Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Cortázar en Mendoza, andando por ahí

La cosa comenzó con un email de Rocío Arias Hofman, en pleno Festival Malpensante 2009, diciéndome lo siguiente: «Gozarías con Jaime Correas, el argentino director del diario de Mendoza que anoche me regaló un librito de quince años de investigación sobre los momentos que Cortázar pasó en esa ciudad. Es una joya. Deberías tener un ejemplar, se lo pediré expresamente para ti». Y horas después: «Te conseguí el libro de Correas, después de su magnífica intervención con Héctor Abad sobre «Un poema en el bolsillo», la reconstrucción del origen de aquél soneto que Héctor descubrió en la cartera de su padre cuando fue asesinado y que lo llevó hasta el periodista de Mendoza. Lleva el libro dedicatoria sentida y todo para un cortazariano como tú».

Pero como todo lo que tiene que ver con Cortázar, siempre hay una punta de misterio en lo que nos conecta. Porque lo cierto es que ese ejemplar de ese libro de Jaime Correas, con dedicatoria sentida para un cortazariano como yo, jamás llegó a mis manos. Tendrían que pasar dos años y medio para que el propio Jaime me contactara desde Mendoza, pidiéndome mi dirección a fin de poder enviarme un nuevo ejemplar, que esta vez si llegó, el Lunes de Carnaval, el 20 de febrero de este año.

Entretanto, claro está, he leído el libro, en dos etapas, y aunque me resultó algo arduo meterme en la jungla de la política mendocina, con nombres que no me decían nada, el esfuerzo valió la pena porque para mí significaba acercarme a un Julio del que tampoco sabía casi nada, en qué ambientes se movía, cómo reaccionaba ante determinadas situaciones de la vida laboral, en fin, todo eso inédito para mí fue una revelación de un carácter que luego conoceríamos, el de una persona íntegra y con los parámetros éticos a mucha altura. Fascinante, además, su relación con la profesora Lida Aronne y esa humildad tan julio, tan cortázar, para darle el lugar que se merecía. Adoro esa clase de gestos tan suyos, tan cronopios.

Valga esto como introducción a decir que desde que Rocío me habló la primera vez de Jaime Correas, director de un diario en Mendoza/Argentina, empezó a rejoderme la paciencia, dando vueltas dentro del mate [=cráneo, en buen rioplatense], un moscardón tipo Rimsky-Korsakov, sin que yo acertase a saber de qué carajo me avisaba, y sin tener tiempo libre para atender a su moscardoneo.

Hasta el día en que, por fin, después de una pausa impuesta por un trabajo mercenario, con esa sensación de vacío cuando terminaste (como en un coito) y no tenés nada a la vista en las próximas 24 horas, reanudé la lectura de Cortázar, profesor universitario –que así se titula el libro–, pero regresando al principio por mor de la atención dispersa de los días anteriores. Y ahí, al releer el epígrafe de Julio que lo encabeza, el moscardón se lanzó en vuelo picado kamizake para perforar mi memoria yéndose derecho viejo a la santabárbara y provocando la explosión.

¡¡Claro, coño!!  Julio me escribió una carta desde Mendoza, el 11 de marzo del 1973, y no sólo la conservo sino incluso el sobre con una estampilla de San Martín matasellada el 12 y donde reza «Exp. Mendoza, Argentina», amén de que en el respaldo del sobre campea un remite de lo más cronopial: «Cortázar, andando por ahí».

Como es lógico, la fotocopié de inmediato y se la remití a Jaime, en Mendoza, quien el 7 de marzo me escribía desde allá: «Querido Ricardo: llegó la carta, mil gracias. La verdad es que tiene ecos enormes para mí. Recordá que ese domingo 11 de marzo del 73 fueron las elecciones que llevaron a Cámpora al poder. Julio estaba de paso luego de ver a Salvador Allende, tal como cuento en el libro. Te estoy muy agradecido y son esos puentes que sigue tendiendo Cortázar de manera increíble».

Si quieren que les diga lo que pienso, lo que pienso es que Cortázar sigue andando por ahí. Hasta creo que cualquier día de estos me llega de nuevo una carta suya.

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