A José Luis Rocha,
que me descubrió la existencia de los misterios luminosos y aportó dos.
Casi no faltó un día desde la liberación de los rehenes colombianos, en julio del 2008, sin que el presidente Uribe y la rescatada profesional Ingrid Betancourt nos metieran la religión por los ojos, incluyendo el rezo público del rosario. Y la verdad es que un no creyente, agnóstico igual que yo, puede llegar a sentir vergüenza ajena al toparse con este tipo de espectáculos, cuando se escenifican como tales, o sea, no responden a los motivos profundos de la fe (que respeto) sino al dictado de la mercadotecnia y el oportunismo político (que repudio, a ambos).
El non plus ultra en materia de vergüenza ajena debió alcanzarse el 18.7.1870 con la definición de la infalibilidad pontificia por el I Concilio Vaticano. Poco después, con Benedicto XV, se inauguró sin embargo una etapa llena de dignidad que con leves sobresaltos, y la indiscutible bajada de pantalones papales ante el régimen de Hitler, duró hasta la inexplicada muerte de Juan Pablo I. Después, por contraste, con el papado de Woytila, se consiguieron plusmarcas dignas del Guinness Book of Records.
Pocas veces me he sentido tan lleno de vergüenza ajena como el día en que leí que Woytila había grabado una edición del rosario en CD, de la que ya se habían vendido 90.000 copias, como consecuencia de lo cual se le otorgaría un disco de platino. Y que el n° 1 de la edición, claro está, había recibido la bendición papal. Esta es una de esas noticias que, como se sigue diciendo gráfica y donosamente en el Uruguay, son de alquilar balcones. Pero también de las que al mismo tiempo, como decimos algunos más escatológicos, son de mear y no echar gota.
Todo ello sin entrar en la cuestión básica que subyace a la venerada imagen de la Virgen María, en cuyo honor se cristianizó esa especie de ábaco de oraciones que hindúes, budistas y musulmanes usaban para las suyas mucho antes que la Iglesia de Roma. Esa iglesia que con un machismo redomado y sutil obliga a sus fieles a creer (porque es dogma de fe) que la pobre María ascendió en cuerpo y alma al cielo: instituyendo así para ella un auténtico infierno particular hasta el fin de los tiempos y la resurrección de la carne, y todo eso dentro de la más estricta teología católica. Pues ya me dirán qué hará esa pobre mujer en cuerpo y alma en un lugar donde sólo están las almas, y no todas, sino únicamente las redimidas. Menos mal que ustedes saben que la teología es como Las mil y una noches, sólo que en increíble.
Y hablando de tutti fruti, ¿sabrán estos cruzados del rosario que el sacratísimo rito es un préstamo –otro más– de los infinitos que la liturgia católica le ha tomado sin pago de regalías a otras religiones? ¿Sabrán que según parece el rezo del rosario deriva del analfabetismo de los monjes allá por el siglo XII, cuando por no saber leer los 150 salmos del oficio divino se les hacía recitar a cambio las 150 avemarías de los quince misterios rosarinos (los gozosos, los dolorosos y los gloriosos, cinco de cada), algo a lo que se llamó el “salterio laico”? Woytila seguro que lo sabía, como sabía que Dios es masculino, según afirmó ante los pescadores de St. John’s, en Canadá (y hasta L’Osservatore Romano se vio obligado a mochar el discurso papágeno en semejante punto de cerril machismo).
En cualquier caso, este renovado auge del rezo del rosario en público me sugirió –es tema que me ocupa desde hace al menos diez años– la posibilidad de un nuevo salterio laico. Uno con el que los católicos letraheridos, los católicos aficionados a la literatura, lograran pasárselo bien y santificar sus lecturas.
Cada cual puede, naturalmente, confeccionar su salterio laico a su propio gusto, porque no soy dogmático ni puedo excomulgar a naides que no comulgue con mis propuestas (así que me quedo con las ganas). Sea lo que fuere, quiero enumerarlas aquí y ahora, como programa de contraste al ilustre esquema de santo Domingo de Silos, con el aditamento de cinco misterios luminosos que le agregó el papa Woytila.
Misterios gozosos :
Romeo & Julieta (y Liza Doolittle & el profe Higgins) recrean la bella bestia de doble espalda.
Nora Hellmer se va (dando un portazo) de su casa.
Platero y nosotros leemos “La noche de Walpurgis” de La montaña mágica.
Molly Bloom te mira de reojo la bragueta.
Johnny Carter está tocando el saxo mañana.
Misterios dolorosos :
Odiseo desoye el canto de las sirenas.
Lizzy Bennet rechaza la proposición de Mr. Darcy.
Moby Dick se sumerge arrastrando el Pecqod.
Gregorio Samsa despierta en Comala convertido en un insecto.
Willy Loman y el coronel no tienen quien les escriba.
Misterios luminosos :
Dante se extravía por un bosque soleado y reencuentra a su Beatrice.
Kant camina 3 m más allá de los límites de Könisberg, le echa un vistazo al mundo, vuelve a casa a toda pastilla y quema todos sus escritos.
En Marienbad, Ulrike von Levetzow, de 19 primaveras, acepta la petición de mano del consejero áulico de 75 inviernos.
Copérnico le explica a Galileo cómo ahorrarse problemas con la iglesia: ediciones póstumas.
Emma Bovary, Ana Karenina, Ana Ozores, Eline Vere, Effi Briest, la prima de Basilio y la esposa de Don Casmurro fundan la ONG Adúlteras sin Fronteras.
Misterios gloriosos :
Cráneo privilegiado, a Alonso Quijano se le seca el celebro [sic].
Los hermanos Karamasof piden las manos de Fortunata y Jacinta.
Seis personajes encuentran su autor.
Temple Drake y Blanche Dubois bailan “El choclo” en un tranvía llamado Deseo.
Juan Carlos Onetti Borges conduce hasta el astillero a su primo Jorge Luis, a través del jardín de los senderos que se bifurcan.
Por los siglos de los siglos, Enter [=Amén, pero en idioma virtual].
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ricardobada
Ricardo Bada (*Huelva/España, 1939), escritor y periodista residente en Alemania desde 1963. Autor de La generación del 39 (cuentos, Nueva York 1972), Basura cuidadosamente seleccionada (poesía, Huelva 1994), Amos y perros (cuento, Huelva 1997), Me queda la palabra (ensayos, Huelva 1998), Los mejores fandangos de la lengua castellana (parodias, Madrid 2000), Límeri de Bueno Saire (versos nonsense, Río de Janeiro 2011), La bufanda de Cambridge (cuentos, Bogotá 2018) y El Canto XXV (novela breve, Copenhague 2018). Editor en Alemania, 1981, junto con Felipe Boso, de una antología de literatura española contemporánea (Ein Schiff aus Wasser [Un barco de agua]); junto con José A. Moral, de la obra periodística de Gabriel García Márquez; y en solitario, de los libros de viaje de Camilo José Cela. Editor en España de la obra poética de la costarricense Ana Istarú (La estación de fiebre y otros amaneceres, Madrid 1991), y en Bolivia de la única antología integral que se ha hecho en castellano del ingente legado de Heinrich Böll (Don Enrique, La Paz 1995).
Columnista de El Espectador y de 1983 a 2003 corresponsal en Colonia/Alemania de HJCK/El Mundo en Bogotá. Ha sido (y en media docena de los casos sigue siéndolo) colaborador regular en Revista de Libros, Revista de Occidente, ABC, Cuadernos Hispanoamericanos y Vasos Comunicantes (España), Nexos, La Tempestad y La Jornada (México), La Nación (Costa Rica), El Malpensante (Colombia), El País y Brecha (Uruguay), La Opinión (Los Ángeles/California), Amsterdam Sur (Países Bajos) y Aurora Boreal (Dinamarca), además de la revista Etiqueta Negra (Perú) y las cuatro ediciones de SoHo (Colombia, Costa Rica, México y Ecuador).
Republicano y agnóstico, convicto y confeso, paradójicamente fue nombrado caballero de la Orden de Isabel la Católica, y padece –no menos paradójicamente– una curiosa dolencia llamada sacralización. Tan luego él…