Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

La literatura neerlandesa

¿Existe de a deveras una literatura neerlandesa, una literatura escrita en ese idioma que por lo general llamamos holandés pero cuyo verdadero nombre es neerlandés? Y la verdad es que si estuviésemos conversando acerca de temas culturales y artísticos y nos preguntasen de repente qué nos sugiere la palabra Noruega casi puede darse por seguro que automáticamente responderíamos “Ibsen”, y si nos preguntaran por Dinamarca la respuesta sería “Andersen”, pero ¿y si nos dijesen los Países Bajos?

Ahí tengo mis dudas, pero sólo sobre el nombre que se citaría el primero de entre estos tres: Rembrandt, Vermeer, van Gogh. Prefiero no extraer las conclusiones de la posible encuesta, aunque desde luego está muy claro que con los Países Bajos no asociamos ningún apellido literario ilustre. Tanto es así que si buscan en la enciclopedia Salvat, en la entrada Países Bajos encontrarán los capítulos correspondientes dedicados al arte, la música y la cinematografía, y ninguno a su literatura.

Mejor suerte corre Bélgica, donde le dedican una columna a su literatura en lengua francesa y dos a la escrita en neerlandés (que en Bélgica llaman flamenco). Curiosamente, al final de estas dos columnas hay una referencia que dice: “Véase Neerlandesa, Literatura”, tal vez porque había la intención de tender un puente hacia la que se escribe en el mismo idioma pero del lado septentrional de la frontera. Sería la intención, pero créanme, pueden quemarse las pestañas buscando “Neerlandesa, Literatura”: se esfumó de la enciclopedia, como si nunca hubiese existido. Resulta bastante sintomático.

Y sin embargo, a poco que el lector se detenga a pensar, caerá en la cuenta de que sí conoce la literatura neerlandesa, bien que sea de un modo periférico: ¿qué persona medianamente culta no ha leído las cartas de van Gogh, el diario de Anna Frank y El otoño de la Edad Media de Johan Huizinga?  Amén de ello, a los atentos lectores de D.H. Lawrence no les habrá pasado por alto su admiración por Multatuli, lamentando quizás no poderlo leer porque pensarán que no está traducido al castellano. Hay otra referencia a Multatuli, en el catálogo de la biblioteca del Dr. Sigmund Freud, quien también lo leyó con entusiasmo. Y una tercera en la página final de Los libros en mi vida, ese delicioso prontuario de Henry Miller: en el apéndice II –la lista de los libros que todavía piensa leer– Miller incluye Max Havelaar, la obra cumbre de Multatuli y al mismo tiempo la primera novela anticolonialista escrita por un occidental, ciudadano de una potencia colonial como lo eran los Países Bajos en el siglo XIX.

Por otra parte, en el ámbito cultural tudesco–anglosajón existe un drama de valor universal, cuyo original es neerlandés y se representa todos los años en los festivales de Salzburgo, siendo una de las luminarias del programa. Me refiero a la obra titulada Jedermann, Everyman en inglés.

La palabra neerlandesa “elckerlijc” suele traducirse lastimosamente como “todo hombre”, o “cada uno”, aunque sólo significa lisa y llanamente “cualquiera”, sin la connotación despectiva que tiene en castellano cuando se acompaña del artículo indeterminado. “Elckerlijc” podría traducirse, incluso, libérrimamente, como “Mengano”, porque en realidad, el anónimo autor de la obra se vale del mismo truco verbal que Ulises contestándole a Polifemo cuando el gigante le pregunta cuál es el nombre de quien lo dejó ciego: “Nadie”. En cuanto a la obra en sí, Elckerlijc es uno de esos que en la terminología escénico–religiosa de la época se llamaban misterios, pero no uno más: su éxito fue tan fulminante que de inmediato se tradujo al inglés (Everyman), tan de inmediato que hubo un tiempo en que se creyó que el texto neerlandés era la traducción de una obra original inglesa.

El éxito prosiguió en el resto de Europa y llega hasta nuestros días, pues el famoso Jedermann de Hugo von Hofmannstahl que se representa canónicamente todos los años inaugurando los Festivales de Salzburgo, y cuyo papel protagonista es la piedra de toque de los grandes actores alemanes, no es otra cosa que Elckerlijc adaptado a la escena moderna. Decía el ácido y certero Karl Kraus que Hugo von Hofmannstahl poseía la inefable virtud de crear flores artificiales que se mustiaban n–a–t–u–r–a–l–m–e–n–t–e, y llevaba mucho de razón en ello, pero no en lo que respecta a Jedermann: Kraus hubiese replicado que éso debe ser porque no fue parida por la inspiración propia, y la verdad es que me sentiría inclinado a avalar semejante juicio.

Y algo posterior a Elckerlijc es una obrita maestra, Mariken van Nieumeghen [=Mariquilla de Nimega], donde se anticipa el tema del pacto fáustico con el Diablo, pero hecho por una mujer –la protagonista titular–, y donde se emplea ya (creo que por primera vez en la historia) el recurso del teatro dentro del teatro. Resulta estremecedor darse cuenta de que la tragedia se origina debido a la incredulidad de la tía de Mariquilla sobre la virginidad de la joven: “¿Me vas a hacer creer que aún eres virgen? / ¿Me vas a hacer creer que todavía / no sabes cómo fuiste concebida? () No me digas, sobrina, que tú estás / ayuna de esta clase de manjar. () Que todas vírgenes y castas somos / hasta que el vientre se nos pone gordo”. A título personal prefiero Mariquilla a Cualquiera, y esta frase puede y debe entenderse en toda la inabarcable amplitud de su ambigüedad.

Y desde luego que de Multatuli a nuestros días claro está que ha habido grandes autores en esos Países Bajos: puedo citar sus nombres (Louis Couperus, Gerrit Achterberg, Simon Vestdijk, Willem Frederik Hermans, Gerard van het Reve) pero seguramente no les dirán nada, ni a mí me lo dirían si no me hubiese casado con una neerlandesa y hubiera decidido aprender su idioma y conocer la literatura escrita en él.

Sólo puedo asegurarles, y deben creerme bajo palabra, que los autores que acabo de citar son tan interesantes y de tanta calidad como los homologables de Italia, España o Francia en ese mismo período histórico. Más recientemente ya se conocen más allá de sus fronteras unos autores como Cees Nooteboom y Harry Mulisch, candidatos serios –ambos los dos (© by Cantinflas)– al Premio Nobel de Literatura, un Premio que ya sería hora de que se lo concedieran a un autor del idioma neerlandés. A Mulisch ya no más, se murió el 30.10.2010 harto de esperar la tan preciosa llamada telefónica desde Estocolmo. (Pocos días antes fue Mario Vargas Llosa quien recibió esa llamada, la estaba esperando desde 1982, cuando se la hicieron a García Márquez).

Sin embargo, personalmente, hubiese preferido que primero se lo concedieran a un indonesio, a Pramoedia Ananta Toer (entretanto también fallecido), aunque sólo fuese para que prevaleciera una justicia poética en este mundo de porquería en el cual vivimos. Ello sería algo así como si el primer Nobel a la literatura en castellano no se lo hubiesen discernido al olvidable Echegaray sino al imprescindible Rubén Darío. La diferencia, claro, es que Pramoedia Ananta Toer escribió en indonesio, y Rubén nos reinventó el castellano. En algo se han de distinguir las potencias coloniales, y que cada cual extraiga de lo que digo la consecuencia que mejor se le antoje.

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