El tictac de las zapatilla de doña Pau
8 relatos densos
Federico Santodomingo Zárate
Edición de autor
60 páginas
Barranquilla, 2023

La frase que da título a esta reseña, la tomo parafraseando el epígrafe de Patrick Suskind que abre este compilado de cuentos del escritor colombiano Federico Santodomingo Zárate (Riofrío, Magdalena, 1950), “Lo que tiene que decir un escritor lo dice en sus libros”. Y es que precisamente la memoria es el detonante en estos ocho relatos breves en el ejercicio de la autoficción con acierto mediado por la reelaboración de un entorno en movimiento, desde el dejo coloquial, la cultura como escenario y toda una serie de personajes entrañables que nos cuentan de sus vidas con la secreta intención de poner el dedo sobre la yaga en lo que a idiosincrasia y realidad se refiere. Esta dicotomía funciona a manera de catalizador y es allí donde reside el principal encanto de cada lectura. Por esta razón, aparte del cuadro de costumbres, encontramos una cartografía detallada de lugares y rumbos que nos ponen en el contexto adecuado. No se puede hablar del Caribe sin su geografía.

Filólogo en idiomas, garciamarquiano y profeta de la novela de no ficción acuñada alguna vez por Truman Capote, a Santodomingo puede vérsele desde su imaginario atravesado por la aldea como paradigma, toda vez que su idea de la literatura acude a la realidad como representación del territorio, como testimonio de un realismo mágico en donde estos cuentos en particular cumplen un papel secular: partir de la autoficción hasta llegar al absurdo como bastión de la cultura y el sentir caribes. Es en ese entorno en el que abren paso relatos como aquel que abre y da nombre al libro, “El tictac de las zapatillas de Doña Pau”, relato alrededor de don Eduar y su doble vida, a ratos disoluta, a ratos rutinaria, aquel hombre de buenos modos que ya carnavaleado sale a muchachear los domingos, comer “donde el chino del Paseo Bolívar”.

En el ir y venir de la anécdota cotidiana, aparece la idea de lo que significa ser un individuo de la costa, sobrepuesto de alguna forma a cachacos y otros personajes altisonantes con los que cada cuento se abre camino entre la resaca y las canciones que aparecen a cada rato en medio de lo narrado. Es por ese rumbo que asistimos al recuerdo pregonado de afán, así, en medio de copas y risotadas. Esos tragos que luego habrán de convertirse “en tremendas trifulcas en las cuales pegaba, gritaba y echaba a todo mundo no rea􀏐irmaban el alto origen social pregonado Sin hablar de los abultados vales en la tienda. En 􀏐in, la gente se lo soportaba y sabían que con trago se habla mierda”. Y al decir mierda, creo que habría la necesidad de subrayar un elemento transversal en este libro de Federico Santodomingo, las licencias semánticas con las que, sin llegar a lo coloquial o a la caricatura, sentimos que esta suma narrativa resuma de energía. Me refiero a expresiones como “Pero el vacile estaba en el movimiento de las nalgas y el tictac de las zapatillas de Pau para darle elegancia señorial y aires de putona”; “Aunque al otro día saliese como todo un gentleman a pedir excusas…”; “Se enorgullecía como el pavo real, pecheando una inusitada trascendentalidad cachaca”; “Este es el castigo coreano. Qué rinoceronte ni que mondá”; “Ahí concluía en la tienda del cachaco, tomando Coca-Cola con pan y fumando más cada día. Tiraba varillazos aquí y acullá”; “No se te olvide –le recordé—soy de Ciénaga, tierra de putas y policías”; “Paliquear con un exalcalde conminado al presidio por paraco”. Me quedan, eso sí, un sinfín de etcéteras.

Del relato personal, la anécdota cómica y la idiosincrasia, pasamos sin pausa a la escenografía: las calles, los lugares conocidos, por conocer; los recuerdos enmarcados dentro de la “aldea”, o en una “ciudad donde sólo crecían las iglesias y los supermercados”. Lugares cruzados por las culturas del atlántico colombiano, caso de aquel personaje cuya intuición de sus antepasados árabes, lo llevó a esconder su dinero, acaso desde la idea de lo transcultural, lo foráneo, desde lo próximo hasta lo medianamente lejano: Combita, Bogotá, Boston o New Jersey. Es aquí donde la postal se nos muestra de manera más general: poetas, policías, estafadores, putas, proxenetas, curas y señoras en iglesia de domingo.

Al caso viene, por ejemplo, el cuento “Percances de un poeta en un mundo brutal”, precisamente por configurar un texto que abreva de todos los elementos centrales en la cuentistica de Santodomingo, esto es, la historia, la memoria próxima, la algarabía discursiva, los lugares y espacios del Caribe y la revelación de lo cotidiano como contexto o forma de relacionarse con el lector ajeno a esta especie de cosmogonía o ritual que supone la identidad caribe. En el entretanto, el decir constituye además una identidad. La velocidad de las palabras, los anglicismos, los términos y referencias. Esto sumado a lo que el autor cuenta entre los pliegues de cada relato:

“Las demás parejas se entretenían con sus blackberry de todos los colores. Hay un break que me sirve para dialogar con un pariente del político anapista, el finado Musa Tarud. Allí estuvimos varias veces dialogando con él. Nunca me imaginé que esta capilla política se iba a transformar en un sitio tan in, en la ciudad”.

No se cuida Santodomingo en llamar las cosas por su nombre, incluso con algunos nombres propios, universidades o momentos de nuestra permanente violencia. Desde la Uninorte hasta la cartera marca Vélez robada en un atraco masivo. Para rematar, este cuento lo hace hábilmente en una mezcla de nostalgia y borrachera: “Y Yo el iconoclasta, el irreverente, doblegado en una catedral del placer por el único pastor que siempre he reconocido, en mis mamaderas de gallo, el grand Old Parr que mis hijos, sin proponérselo, guardan ahora como una reliquia más de la violencia que nos rodea por todos los flancos a los colombianos”.

Es en este orbe donde cada cuento tiene a bien trasladar el resorte de la risa y la narración fluida y cómplice al terreno de lo solemne, de las tristes glorias de un país plagado de sin razón: la historia reciente y no tan reciente con la que Santodomingo remarca temas como la política y la guerra. es aquí donde el lector podrá llegar a fraternizar, eso sí, en medio de la guacherna y el calor, con personas de carne y hueso golpeadas por el absurdo. Para el caso, bien vale el cuento “Primero muerto que mamerto”:

–Los cambios que da la luna los da la mujer también –parloteaba José Navarro, en medio de las algarabías de parranda en que todo borracho se cree cantante y solo escucha el mundo de las confesiones personales de las frustraciones del pasado.

La lengua profana, así como el constante pulso al temperamento festivo y directo de una región, resultan aquí factores determinantes. El ridículo, la borrachera, la entelequia, la música como detonante o como testimonio, la ciudad como espejo, como puesta en escena y, sobre todo, la proeza del humor y la crítica soterrada en medio de militares, traquetos, muchachas prepago y ladrones que a menudo se preguntan: “En fin, uno nunca sabe cuándo comienza a aparecer el alma del traqueto”.

Avatar de Carlos Andrés Almeyda Gómez

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