Hoy quiero hablarles de un libro que me gustó mucho, admirable por diversos conceptos: Del placer y la muerte, de Gaby Vallejo, editado en Salta, Argentina. Es una pena que ciertas obras se publiquen así, a la buena de Dios, o de los dioses, en la provincia profunda, y no lleguen a la superficie metropolitana.
Pero de todos modos me consuelo pensando que no de otro modo se publicó Azul…, de Rubén Darío, y encontró su camino. Y aunque se me podrá oponer como argumento que Azul… vio la luz del mundo en Santiago de Chile, la respuesta es que Santiago de Chile, en 1888, desde el punto de vista editorial era provincia. Si me apuran, hasta diría que lo sigue siendo.
El libro de Gaby Vallejo se centra en dos de los temas básicos del artista: el placer y la muerte, y los aborda como en una suite en tres tiempos –“Del placer y la muerte por los sueños”, “Del placer y la muerte por los sentidos” y “Del placer y la muerte por el aire, por la tierra, por el agua y por el fuego”–, dentro de cada uno de los cuales surgen las variaciones simétricas que el epígrafe promete: “El placer por la mirada” seguido de “La muerte por la mirada”, y así sucesivamente. Una de las historias, en especial, “El placer por el agua”, es muy bella y de las que se quedan grabadas en la imaginación del lector.
Y hay frases que por sí solas justifican ya ellas todo un libro: por solo ejemplo aquella que dice, en la página 21, «era el estreno de Adán y Eva en otros cuerpos». Cuando uno se ha pasado y se pasa la vida peleando con el idioma, tratando de rastrear y plasmar fórmulas felices para decir lo que casi no se puede decir ¡qué envidia siente uno al encontrarse con esa frase!
Cuenta Gaby Vallejo, en la página inicial de su obra, que al llegar a Lavigny, una pequeña ciudad suiza ubicada entre Ginebra y Lausana, empezó a sentir “el insondable misterio de lo que espera detrás de toda puerta. La entrada o la salida por una de ellas era suficiente para que se produjera lo otro. La puerta era el doble eje del que llega o del que parte”. Y eso me hace recordar uno de los poemas más herméticos y hondos de la chilena Gabriela Mistral, de su libro Lagar y dedicado a las puertas: “Entre los gestos del mundo / recibí el que dan las puertas. / (…) ¿Por qué fue que las hicimos / para ser sus prisioneras?” Gaby Vallejo descubrió la llave para salir de esa prisión.
Del placer y la muerte, digo y repito, me gustó mucho, lo leí de un tirón, lo creo bien armado y con mucha substancia, y sin embargo deja un regusto a poco, uno quisiera que fuese más. No es por hacer un reproche ni una crítica, pues el regusto a poco en realidad habla más bien en favor del libro, pero sí siente uno cierta extrañeza al ver que la autora no escribió nada, para redondear su obra, acerca de la muerte del placer y del placer de la muerte. No sólo pienso en Santa Teresa de Ávila y en su «Ven muerte, tan escondida / que no te sienta venir, / porque el placer de morir / no me vuelva a dar la vida» y/o en su «que muero porque no muero»: pienso también en esa imagen insuperable que nos regalara el pueblo andaluz cuando nombró al orgasmo “la muerte chiquita”.
Son estas dos historias las que faltan, son ellas el regusto a poco de que hablé antes, y yo espero que la autora lo remedie en las muchas más ediciones que el libro se merece.