Estereotipografía / El poeta
Federico Santodomingo Zárate
Edición Cara y cruz
Funescuela
Barranquilla, 2025
80 páginas

En una muy particular edición facsimilar y en formato de cara y cruz, el proyecto editorial Funescuela de Barranquilla entregó el septiembre pasado la reedición del poemario Estereotipografía / El poeta de Federico Santodomingo Zárate (Orihueca, Magdalena), quizá como una necesaria forma de hacer contrapeso al silencio que pesa en muchos ámbitos culturales del país frente a la producción literaria no cobijada por la bendicion de los gremios, los grandes grupos editoriales, los premios institucionales, la prensa nacional y, en buena medida, por la crítica y la difusión regional. De alguna forma, muchos autores se abren camino a partir de la buena fe de lectores entusiasmados por escarbar más allá lo que venden las estanterías; en otros casos, seguimos viviendo en pequeños feudos o parroquias donde autores y lectores se acomodan a su realidad, a veces no parece necesario ceñirse al criterio editorial o trasponer las murallas regionales para sentirse a salvo entre lo familiar y esa cotidiana resistencia que no necesita de la bendición del canon o de la crítica de bolsillo. A veces los libros –como el patito feo– brillan a pesar de su precariedad estética o de su ausencia de apellidos.

La labor editorial en el país supone una suma de buenas y malas decisiones, sobre todo en lo referente a proyectos emergentes, regionales, edición de autor y libros venidos a este mundo sin un intermediario real entre el autor y el impresor. Uno de los problemas propios a la edición en Colombia, por lo menos a aquella que no alcanza a sumarse al lobby cultural o a ser siquiera parte de la recientemente inaugurada familia de “los independientes” en el país[1] ­–aparte de la falta de apoyo institucional, así como de programas de formación editorial a nivel nacional–, reside en la ausencia de una figura que convenga en materializar un libro como un todo orgánico, esto tanto en lo estético como en lo literario: hace falta la presencia de un editor.

Salidos de este primer llamado de atención, vamos al libro. Estereotipografía / El poeta comporta como obra una lectura paralela, una película con comentarios del director, un ejercicio necesario en la revisión crítica de las nuevas literaturas por alguna razón aisladas dentro de los feudos literarios en Colombia[2]. Estereotipografía / El poeta es un libro que debe ser leído en este contexto. Hay una deuda con la literatura escrita desde los márgenes y un libro a varias voces como este lo demuestra. Por un lado, se incluyen –en El poeta– voces de autores, periodistas, críticos y amigos alrededor de Santodomingo Zárate. Empresa interesante, cuando se revisa la lista de llamados a hablar del autor y llegamos a algo que me recordó una colección adelantada desde la Editorial de la Universidad Nacional, “Valoración múltiple”, colección de libros dedicados a autores colombianos como Germán Espinosa o R.H. Moreno Durán. Dicha colección recogía crítica académica y ensayos sobre los autores homenajeados. Aquí, en el caso de Santodomingo Zárate, algo similar sucede en ese tenor, aunque estas sean notas breves y un poco personales, amistosas si se quiere, notas que dan cuenta de los ires y venires de la obra de Santodomingo Zárate en el boca a boca de contemporáneos y amigos. Ejemplo de ello, el texto de David Sánchez Juliao donde se lee, en un simpático relato en el que al poeta se le confunde en una reunión en las instalaciones de Caracol Televisión con algún millonario apóstata –claro, a cuenta de su apellido Santodomingo–:

“Claro que a todos extrañó la pinta de excéntrico millonario. Pantalón azul desteñido, sandalias con calcetines, una chaqueta de cuero raído, el cabello alborotado como nido de oropéndola, y lo que más denunciaba su exótica bohemia, una mochila Arahuak repleta de papeles, lápices y libros”.

A la anécdota le sigue esta declaración: “Es poeta, ¡cómo te parece ala!, murmuraban las secretarias en el claro oscuro de los pasillos”. A modo de cortas crónicas, el libro se abre camino con notas como la escrita por el poeta samario José Luis Díaz-Granados. Se trata de un perfil biográfico del poeta amigo, una semblanza: “Este hombre sensible y recreador de la vida –escribe Díaz-Granados–, que cuando niño soñaba con ir a Santa Marta o a Fundación en tren, que casi no puede creer que de pronto se encontraba en la cosmopolita Bogotá, obtuvo (…) el gordo de la lotería en un viaje a la legendaria Rusia…”. Luego otros como Simón Orozco, Guillermo Luis Nieto Molina o la propia hija del poeta Santodomingo aunarán a este libro su propia experiencia junto a él, sea desde la idiosincrasia que se sabe alimenta el carisma del poeta así como desde la cercanía, “este es mi padre, el poeta…”, sentencia Triste Santodomingo Payeras.

Interesa entonces los saltos que esta parte del libro, no se sabe su jerarquía pues puede o no ser la cara y el otro la cruz o viceversa, algunos saltos entre cartas, como la que le escribe el padre arzobispo de Barranquilla o el padre Rivas –huelga decir que del otro lado del libro se incluye un saludo del presbítero Bernardo Hoyos Montoya–, perfiles de cercanos y otros un poco más protocolarios, poemas en su honor, notas breves, saludos y recortes de prensa, hasta fotografías o textos como el referido a un premio que se le dio en 1984 por su escrito “La sala limpia del olor a rancio de una vieja”. Allí, Amaury Díaz Romero escribe:

“Como así todos los vales, Santodomingo es un profundo soñador pero duerme poco. Su mujer le dice que tiene vocación de celador pues le gusta esperar los amaneceres con los ojos abiertos. Sin embargo, se considera un bohemio disciplinado”.

Dentro de este apartado, se cuentan además algunas notas sobre sus libros. Breves reseñas como la de Oscar Santodomingo Payeras, otro de sus hijos, sobre el libro Herejes. Entonces subraya: “Federico Santodomingo es un hombre criado y formado por exigentes censores, tal vez a ellos les debe ser un gran hereje. Otro poco agrega Luis Armando Mola a este respecto: “Pero el alcance de su herejía en su trabajo poético, es solo el manifiesto humanista de su íntimo sentir (…), poeta en franca rebeldía…”. Ahora, vamos a los poemas: el otro lado de este libro.

“Despreocupado y latente en el arte de vivir”, como lo dice por allí Oscar Flores Tamara en su texto homenaje, Federico Santodomingo Zárate recoge en su Estereotipografía –poemario aquí reeditado y que incluye además una nota de presentación de Milcíades Arévalo– poemas “sin pretensiones esteticistas” que se abren desde la sinceridad para allanar varios temas muy suyos, esto a manera de educación sentimental. Cada texto surge como expectación de una poética individual: escribir textos de largo aliento que encarnan su puesta en escena para que allí confluya la confesión personal –en la que parece hablarle a sus hijos y amigos– frente a ese nombrarse mientras va haciéndose a una piel. La voz del yo busca madurar un arte poética. Al no estar decorada de arabescos estilísticos o nombrar lecturas o engendrar cadáveres cifrados –como parece en estos días estar tan de moda–, estos versos bien podrían madurar en forma de canciones o simplemente quedarse en el papel como momentos que Santodomingo recoge como su propia Ética para Amador. Lo digo por el recurso que sostiene buena parte de estos poemas donde Federico le habla a ese alguien aprendiz con quien compartirá su gusto por Neruda –por allí escuché voces del Canto general–, hasta hablar desde la segunda persona de un juglar, libertador, vengador o gurú: “Mi condición de guerrero de esta tierra / le da a mi espada filo / para proferir las palabras / acusadoras… (…) el privilegio de los mares. / expansionistas. Mercantilistas. / Usurpadores de la tenencia colectiva de la tierra…”.

Hay aquí una pieza en actos en la que se va de lo general, en un sentido reivindicador, a lo particular. En su contexto más “beligerante”, por ejemplo, el poema se convierte en consigna, a ratos se desprende de lo local para acercarnos a las voces de la Plaza de Mayo en la Argentina o el Apartheid en Sudáfrica. Al tiempo que se nos ofrece el cuadro de costumbres Caribe, el amor o el mito de un relato ancestral, la raza se abre como un signo perpetuo para seguir remarcando atmósferas comunes a otros libros de Federico Santodomingo, caso de sus cuentos y relatos.

Se trata en suma de un poemario breve, sincero y directo, hecho con la materia de la sangre. Y digo sangre por sentirlo precisamente como algo sanguíneo e íntimo, familiar. Un solo canto que Federico escribe a modo de catecismo, que huele a esa búsqueda nacida por allá en 1981 cuando se publicara la primera edición de este Estereotipografía. Creo que es precisamente allí donde reside su valor y donde se entiende también el por qué se le reedita bajo esta interesante treta/colección de un cara y cruz hecho de memoria y de afectos, de recuperación. Un proyecto que, como colección, está llamado a crear vasos comunicantes en tanto obra y vida de autores necesitados de un diálogo abierto con el ejercicio y el oficio de la literatura.

Coda

Hay, finalmente, rarezas en este libro que no le perdono. Primero, en su maquetación. Está impreso solo en los tiros y la fuente es muy pequeña (cosa que pudo haberse solucionado en manos de un diagramador más recursivo pues tanto cornisas como folios yacen en la caja como líneas huérfanas muy hacia los bordes). Lo segundo deviene de los males que pesan sobre esta clase de aventuras editoriales. Si por un lado a los autores sin apellidos no les pone mucha atención la prensa, por el otro también es bueno recordarle a entusiastas y promotores de kermeses, clubes de lectura, rincones literarios, grupos culturales, así como concursos regionales y municipales en el país que siempre es más importante la figura del editor que la del impresor. No solo se trata de maquetar e imprimir. No se puede cruzar el Aqueronte o el río Estigia sin su barquero.


[1]        Hay que ver, sin embargo, cuánto se ha ganado en materia de diseño editorial en Colombia a través de los últimos veinte años si se ha de revisar la buena salud de la que goza parte de la edición independiente, véase el caso de editoriales como las que ahora agrupa la joven Cámara Colombiana de la Edición Independiente. Pero ahora quedan los otros independientes, los no agrupados, los que se mantienen a la sombra o que vienen publicando sin demasiada atención de la prensa o del ecosistema cultural y su intrínseca jerarquía en la que siempre existirán ciudadanos de primer y de segundo nivel, y por ciudadanos léase autores/obras/editoriales, etc.

[2]        Hablo de pequeños sellos editoriales y autores-editores que publican sin pausa toda clase de libros pero que viven inmersos en un ralentizado proceso de divulgación y de formación. O bien se mantienen como islas, obligados al onanismo cultural, o se ven damnificados por la burocracia: del presupuesto diezmado en el camino solo quedó para una centena de libros mal diagramados e impresos y apenas revisados por algún mal pago corrector miope.

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