En nuestras PROPUESTAS, hay un cúmulo de seguidores que empiezan a tener sus PREFERIDOS y entre ellos se encuentra el próximo a recibir la MEDALLA DORADA de su querido OTTO KRAUSE …”Colegio de VARONES…” rezaba su arenga de rencillas interescolares; en el que se firmó el maravilloso bioquímico-baterista-escritor Dn LITO ZANARDI…

 

“El mismo viejo cielo de siempre…

Me gusta, de tanto en tanto, conversar con Ossen. Cuando voy a su casa le llevo una botella de whisky porque sé que lo disfruta. No debería tomar, según me dice su mujer, porque últimamente le está haciendo mal. Alguna vez, cediendo al pedido de ella, induje una conversación sobre los daños del alcohol. Me miró con una sonrisa en donde convivían la complicidad y la melancolía y me dijo, es lo único que puedo seguir haciendo de las cosas que me gustan. No sé si me voy a morir de eso. Lo dudo. En todo caso no creo que importe demasiado de qué se vaya uno a morir. Sí quisiera morirme tranquilo. No volvimos a tocar el tema.

 

Cuando lo conocí opiné que Ossen hablaba poco. Luego comprendí que esa moderación en el diálogo provenía del pudor por el exceso de palabras. Ahora habla aún menos. Como suele ocurrir con los viejos, está embutido en sí mismo. Imagino que estará en algún planeta. Me pregunto cuál de ellos será. Por eso, cuando quiero conversar con él, busco temas que estén en su pasado. Imagino que en la vejez ocurre algo similar a lo que pasa en la niñez: no está muy clara la diferencia entre la imaginación y la realidad. En la niñez sucede con los sueños, que no se distinguen de lo que ocurre alrededor; supongo que por eso para los niños es tan fácil disfrutar jugando a cualquier cosa: el juego es tan cierto, tal vez más cierto que lo que les rodea. En la vejez el pasado suele tener más vigencia que el presente: uno y otro se confunden y por eso hechos que ocurrieron en tiempos remotos se instalan con vitalidad en la vida cotidiana. Dicen que en el extremo de esas dos situaciones (confundir los sueños o el pasado con la realidad) está la locura. Es posible. Prefiero no pensar en eso. Entonces le serví un whisky más a Ossen y me preparé para escuchar su presente de otro tiempo. Me acompañó rengueando hasta el patio y nos sentamos bajo el cielo del ocaso. Le recomendé que saliera más a la calle, que eso le ayudaría a caminar mejor. ¿Para qué?, reflexionó. Me basta estar aquí y ver este cachito de cielo. Cualquier lugar es bueno para eso. Ver una parte del cielo es como verlo todo de una vez ¿no te parece? No supe si darle crédito a esa observación aunque algo me dice que tal vez sea cierto y el cielo pertenezca a esa clase de objetos en donde cualquier parte es equivalente al todo. Hay diferentes cielos que uno ve, sin embargo cualquiera de ellos sigue siendo siempre el mismo viejo cielo de siempre, concluyó.

Dudo acerca de su eventual interés en que lo que me contó aquella tarde trascienda para alguien más que nosotros. Pero como la necesidad de escribir nos obliga a atrapar historias aquí o allá, como mariposas con una red de malla fina, transcribo su relato a sabiendas de que no le importaría demasiado que quebrantara un eventual sello de secreto. Entonces, comenté, para disipar su silencio, que su nombre, Ossen, era original, no conocía a nadie más que a él llamado así. El nombre me lo puso mio babbo —así lo dijo, en italiano—, que tenía veleidades de escritor. Podría haberme puesto cualquier otro, pero me tocó Ossen por no sé que personaje de cierta novela que estaba leyendo por ese entonces. Ni siquiera sé si el nombre es correcto. Como el viejo tenía un acento tano que resistía cualquier intento de conversión al lenguaje de aquí, pronunciaba mal. De modo que no estoy seguro de que el nombre efectivamente haya existido alguna vez más que en su dicción. Como verás, no hay que descartar el error para signar la vida de cualquiera.

 

Al viejo, a veces le publicaban textos en La Vanguardia, el diario de los socialistas. Prefería escribir poemas. Es curioso, porque aunque nunca perdió su tono italiano había logrado escribir en castellano. Recuerdo un poema que decía: “Aunque la tierra toda se derrumbe en un terrible instante, nuestro espíritu, eternamente amante, jamás se perderá, nunca sucumbe. Como las nubecillas color de grana se van todos los sueños por la mañana.”,recordó observando el ocaso colorado en el cielo grande del patio. Mi viejo fue, sin embargo, un misterio para mí. Creo que se había dejado seducir, desde muy joven, por la fantasía. De modo que no resultaba claro cuando contaba algo cuanto había de imaginación en su relato. La historia de él la pudimos componer, más o menos, por el recuerdo de otros y, como sabés, el recuerdo de los demás puede ser implacable. Había sido combatiente en la Primera Guerra Mundial. No había estado muchos meses en el frente, y por lo que sabemos le fue bastante mal. Había huido de su posición cuando los austriacos rompieron el frente en Caporetto. Por cierto, no fue el único que escapó, medio ejército deambulaba por el Véneto mientras las avanzadas enemigas les mordían los talones a esos pobres infelices. Luego el asunto no resulta claro, pero lo cierto es que después de terminada la guerra le dieron de baja y fue entonces cuando decidió viajar a la Argentina. Pocas veces hablaba de su estadía en el ejército y mucho menos de aquella desbandada. Sospecho que fue en parte por aquella guerra, y especialmente por esa retirada, que él decidió poner un océano de por medio con su pasado. Normalmente alcanza con menos que eso para olvidarse de ciertas cosas, si es que ellas nos permiten el olvido. Cuando ello no ocurre, el permiso para olvidar digo, hasta un mar tan grande como ése resulta insuficiente. Servime otro whisky ¿querés?

Mi viejo murió pasados los noventa años. En los últimos meses su única distracción era leer el diario. No todos los días sino solamente los domingos y La nación: era un viejo conservador a pesar de sus coqueteos socialistas. Cierto domingo leyó una noticia que lo conmovió. Alguien había encontrado, en uno de los glaciares del norte de Italia, el cadáver de un soldado italiano casi incorrupto gracias al frío. El ejército reaccionó rápidamente. Un regimiento alpino fue enviado a la zona y la cercó. Tanto misterio llamó la atención. Pasaba que allí, sobre finales de la guerra, uno de los glaciares del norte había avanzado y ocultado las trincheras italianas. Después de tantos años ese glaciar se estaba derritiendo. Y resulta que les preocupaba que el deshielo dejara a la vista algo que había allá abajo. Pues bien, lo que fueron a buscar eran centenares de granadas de gas y explosivas que habían quedado suspendidas debajo de un témpano enorme. Ellos, los militares, habían sabido todo ese tiempo de aquel botín sepultado. Era una tumba grande que aparte de un montón de cadáveres escondía un arsenal. Pero esa historia lo aterró al viejo, reconozco que también a mí. Allí se escondía algo monstruoso que había estado acechando todos esos años para volver. El glaciar entregaba esos cuerpos como el recordatorio de un tiempo de porquería. Pero algo más pasó con eso dentro de él. Una tarde lo encontré levantado intentando hablar por teléfono. Cuando le pregunté con quién hablaba me dijo que con el Consulado Italiano. Lo llevé a la cama casi arrastrándolo. Entonces me pidió que escribiera unos nombres y fuera yo al consulado para saber si entre aquellos tipos congelados se encontraba alguno de los que él había conocido allá. Te imaginás que no hice nada de eso. Pero él no dejaba de preguntarme si había conseguido averiguar algo. Ya estaba muy mal de salud. En realidad estaba agonizando. Entonces decidí contarle una mentira. No está mal mentir de vez en cuando ¿sabés? Especialmente si con eso evitás un mal mayor. Una tarde le dije que sí, que entre los soldaditos que habían encontrado estaban esos muchachos. Que estaban como dormidos, que parecían contentos de haber terminado así y que el ejército haría una ceremonia para darles sepultura en un cementerio militar.

A los pocos días mi viejo murió. Parecía contento de haber terminado así. Él también, había muerto en invierno, dijo Luis mirando hacia la nada. En los vasos de whisky el resplandor del cielo esculpía rayos dorados en los cubitos de hielo. Es cierto que cualquier cielo puede ser el mismo viejo cielo de siempre.”

CHEERS…

Si te gustó esta  EXPERIENCIA ARTÍCULO, y quieres AYUDARNOS haz tu DONACIÓN:AQUI

Y no se olvide de seguirnos en el…

CONTINUARÁ…

CON JABÓN…! NO COMO PILATOS PORFIS

Avatar de Grupo Juncal un colectivo de autores

Comparte tu opinión

1 Estrella2 Estrellas3 Estrellas4 Estrellas5 EstrellasLoading…


Todos los Blogueros

Los editores de los blogs son los únicos responsables por las opiniones, contenidos, y en general por todas las entradas de información que deposite en el mismo. Elespectador.com no se hará responsable de ninguna acción legal producto de un mal uso de los espacios ofrecidos. Si considera que el editor de un blog está poniendo un contenido que represente un abuso, contáctenos.