El Hilo de Ariadna

Publicado el Berta Lucia Estrada Estrada

De Hrotsvitha de Gandersheim a Hildegarde de Bingen

Hildegarda ilustración

La historia de la cristianización de Occidente se debe en gran parte a la influencia de las mujeres y a su poder político. Sin embargo, no hay que olvidar que detrás de cada aceptación por parte de los reyes, para convertirse al cristianismo, había un interés económico, territorial y político enorme. No obstante, también se podría decir que si bien el poder real masculino representaba la fuerza y el deseo de dominio absoluto, el poder real femenino representaba la inteligencia y el equilibrio. Sin el apoyo de Clotilde, por ejemplo, Clovis no hubiera podido expandir su territorio a todo lo largo y ancho de lo que es hoy en día el territorio francés; y lo que es más importante aún, poder conservarlo. Por otra parte, no hay que olvidar la influencia de la vida monacal en la sociedad medieval.

Hacia el siglo IX las monjas no sólo oraban, sino que muchas se dedicaban al paciente trabajo de la iluminación o bien escribían libros sobre los apóstoles. Las abadesas alemanas, generalmente emparentadas con las familias nobles, hicieron de sus monasterios verdaderos centros de cultura y algunas de ellas participaron en la vida política. Las abadesas eran mujeres de gran cultura, generalmente hablaban latín y griego, tenían conocimientos literarios, teológicos y de derecho. Según Régine Pernoud (1909-1998), el primer gran nombre de la literatura alemana en el siglo X es el de la canonesa Hrotsvitha de Gandersheim (935-973), o Rosvita. Se sabe que no fue propiamente monja, sino canonesa, y la diferencia es grande; ya que las primeras se regían por los tres votos de castidad, obediencia y pobreza; mientras que las canonesas se regían básicamente por el voto de obediencia, y en algunos casos por el de castidad. El de pobreza quedaba excluido, así que ellas tenían a su disposición el dinero que sus familias podían otorgarles. En el caso de Hrotsvitha es de suponer que su fortuna era bastante importante, así como su linaje, ya que tenía lazos fuertes con la corte de los Otones. Gracias a su linaje y a su fortuna, podía disponer de siervos, tener una biblioteca privada, así como recibir visitantes y realizar todas las salidas del convento que ella desease e incluso podría haberse casado si así lo hubiese deseado. Como muchas mujeres de su época conocía a fondo a escritores de la talla de Terencio (+169 a.c.), de Virgilio (70 a.c.- 19 a.c.), de Ovidio (43 a.c.-17 d.c.), de Boecio (480-524). Su obra iba desde leyendas escritas en verso para ser leídas en el refectorio, hasta obras de teatro al estilo de Terencio, pero haciendo énfasis en el espíritu cristiano, con lo cual dejaba atrás el tono licencioso utilizado por las mujeres romanas y daba paso al lenguaje casto y virtuoso del culto mariano; entre ellas están Pafnucio y La conversión de Tais. El teatro tenía una doble finalidad: educar y entretener. En el año 965 escribe un largo poema histórico dedicado a Oton II (955-983) y otro poema sobre los orígenes de su monasterio. También escribió sobre el matrimonio, y sostenía que era otra forma de rendirle culto a Dios. Hrotsvitha de Gandersheim exige que se valore lo que escribe, independientemente del género al que se pertenezca; puesto que para ella lo que verdaderamente cuenta es el talento a la hora de escribir. Sus conocimientos no se limitaban a la literatura latina, también incursionó en la música y en la filosofía; conocía a Aristóteles, a Platón (428 a.c.-347 a.c.) y a San Agustín (354-430).

Pero no sólo las abadesas o canonesas se dedicaban a escribir, sino las monjas. Es el caso de Mechtilde de Magdebourg (1207-1282). En 1250 escribe la primera obra mística en lengua vulgar, La luz de la divinidad. Por su parte Gertrudis la Grande (1256-1301) escribió Heraldo de la amorosa bondad de Dios o Revelaciones de Santa Gertrudis. Se encuentran, también, las hermanas Gertrude y Mechtilde de Hackerborn (1241-1299).

La instrucción no era sólo para las monjas. Aunque la educación de las niñas se hacía dentro de las paredes conventuales no todas ingresaban a la vida monástica. Muchas de ellas abandonaban el convento al llegar a la edad de formar una familia; por lo que no es de extrañar que el primer tratado de educación, publicado en Francia y escrito en versos latinos, haya sido escrito por una mujer de nombre Dhuoda (siglo IX), el cual fue realizado como una reflexión para la educación de sus hijos. Sin embargo, la historia suele hablar solamente de Rabelais (1494-1553), de Montaigne (1533-1592) y de Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) como los primeros en haber publicado un tratado sobre dicho tema. El manual de Dhuoda, escrito en latín, está dirigido a su hijo de 16 años, y su estilo es característico de la Edad Media; ya que está lleno de ejemplos de la vida cotidiana y de La Biblia. El conocimiento que se tenía de las Sagradas Escrituras y el peso que tenían en la vida de los laicos era absoluto; por lo que Dhuoda, al hablar de algún personaje bíblico, y consciente del conocimiento que su hijo tenía de La Biblia, no siente la necesidad de darle mayores explicaciones. Algunos de sus consejos siempre serán vigentes: “Tú tienes libros y siempre los tendrás, hojéalos, medita sobre ellos, trata de comprenderlos y busca doctores que puedan instruirte; ellos te proporcionarán los modelos que te ayudarán para hacer lo mejor posible la tarea que te impongas”. También le aconseja cuidar de su hermano menor. El libro había sido escrito entre los años 841 y 843 -Carlomagno había muerto en el 840-, pero su hijo no tendrá mucho tiempo para seguir sus consejos ya que es asesinado en el 849 acusado de traición. No hay que olvidar que los hijos de Carlomagno se enfrentaron en un conflicto fratricida por el control del poder. Incluso el esposo de Dhuoda había sido condenado a muerte en el 844 por haber apoyado a Pepino de Aquitania contra Carlos el Calvo, dos de los hijos del emperador. El manual de Dhuoda no deja lugar a dudas en cuanto a su formación se refiere, era una mujer educada, con amplios conocimientos para su época; pero sobre todo es un reflejo fiel del pensamiento medieval. La producción literaria occidental, que va desde el siglo VI hasta el siglo XIV, está impregnada de la lectura de Las Sagradas Escrituras. Pero sería un error pensar que ése era su único libro de cabecera. Su obra deja entrever que conocía muy bien a los clásicos de su época, como San Isidoro de Sevilla, San Agustín, las Reglas de San Benito, entre otros. Como muchas mujeres nobles de su época, Dhuoda conocía el griego y el hebreo, además del latín, por lo que es de suponer que tuvo acceso a libros en dichas lenguas. Es de anotar que su nieto Guillermo el Piadoso (875-918), fue el fundador de la Abadía de Cluny en el año 910.

Más tarde encontramos a la primera historiadora de la que se tenga noticia, Ana Comnena (1083-1153), hija de Alexis I Comenno (1056-1118), (también conocido como Komnenos) emperador bizantino. Ana Comnena recibió una educación esmerada, que la convirtió en una mujer estudiosa, lo que hizo de ella una mujer de gran sabiduría. Era una especialista en mitología y literatura griega e incursionó en los estudios filosóficos. Pero su gran pasión fue la historia. Escribió Las Alexiadas, en homenaje al reinado de su padre Alexis I (1081-1118). Una obra monumental, y no es un eufemismo, puesto que está compuesta de quince volúmenes. Su obra está influenciada por los historiadores griegos Jenofonte (430 a.c.- 355), Tucídedes (460 a.c.- 396) y Polibio (203 a.c.- 120), y al mismo tiempo hace gala del estilo “aticismo” [1] tan en boga en la época de Ana Comnena. Es una obra indispensable si se desea conocer la historia del Imperio Bizantino. Es importante anotar que Constantinopla poseía una gran biblioteca, por lo que no es extraño que los bizantinos conociesen a fondo la literatura clásica. Ana Comnena no sólo se quedó en el papel de intelectual pasiva, sino que fue una mujer muy crítica frente al momento histórico que le tocó vivir; me refiero a que nunca aceptó las cruzadas. Reconoció, como muchos de sus contemporáneos, que la barbarie de los cruzados era inaudita y entendió que detrás de todo el horror que dejaron sembrado, había un interés económico, religioso y político de gran envergadura. Es de anotar que el imperio bizantino era de una exquisitez incomparable, sus súbditos poseían un grado de refinamiento desconocido en las cortes europeas; incluso utilizaban cubiertos. Esta anécdota, que pareciera algo anodina, toma relevancia cuando se sabe que los cubiertos no fueron introducidos en la mesa francesa sino hasta el reinado de Francisco I (1494-1547); el primer país europeo en haberlos adoptado había sido Italia, es allí donde el rey francés los conoce. En el siglo XI y XII Constantinopla era un imperio inmensamente rico. Según Régine Pernoud, la gran investigadora del Medioevo, el Imperio poseía la tercera parte de la riqueza del mundo conocido en ese entonces. Las fiestas eran fastuosas, mágicas, con decorados de cuentos de hadas orientales, los festines eran de leyenda y los tapices estaban por doquier, para impedir que los nobles pisaran el polvo. Ese fue parte del esplendor que encontró Leonor de Aquitania y ese fue el mundo que la deslumbró.

En cuanto a Europa se refiere, es importante tener en cuenta que la mujer en la Edad Media gozaba de una gran libertad de derechos jurídicos y económicos que luego le fueron arrebatados. Por ejemplo, era usual que la mujer acudiera sola ante un notario con el fin de registrar la actividad económica a la que se iba a dedicar -una tienda o un pequeño taller de confección- sin que necesitase una autorización marital. La autorización del marido aparece siglos más tarde con el Código Napoleónico. Incluso las mujeres alcanzaban la mayoría de edad a los doce años, mientras que los hombres la obtenían a los catorce. Régine Pernoud describe la situación de las mujeres medievales así:

“En los registros notariales es frecuente ver a una mujer casada tomar decisiones sola, por ejemplo: abrir una tienda o ejercer una actividad comercial, sin necesitar una autorización del marido. … el caso de los documentos de París del siglo XIII, registran un sinnúmero de mujeres que ejercen diferentes profesiones: maestra de escuela, médica, yesera, tinturera, copista, miniaturista, etc…

Es sólo al final del siglo XVI, mediante una ley expedida por el Parlamento y fechado en 1593, que la mujer será apartada explícitamente de todas las funciones del Estado. La influencia, heredada del derecho romano, no tarda en confinar a la mujer a lo que había sido, a través de todos los tiempos, su dominio privilegiado: el cuidado de la casa y la educación de los niños. Tarea de la que luego será también apartada por la ley, puesto que no hay que olvidar que el Código Napoleónico le arrebata los pocos derechos de los que aún gozaba. Pierde el poder sobre sus propios bienes y se convierte en una figura subalterna en su propio hogar”. …“La sociedad conyugal del Medioevo, el padre y la madre, ejercía conjuntamente el oficio de la educación y de la protección de los hijos, al igual que la administración de los bienes”. [2]

Régine Pernoud nos hace tomar conciencia de la importancia de la mujer en el Medioevo, con lo cual quedan desvirtuadas muchas teorías que dicen que la mujer no tuvo ninguna relevancia social ni política en los últimos dos mil años. Otra religiosa que dejó una obra importante fue Herrade de Landsberg (1125-1195). Su libro Jardín de Delicias, con las miniaturas correspondientes, daba instrucciones a las novicias y a las monjas en general. Su trabajo bien puede interpretarse como un estudio sociológico, ya que muchas de las miniaturas, 336 en total, dan cuenta fiel de las costumbres monacales. Y por supuesto, está Hildegarda de Bingen (1098-1179). Como muchas mujeres de su tiempo, había sido entregada a la Iglesia cuando sólo contaba 10 años de edad. Era una especie de diezmo que las familias le pagaban a la Iglesia. En el caso de Hildegarda hay que reconocer que esta “transacción” espiritual, léase también económica, tuvo sus frutos. Al no casarse, ni tener hijos, pudo consagrarse enteramente al conocimiento. Escribió varios libros, entre ellos Scivias (Conoce los caminos), pero también escribió un número considerable de obras musicales sacras –setenta y cuatro en total-, a las que tituló Symphonia armonie celestium revelationum, e incursionó en los estudios científicos, tanto en física como en medicina. En esta última disciplina se adelantó varios siglos a la descripción de la circulación sanguínea. Realizó, igualmente, estudios de astronomía, y al igual que Hispatia de Alejandría estaba firmemente convencida que el sol era el centro del universo. Escribió un libro titulado Lengua ignota, por lo que los seguidores del esperanto la ven como la precursora de su lengua. Estableció correspondencia con los grandes letrados y hombres de la época, entre ellos el papa Eugenio III (+1153) y Bernardo de Claraval (1090-1153), el gran contradictor de Pedro Abelardo e instigador de la Segunda Cruzada; con el Emperador de Alemania Conrado y su sucesor Federico Barbarroja (1122-1190); estos hombre la respetaban y demandaban su sabio consejo. Denunció la corrupción de los grandes prelados y criticó la posición de la Iglesia frente a los cátaros. Si bien consideraba que éstos debían ser expulsados del seno de la Iglesia, al mismo tiempo condenaba la persecución y ejecución de la que fueron víctimas. Su actividad fue aún más lejos al convertirse en predicadora, antes que Bonifacio VIII (1235-1303), decidiera que las monjas debían vivir enclaustradas. Bonifacio VIII ordenó, igualmente, que las prioras fuesen supervisadas por un representante masculino de la Iglesia, arrebatándoles de este modo la autonomía que siempre habían tenido.


[1] El término “aticismo” significa seguidor de “Áticos”, movimiento retórico que había conocido un gran auge en el siglo I a.C.

[2] Pernoud, Régine. Pour en finir avec le Moyen-Âge. Édition du Seuil. Pág : 97-98. (Traducción libre de la autora del libro).

Nota 1: Este artículo hace parte de mi libro ¡Cuidado! Escritoras a la vista…, Ble Ediciones, 2009. Pueden leerlo gratuitamente en la Biblioteca Digital de la Universidad Nacional de Colombia

http://www.bdigital.unal.edu.co/41949/

Nota 2: Mi buen amigo Ricardo Bada me envío un vínculo de la película Hildegard Von Bingen de la directora Margerethe Von Trotta, pueden verlo en el siguiente sitio:

http://youtu.be/g-kBG3KxAjQ

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