El próximo 12 de febrero se celebrará una nueva edición de los premios Grammy, el galardón más grande que se entrega en la industria de la música norteamericana desde 1959 cuando NARAS, la Academia Nacional de Artes y Ciencias de la Grabación en Estados Unidos, quiso destacar año tras año lo más destacado e importante en este renglón del entretenimiento.
Para quienes amamos la música rock, pop y todos sus afines, éste acontecimiento siempre ha generado una magia singular, a pesar de todo lo que encierra en aciertos, desaciertos, incongruencia o cualquier característica que se le quiera añadir pues, finalmente, como respuesta a unos criterios de selección, los Grammy siempre navegarán en las aguas de la más absoluta parcialidad y gusto.
Pero es sabido que no todos los miembros con capacidad de voto para estos premios son cercanos o tienen conocimiento específico de los cientos de postulantes en las 109 categorías que se tenían hasta el año pasado. El procedimiento es en verdad absurdo. Cerca de 200 expertos clasifican por campos y categorías las propuestas que se reciben de compañías discográficas y de artistas independientes y a su juicio se establece una primera lista de nominados.
El «misterioso» documento es enviado a los miembros de NARAS para una primera votación. Es decir, este solemne acto se hace sin que el votante tenga que escuchar o haya escuchado lo que allí se incluye. Hasta 2011, cada uno de ellos podía votar para los cuatro premios principales (Grabación del Año, Álbum del Año, Canción del Año, y Mejor Artista Nuevo) y hacerlo adicional y únicamente en 8 de las 105 categorías restantes.
La mayoría de votos determina la escogencia de los cinco nominados en cada categoría, que podrían ser más de esa cifra únicamente en caso de empate. Seleccionados los nominados, una segunda lista se pone a disposición de los mismos miembros, con igual procedimiento y condiciones de la primera votación y, una vez más, por mayoría de votos se seleccionan los ganadores. Este año el procedimiento cambió y los miembros podrán votar, aparte de los cuatro premios principales, en 20 de las otras categorías.
Eso se traduce en que ahora el lobby por parte de discográficas, oficinas de representación, inversionistas en artistas y managers, debe ser feroz. Con las modificaciones hechas para la selección de la edición 2012, la torta tiene menos pedazos, pero curiosamente, más pedazos disponibles. Es decir, la nueva estructura bajó las categorías a premiar de 109 a 78, y los miembros de la Academia siguen siendo los mismos con el mismo problema: muchos de ellos desconocen en absoluto casi la totalidad de lo que incluyen las dos listas. «Te recomiendo, te recomiendo»… son las palabras que más han de escuchar estos personajes durante los meses previos a la selección final.
El grueso de los miembros de la Academia está integrado por el renglón técnico de la producción, la ingenieria de sonido, la mezcla y similares, que suma alrededor de 6000 profesionales. La cifra no sería sorprendente, si tenemos en cuenta que hay cálculos que estiman la posibilidad de que históricamente muchos de estos galardones se hayan ganado con menos de 20 votos. Seamos sinceros, la mayor parte del triunfo por un Grammy ha tenido detrás una maquinaria de relaciones públicas trabajando fuertemente por ello.
Otra innovación que implementó NARAS para sus Grammy a partir de este año tiene que ver con la cantidad de propuestas recibidas. Una categoría deberá recibir al menos 40 trabajos de artistas distintos con un mínimo de 25. Si la categoría recibe entre 25 y 39 postulantes, sólo se nominarán tres de ellos. Si la cifra está por debajo de los 25 no recibirá nominación alguna y se aplazará hasta el año siguiente. Si esto llegara a suceder durante tres años consecutivos, la categoría desaparecerá y los posibles postulantes se adecuaran al renglón más afín.
Criticados por su excesivo rigor comercial y no por una valoración crítica, los Grammy seguirán siendo un eslabón inevitable dentro del mundo de la industria musical. El Grammy puede valer más para un artista que diez años de su carrera. El Grammy puede ser un salvoconducto falaz hacia una fama no merecida… si no, que lo digan Marvin Hamlisch, Debbie Boone, A Taste Of Honey, Christopher Cross, Jody Watley, Marc Cohn, Arrested Development ó Paula Cole, en su momento ganadores del premio a Mejor Artista Nuevo y cuyas carreras indudablemente jamás volvieron a brillar.
Ah!, y no mencionemos el caso de Milli Vanilli en 1990. Una historia que aún averguenza a la Academia y a los Grammy, cuando unos meses después de que el dúo ganara el Premio a Mejor Artista Nuevo, confesó en público que no eran sus voces las que se escuchaban en sus canciones. El premio tuvo que ser devuelto, y parecía como si la peor ofensa es que el dúo hubiese «cantado» en la gala de premiación. Pero ese no era un problema de NARAS, de Milli Vanilli o de su productor, Frank Farian. El problema era del legendario empresario discográfico Clive Davis, propietario de Arista Records y sello discográfico de Milli Vanilli, quien seguramente perdió el tiempo que invirtió haciendo lobby y enviando recomendaciones para que el grupo se ganara el pequeño gramófono dorado.