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Para cultivar la felicidad – Desde Estanislao Zuleta
Vivir es vibrar, pero nuestra sociedad quiere asimilar felicidad con facilidad; quiere hacernos creer, y lo ha logrado en buena manera, que la vida ideal es aquella que no exige esfuerzo, en la que todo aparece confortable, sin cultivarlo; casi que sin pedirlo. La felicidad humana debe incluir el palpitar cotidiano de la relación con…
Vivir es vibrar, pero nuestra sociedad quiere asimilar felicidad con facilidad; quiere hacernos creer, y lo ha logrado en buena manera, que la vida ideal es aquella que no exige esfuerzo, en la que todo aparece confortable, sin cultivarlo; casi que sin pedirlo.
La felicidad humana debe incluir el palpitar cotidiano de la relación con los otros, con el mundo; aquella relación saludable y equilibrada que hay que plantar, regar, guardar, superar… La felicidad también está sustentada en la responsabilidad y la angustia que implica el decidir, en el respeto por el otro, en el vivir con el otro incluyendo su diferencia.
La felicidad no es un estado de quietud y de llegada en el cual todo está dado al alcance de nuestros deseos, como si pudiéramos sumergirnos eternamente en una baba tibia, dulce y dormida que no requiere nada, sólo el estar ahí…
El facilismo, la automatización, el no tener que pensar, que recordar, que buscar, hace daño; arrebata e imposibilita la facultad humana del elegir y convierte al usuario en una extensión de la máquina que usa (o quizás la máquina lo usa a él) y en simples organismos llevados y mareados por la ola mediática del momento que promete entretenimiento, vía de escape y negación de su propia vida. Lo anterior también convierte a los otros, por ejemplo, en simples listas de envío masivo y cosificado de cumpleaños, seudorecuerdos y “me gusta” maquinales vacíos e insuficientes.
La gran corriente de la actual sociedad propende y alberga contradicciones enloquecedoras, se promete como la era de las comunicaciones pero su producto más frecuente son individuos aislados, encerrados, con sus ojos atareados de imágenes y sus oídos saturados de ruido; la propuesta y su logro son deambular conectados a artilugios que oculten al otro, que nieguen el entorno que se vive; pero la consecuencia mayor es que no sólo logran desvincular al otro, sino que alejan de sí mismo a quien depende de estos aparatos; al estar siempre enganchado con aquello que lo entretiene, el individuo pasa a ser un ente automatizado que no tiene tiempo de mirarse así mismo, aún peor que se aterroriza frente a un momento de silencio, de calma; un sujeto que se siente desamparado y aterrado ante el sosiego y la libertad de mirar, oler, palpar, escuchar, conocer el mundo que esta al alcance de su cotidianidad.
Un humano embrollado en todas estas promesas de Un Mundo Felix, como el de Aldos Huxley, sólo dará tumbos entre todas aquellas seudo-felicidades que le ofrecerán el consumismo, la secta religiosa, el partido político, el equipo de fútbol, el artista de moda; todo el estrépito de la comunicación y el espectáculo le hará perderse de estar un poco a solas consigo mismo, viviendo, vibrando, sufriendo, gozando y volviendo a empezar con sus sueños, sus derrotas, sus logros, sus miedos.
Para la actualidad no hay momento peor que el del silencio, el de la calma, el del caminar lento; es una sociedad que incita al desespero, a algún tipo de esquizofrenia; y para contrarrestar esto sólo hay que tomar de nuestra humanidad la capacidad de disfrutar el silencio, de buscar un poco de soledad, de cultivar el esperar tranquilo en la fila y en la vida, de desencantarnos de las promesas de paraísos, como aquella ilusión de almacén, que quiere hacer creer que la felicidad viene empaquetada en sus artefactos que perderán vigencia en la promoción de la próxima temporada.
Le invito a disfrutar y profundizar en el Elogio de la Dificultad del maestro Estanislao Zuleta dando clic en los link siguientes.
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