De no haber sido por el género disco, mi afición por la música podría haber deambulado por ámbitos como el vallenato, la salsa (aunque me gustaban Fruko y Rubén Blades), el chucu-chucu o la música clásica. Pero no. La balada pop ya había hecho parte del trabajo y el movimiento «disco», con nombres que a algunos puritanos puede causar escozor, como Chic, Village People, Gloria Gaynor, Thelma Houston, Cerrone, B.T. Express o Sister Sledge, pero ante todo Bee Gees y la inolvidable Donna Summer, lo concluyeron. Los Bee Gees pasaron a la historia con las muertes de Maurice Gibb en enero de 2003 y la de su mellizo Robin el pasado sábado 19 de mayo y Summer igual, con su reciente desaparición como consecuencia de un cáncer.
Mi recuerdo inmediato de Donna Summer data de 1977 cuando en la radio de la época (en particular Radio Tequendama) descubrí la increible, sinuosa e interminable secuencia electrónica de «I Feel Love». Una de mis primeras aproximaciones a la más pura electrónica -antes había sido con «Authoban» de Kraftwerk- y el primer paso al mundo sonoro del productor italiano Giorgio Moroder, quien junto a Pete Bellote, hicieron de Summer la Reina de la Música Disco. Otras vocalistas de este estilo, como Celi Bee o Cheryl Lynn, quisieron abanderarse con ese rótulo, pero ninguna alcanzó ese universo irrepetible de sucesos que, hasta 1983, mantuvo a Donna Summer en ese pedestal del que nunca bajó.

De «I Feel Love» pude volver a su pasado inmediato. Ese que construyó desde 1974, y el día que haciendo parte del musical «Hair», en una gira por Alemania, fue descubierta por Moroder. Este italiano de bigote y gafas oscuras gigantes, un inquieto explorador sonoro que se había radicado en el país germano, motivado por la maravillosa experimentación que se hacía allí, se había hecho a paredes de secuenciadores, osciladores, sintetizadores y cientos de botones que le permitían emitir las más increibles programaciones de sonidos electrónicos. Junto a su socio, el también productor británico Pete Bellote, se convirtieron en pioneros tanto de la electrónica como del sonido disco.
Moroder sintió que la joven morena de delicadas facciones, cabello largo rizado, estilizada figura y una voz única e irrepetible, era ese filón que le faltaba para conquistar el mundo y no estaba equivocado. Su segundo álbum, «Love To Love You Baby», permitió al italiano aplicar con sutileza sus conocimientos electrónico-musicales, mientras Bellote adornaba las canciones con floridos arreglos de cuerdas, bajos intensos, guitarras sutiles y baterías de bombo compacto que generaban una sensación pulsante. En su tema titular, la gran Donna Summer juega con unos vocales livianos, que alguna vez dijo pretendían imitar a Marylin Monroe, y que en su versión extensa la llevó a simular cerca de 40 orgasmos. La canción es una de las más eróticas en la historia de la música.
Si allí radicó el encanto que logró entre el público que en 1975 empezaba a hacerse a ese nuevo sonido que dominaría las discotecas, no fue menos lo que logró en los dos años siguientes. El equipo Moroder-Bellote-Summer publicó tres álbumes sencillos. Dos que son casi EP’s constituidos cada uno por cinco canciones de extensa duración: «A Love Trilogy» (1976), que incluyó el ensoñador «Try Me, I Know We Can Make It», «Four Seasons Of Love» (1976), destacado por el dinámico «Spring Affair», «I Remember Yesterday» (1977), inmortalizado por la presencia de «I Feel Love», y un álbum doble, «Once Upon A Time» (1977), inspirado en la historia de Cenicienta, en una descarga de electrónica discotequera, matizado por un par de baladas y llevado al éxito por su tema titular y los potentes «Rumour Has It» y «I Love You», con uno de sus coros más significativos.
Para 1978, el impacto que Donna Summer había causado en mi gusto musical ya era irreversible. Su álbum doble, «Live & More», con tres caras grabadas en concierto, demostraron que su talento iba más allá del trabajo en estudio, y una cuarta cara con grabaciones nuevas lideradas por su versión del clásico de Jimmy Webb, «McArthur Park», que fue número uno y que volvió a cautivarme, a pesar de que en Colombia se publicó en un sencillo cuya edición fue terrible. También estuvo la película “Thank God It’s Friday”, verdadero culto fílmico al movimiento disco, previo a “Saturday Night Fever”, y que incluyó la balada-disco «Last Dance», que le dió un premio Grammy, y un Oscar de la Academia a su compositor, Paul Jabara. Poco después, mi fascinación recayó en una de sus mejores aventuras vocales gracias al tema «Heaven Knows» acreditada a Donna Summer with Brooklyn Dreams, éste último un grupo neoyorquino cuyo vocalista líder, Bruce Sudano, se convirtió en su esposo.
Pero cuando ya mi afición por la música se había convertido en parte esencial de mi vida, cuando ya era un maniático que semanalmente se sabía de memoria el Top 40 de Billboard y vivía pegado de la radio escuchando a Manolo Bellón en Radio Visión ó los «100 Fantásticos» y «El Pop Británico de la BBC» en Radio Fantasía, llegó la consagración definitiva, no sólo para Summer sino para sus productores, con uno de los álbumes más significativos en el cierre de la era disco y la transición del new wave a un mundo disperso y colorido de sonidos que caracterizaron el rock pop de comienzos de los años ochenta.
A mediados de 1979 y en el programa sabátino que conducía Bellón, conocí y grabé celosamente en cassette el álbum doble «Bad Girls», con el cual Moroder y Bellote le dieron el momento de mayor éxito a la cantante nacida en Boston. Seis semanas número uno, dos millones de copias vendidas, dos sencillos número uno y un número dos, pero además un disco particular dividido en cuatro caras distintas. La primera, incorporando elementos del rock en fusión con el disco, en una propuesta original que le dio dos de sus más grandes sucesos: «Hot Stuff» y «Bad Girls». La segunda, en su línea tradicional de sonido discotequero. La tercera compuesta por baladas y la última, una descarga absolutamente electrónica.
“Bad Girls” fue un disco que me generó sensaciones maravillosas de modernidad y que se complementó entre el cierre y apertura de una década y otra, con dos canciones más para el palmarés de Summer e incluidas en su primera compilación de éxitos. «No More Tears (Enough is Enough)», que nunca me gustó, uno de los últimos números uno de la generación disco y destacada por la épica interpretación a dúo junto a la magistral Barbra Streissand. De igual manera, y en el estilo de «Last Dance», una balada que se convierte en canción discotequera y titulada «On The Radio», que dió título a ese álbum doble de éxitos, que cerró además su contrato con Casablanca Records.
Vino entonces un álbum que volvió a llenarme de un gusto especial por ese sonido genial que Moroder y Bellote habían evolucionado. Era 1980 y Donna Summer era la primera contratación que hacía David Geffen para su nuevo sello discográfico Geffen Records y «The Wanderer» la primera publicación del mismo. La fórmula de «Hot Stuff» se repitió en los éxitos medianos «Cold Love», «Who Do You Think You’re Foolin?» y el tema titular del álbum. Cierto es que no tuvo el éxito de sus producciones anteriores, pero fue una digna despedida para sus dos amigos que durante 6 años la habían convertido en la más importante de las voces femeninas de una generación discotequera.
A medidados de 1982, cuando escuché «Love Is In Control (Finger On The Trigger)», estaba convencido que Donna Summer tendría un estrellato imparable. Aunque diferente a lo que siempre había hecho, un nuevo e interesante sonido se escondía detrás de esta aventura sonora que tenía a Quincy Jones como productor. Para Jones ésta fue la antesala a su producción para «Thriller» de Michael Jackson, tanto que en este nuevo disco, titulado simplemente «Donna Summer», estaban Rod Temperton, Paulino DaCosta, los hermanos Jeff y Steve Porcaro, el bajista Louis Johnson y otros que también consolidaron el sonido del álbum de Jackson. De allí tengo presentes la sutil balada «The Woman In Me» y la grandilocuencia en su versión del tema de Jon & Vangelis, «State Of Independence», que cuenta con un gran coro en el que estaban destacados vocalistas de la época como Dionne Warwick, Michael Jackson, Lionel Richie, Stevie Wonder, James Ingram y Kenny Loggins, entre otros. Un ejercicio que sin duda fue la inspiración para que un año más tarde Quincy Jones produjera «We Are The World».
Quedarían tres momentos más en que tuve contacto con la música de Summer. El primero en 1983 con «She Works Hard For The Money», un álbum de corte pop producido por Michael Omartian y cuyo tema títular se convirtió en un himno de los ochenta gracias a su inusual fuerza musical. De éste es también la deliciosa pieza con aire reggae-calypso que hizo en conjunto con el grupo infantil Musical Youth, llamada «Unconditional Love». El segundo, «Dinner With Gershwin», tomada de su álbum «All Systems Go» y producida por Richard Perry, una pieza de ritmo medio, insinuante y totalmente diferente dentro de lo conocido de su carrera. Y el tercero, finalizando la década de los ochenta, con «This Time I Know It’s For Real», dentro del sonido característico de Stock, Aitken & Watermark, el trío de productores que habían hecho exitosos a Dead or Alive, Bananarama, Rick Astley y Kylie Minogue, y que le dió el último Top10 a la carrera de Summer.
Debo admitir que fui lejano a sus siguientes producciones, incluso a la edición que se hizo de «I’m A Rainbow» en 1996, un álbum que aunque grabado en 1981, no fue publicado por decisión de David Geffen, quien prefirió obligar a Summer a grabar con Quincy Jones. Fui ajeno a «Cats Without Claws» de 1984 y en general, a los pocos discos que publicó en los últimos 20 años, salvo el especial en concierto, «VH1 Presents: Live & More Encore!», de 1999, y en el que reeditó de manera nostálgica y en vivo algunos de sus grandes éxitos.
Retomando en estos días la discografía de Summer no hay duda de su significativo aporte, muy a pesar de que en sus días de gloria perteneció a uno de los movimientos más frívolos en la historia de la música pop. El sonido «disco» como se le conoció murió hacia 1983, pero Donna Summer, a diferencia de otros de su época como el grupo Chic, supo arriesgar, reinventarse, cambiar el rumbo de su música y mantenerse vital hasta su último éxito a finales de los años ochenta.