuelas es que contaba con artistas de primera categoría. Entre ellos estaban Diego y Frida, pero también María Izquierdo. Frida trabajó con verdadero ahínco e interés, y supo transmitirles a sus alumnos el amor y la pasión por la pintura. Fanny Rabel fue una de sus alumnas. Los invitaba a su casa y allí pudieron conocer a Leonora Carrington, entre otros artistas de la época. Pero también se esmeraba porque leyeran a Walt Whitman o a Maiakovski; les insistía en la importancia de la historia del arte. Les hablaba de Brueghel, de El Bosco o de Rousseau y les decía que Picasso “era grande y multifacético”. Con el tiempo algunos de sus alumnos, los que frecuentaban su casa de Coyoacán, se denominarían a sí mismos como los “Fridos”.

 

Después del segundo matrimonio la relación de Frida y Diego cambió, y aunque nunca superó los celos enfermizos si comenzó a verlo más como a un hijo pequeño que como al hombre descomunal que era; las cartas que le escribía así lo atestiguan, incluso decía que ella “engendró a Diego”.

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Cuando pintó el “Retrato de Diego” dijo:

“No hablaré de Diego como “mi esposo”, porque eso sería ridículo. Diego nunca ha sido ni será jamás  el “esposo” de nadie. Tampoco lo mencionaré como amante, porque para mí trasciende el reino del sexo. Si lo describo como hijo, no habré hecho más que expresar o pintar mis propias emociones, casi un autorretrato y no el retrato de Diego (…) Quizás esperen oír lamentos sobre lo “que se sufre” viviendo con un hombre como Diego. Sin embargo, no creo que las riberas de un río padezcan por dejar correr el agua, ni que la tierra sufra porque llueva, ni que el átomo se aflija porque descarga energía…para mí todo tiene su compensación natural. Dentro del margen de mi oscuro papel como aliada de un ser extraordinario, se me otorga el mismo premio que a un punto verde en medio de un campo rojo: el premio del “equilibrio”. Las penas y las alegrías  que regulan la vida de esta sociedad, podrida por las mentiras, no son mías, aunque viva en ella. Si yo tengo prejuicios y las acciones de otros, incluyendo las de Diego Rivera, me hieren, acepto la culpa de mi incapacidad de ver claramente; si no tengo tales prejuicios, debo admitir que es natural que los glóbulos rojos luchen contra los blancos sin el más mínimo escrúpulo, y que este fenómeno solo equivale a un estado de salud” (Hayden Herrera, Frida, una biografía de Frida Kahlo).

También es cierto que el sufrimiento que él le ocasionaba nunca dejó de sentirlo. Para Diego la infidelidad era algo normal, disfrutaba tener mujeres a su alrededor, tal y como sucedía con Picasso. Pero hay algo que a veces la gente no se detiene a pensar cuando habla de ese macho descomunal, es que no dicen que Frida se comportaba igual. Ella no se volvió infiel porque Diego lo fuera. Ella, desde sus tiempos de colegiala, tenía varias relaciones afectivas y sexuales, con hombres y mujeres al mismo tiempo. Incluso Hayden Herrera sostiene la tesis que Alejandro Gómez Arias, el que fuera su primer amor, la dejó precisamente por este comportamiento que ella tenía frente al sexo.

Por otra parte, cuando no se soporta verdaderamente el comportamiento de un hombre, debe buscarse la salida, sin puertas giratorias, salir y ni siquiera mirar hacia atrás. Máxime que Frida era una mujer independiente económicamente, muy inteligente y bastante culta para su época; así que verla como una pobre víctima del elefante de Rivera es bastante ingenuo. Con esto no quiero decir que justifique el comportamiento de Diego Rivera, lo digo porque quiero ser objetiva y justa para con los dos. Yo no veo a Frida Kahlo como la pobre victima de su marido ni de nadie, más bien fue una víctima de la fatalidad. También es cierto que hay relaciones de pareja donde uno de los placeres se deriva del sufrimiento ocasionado y sentido, algo más que malsano, pero que suele darse más de lo que uno creyera. Incluso Hayden Herrera hace alusión a una de las relaciones extramatrimoniales de Frida con un refugiado español que vivió en la misma casa de Frida y Diego; según ella fue la relación afectiva más estable y larga de Frida, y que Diego la habría aceptado sin poner ninguna traba. Por  su parte, Diego solía narrarle sus aventuras eróticas y ella las celebraba riéndose, pero al final de su vida le decía que ya no le interesaban sus devaneos amorosos.

En agosto de 1953 su pierna enferma le es amputada. Frida se refiere a ella misma con una frase más que lapidaria: “Soy la desintegración”. Después de la operación se negaba a ver a la gente, no quería ver a nadie. Fue como una segunda muerte, la primera fue cuando pintó el cuadro La Pelona. Luego tuvo su primer intento serio de suicidio. Aún faltaba el definitivo.

Al final de su vida su carácter volcánico se agudizó, gritaba, vociferaba es la palabra adecuada, trataba de pegarle a las mujeres que la cuidaban, y que en cierta forma la estaban acompañando a morir; porque esa es una de las funciones que las sociedades de todos los tiempos nos han reservado a las mujeres, somos guías en el sendero de la muerte; por eso los griegos hablaban de las parcas.

A las dos botellas de cognac que se tomaba diariamente había que sumarle el demerol y otros estupefacientes – el cajón de su mesa de noche estaba lleno a reventar de dichas drogas , mas que suficientes para matar a una manada de elefantes-, y cada vez había que inyectarle dosis superiores, siempre quería más y más. Y sin embargo, aún tenía fuerzas para pintar,  para ello la sentaban en su silla de ruedas y la ataban a ella para que no se cayera. Solía decir : “no estoy enferma. Estoy destrozada. Pero soy feliz de vivir mientras tengo la capacidad de pintar”. La muerte la rondaba -ella lo sabía-, la sentía, la olía, le hacía guiños, la invitaba a bailar, le ofrecía un vaso de tequila, como quien ofrece la cicuta; y Frida la miraba halagada, casi que agradecida, sin decidirse completamente, pero sobre todo no se peleaba con ella. En su diario dibujaba calaveras, como las de Posada, y ángeles de la muerte. Su última frase es más que elocuente: “Espero alegre la salida… y espero no volver jamás… Frida”. El 13 de julio de 1954 se anunció la noticia que Frida Kahlo había muerto de una embolia pulmonar. Nadie habló de suicidio. Aún hay gente que lo niega.

 

NOTA FINAL: En este ensayo no abordé la pintura de Diego Rivera ya que la conozco muy poco, espero que mi ignorancia pueda encontrar algo de alivio cuando visite México, país al que todavía no he ido. No hay que olvidar que la obra de Diego Rivera alcanza la cifra alucinante de casi 2000 obras, eso sin contar sus murales; en cambio la de Frida son 200 cuadros. Esto no quiere decir nada en cuanto al valor de la obra de cada uno, puesto que al decir esto me refiero sólo a la parte cuantitativa.

Bibliografía: Aparte del libro de Hayden Herrera, al que hice alusión a todo lo largo del ensayo, Frida, Una biografía de Frida Kahlo, publicado por primera vez en 1983, y publicado nuevamente por Editorial Planeta en 2007 -edición con la que trabajé y en la cual encontré las citas a las que hago referencia-, también me sirvieron como soporte varios libros de historia del arte, como el de Taschen, de Andrea Kettenmann, y por supuesto el catálogo de la exposición que actualmente se lleva a cabo en el Museo de L’Orangerie: Frida Kahlo L’Art et Fusion Diego Rivera, Musées d’Orsay et de l’Orangerie / Hazan con la colaboración del Museo Dolores Olmedo. Aunque gran parte de la información que está en el catálogo proviene precisamente de la obra de Hayden Herrera; ellos mismos reconocen que hasta el momento no se ha hecho una investigación que la supere.

PUEDEN VER UNA BREVE PRESENTACIÓN DE LA EXPOSICIÓN DEL MUSEO DE L’ORANGERIE EN EL SIGUIENTE VÍNCULO:

http://www.youtube.com/watch?v=pdfQbC8T7wA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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