Dos o tres cosas que sé de cine

Publicado el fgonzalezse

El acto de matar y La mirada del silencio: la memoria de la barbarie

¿Cómo se recuerda la barbarie? ¿Cómo continúan viviendo los habitantes de una nación en que millares de personas han sido asesinadas del modo más vil como si nunca hubiera ocurrido? ¿O cómo si fuese normal? Hace más de una década Joshua Oppenheimer comenzó el trabajo que derivó en dos documentales lúcidos y espeluznantes. El acto de matar (The Act of Killing) y La mirada del silencio (The Look of Silence) son agudas exploraciones que crean una cartografía sobre el modo en que se recuerda los viles asesinatos de casi medio millón de supuestos comunistas por parte de grupos paramilitares aliados con la dictadura que todavía hoy rige en Indonesia. Oppenheimer, con un grupo de colaboradores, ha abordado un pasado problemático para mostrar de un modo agudo el modo en que se recuerdan dichos asesinatos. Con este par de documentales lo que consigue el realizador es fabricar un documento sobre la memoria del horror. Complementarios y opuestos, ambos largometrajes indagan con las personas que viven todavía -victimarios y víctimas- para armar un conjunto que expone una horrenda marca que todavía llevan consigo, con todos los matices y contradicciones que esto conlleva para unos y para otros. Es un proyecto ambicioso e inusual que rompe con las aproximaciones corrientes con el objeto de una revelación: lo crudo y doloroso de un pasado cuyas heridas siguen abiertas. No digo palabras vacías al afirmar que ambos documentales son imprescindibles.

El acto de matar es un soberbio ejercicio que parte de una premisa que suena a provocación: invitar a los perpretadores de los asesinatos para que los recreen como si fueran las películas que admiran. El documental registra con agudeza a un grupo (sociedad) insensibilizado frente a dichos crímenes. Los toques surrealistas emergen con frecuencia para darle una cualidad alucinatoria al largometraje, y, sin embargo, lo que  muestra el documental es profundamente real. Se trata de una reconstrucción de la memoria, lo que en parte es una reconstrucción de la fantasía que conlleva un recuerdo. En todo caso, la misma cualidad alucinatoria no solo se presenta en las representaciones, sino más comúnmente cuando se registra lo que ocurre sin intervención de los realizadores: en un punto Anwar Congo, el líder de uno de los escuadrones paramilitares y protagonista del documental, es invitado a un programa de variedades donde se le trata como si fuera una celebridad. La escena parece sacada de una diabólica farsa, mas no es sino la realidadEl acto de matar se sucede entre las representaciones y la documentación del día a día de los victimarios, quienes se ufanan casi con «inocencia» de sus actos. Solamente al final de una de las representaciones el propio Anwar, incapaz de aguantar el dolor y la miseria que ejercieron al torturar a sus víctimas, se derrumba. No ha faltado quienes cuestionan la autenticidad de estos sentimientos, como también la arriesgada postura de Oppenheimer al enfocarse en los asesinos. La apuesta del documentalista da réditos porque desnuda a quienes protagonizan el largometraje, al tiempo que documenta como pervive el recuerdo de actos abominables en ellos. Esta es una de las caras de la memoria que configura el realizador: la memoria de los asesinos.

La mirada del silencio es la cara complementaria: la memoria de las víctimas. Adi es hermano de una de las personas asesinadas en 1965. El documental ahora presenta la vida de Adi, optómetra que va hasta las casas de sus clientes para ofrecer prescripciones. Adi sabe que algunos de ellos son cómplices, cuando no los asesinos mismos de su hermano.  El documental se transforma en un espacio en que Adi, tras observar el material que han recogido los realizadores con las descripciones de los crímenes por parte de los asesinos, puede ir a las casas de los victimarios, confrontarlos para que acepten sus crímenes y para que den muestras de arrepentimiento. La mirada del silencio recurre a estrategias convencionales para darle cuerpo concreto a una memoria que ha sido proscrita, re-escrita para que se adecúe a la versión oficial. El documental, por tanto,  procura recuperar un recuerdo vedado. Ya no se representa el recuerdo con esa osada fantasía de El acto de matar, sino se observa y se escucha, el recuerdo surge al invocarlo, a pesar de que a quienes se les piden que lo hagan ya no lo quieran revivir. En contraste con la actitud que exhibían al hablar con extraños, la reticencia le suma otra capa a lo que significó el horror y lo que significa recrear la memoria de la barbarie. La cinta ofrece, además, un retrato sentido de la familia de Adi, con toques casi beckettianos: el padre, ya completamente senil, apenas puede recordar quién es y dónde se encuentra; en una escena grita aterrado porque se ha perdido en su propia casa y no sabe qué pueda ocurrir. Es una imagen patética que muestra de modo concreto una condición humana que ha ido revelando ambos documentales. La mirada del silencio recurre a una suerte de poética con la nos obliga a ver todo lo que entraña cargar con recuerdos de actos abominables. El documental cierra el ciclo abierto con El acto de matar para completar la creación de la memoria del horror.

 

El cine, entre otras cosas, puede ser una forma de conservar un momento y de configurar una memoria. Con el cine se registran los recuerdos que los espectadores guardarán, lo que será la memoria futura. El acto de matar y La mirada del silencio son muestras contundentes de cómo se trata de revivir, desde el presente, la memoria de la barbarie, y cómo se altera y reconfigura en un nuevo documento. Este par de documentales exhiben como los actos de horror perviven, con todo lo que ello conlleva, para los involucrados, ya sean víctimas o victimarios. Al conjugarse las cintas construyen un díptico con el que se crea una nuevo recuerdo, una nueva memoria que revive y plasma unos eventos que habían sido opacados por una versión oficial, le insuflan con nueva luz una barbarie que un gobierno había tratado de normalizar. Es importante ver estos dos documentales, más en un país en el que estamos tan aquejados por tantas violencias y tan monstruosos crímenes. Debe revistarse este par de documentales, no tanto como obras separadas, sino complementarias, como un solo texto dividido en dos entregas. Las cintas de Oppenheimer son fundamentales en el panorama contemporáneo, político y cinematográfico.

Para ver más entradas pueden ir a http://2o3cosasquesedecine.blogspot.com/

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