Termina el AÑO y con EL los VITEL TONÈ, las ENSALDILLAS RUSAS… el POLLO o el PAVO; según sea el PRESUPUESTO… ni hablar de los SANDWICHITOS de MIGA… sin Lider TURRONES, PANETTONES y demás complementos SIDRAS, ESPUMANTES.. todo aquello que deseamos sea de UNIDAD y cercanía FAMILIAR…HUMANA o FRATERNAL…

AHÍ es donde vuelve ÈL, POLIFACÈTICO, BIOQUÍMICO, BATERISTA, COMPAÑERO de VIDA de ELISA; pensando en que viene el tiempo de LECTURA; aquí HOY nos deja este ESCRITO digno de sus CUENTOS de la BUENA PIPA con ESCOCÈS o sin EL …

Seremos como el Che

Recuerdo borrosamente el día cuando mataron al Che. Con los 11 años me habían regalado un reloj suizo de marca Tegra, una maquinita de brillo plateado a la que había que darle cuerda y señalaba la hora con cierta imprecisión (los suizos también hacían cosas berretas), pero también indicaba que llevarlo en la muñeca era una especie de despedida de la infancia: medir el tiempo, imaginaba, era tarea de la gente grande y llevar conmigo un reloj me incluía en ese nuevo mundo en donde el tiempo es algo importante y que no se debe perder en tonterías. Sin embargo, aquel anochecer en la sala comedor cuando el noticiero del canal 7 anunció que habían matado a un tal Ernesto Guevara, el Che, perdía el tiempo jugando a los soldaditos porque, como suele ocurrir, la infancia que pensaba dejar atrás persistía como si ella hubiera decidido que todavía no era tiempo de abandonarla. No alcancé a entender por qué mi tío Luis, que en general consideraba que mis juegos eran cosa importante, miraba extático en la pantalla ondulante del televisor imágenes en blanco y negro de ese hombre. Algo me dijo que no debía preguntarle por qué la mirada se le había puesto brillante como porcelana, justamente él que siempre tenía lugar para una sonrisa. Tiempo después, cuando el reloj Tegra había dejado de funcionar y los soldaditos de la infancia habían emprendido su retirada definitiva, recordé una y otra vez aquella tarde de octubre y esa primera lágrima de Luis que adelantaba otras. El Che había anticipado con su suerte el destino de muchos otros muchachos, especialmente en la Argentina, quienes también encontraron su final en el revoltijo de huesos de una tumba anónima. 

Escuchábamos numerosas canciones en los años setenta que hablaban del Che. Recuerdo especialmente una que sentenciaba, en la voz del compositor y cantante uruguayo Daniel Viglietti, “la senda está trazada nos la mostró el Che”;

Y aquella otra “San Ernesto de La Higuera, le llaman los campesinos, selvas, pampas y montañas, patria o muerte es su destino”.

Había, también, pintadas premonitorias que advertían desde las paredes “seremos como el Che”. Se entiende, ahora, que aquellas declaraciones tenían un valor de advertencia pero en ese tiempo no se alcanzaba a comprender que el heroísmo puede ser el camino más corto para la masacre. Se apreciaba el valor del Che, quien había sido consecuente hasta morir por lo que pensaba y eso, imaginábamos, adjudicaba cierta belleza y no menos sentido a la muerte, aunque luego supimos que ella es, sobre todo, fea e incomprensible. Porque aunque flotaba en el aire engañoso de la primavera su imagen de leyenda, reforzada por aquella carta de despedida a sus padres donde se homologaba al Quijote, seguía siendo sobre todo joven, y nosotros, que también lo éramos, entendíamos que en ese hombre había algo que era demasiado grande e inasible que también queríamos conseguir. No importaba que el Quijote, según contaba Cervantes, había terminado su sueño en la playa de San Lúcar, y frente al mar, según agregaba Serrat. Los sueños siempre valen la pena ser soñados y si se cuelan en la realidad todavía mejor. Aunque el destino trágico de la patrulla comandada por Guevara indicaba que un alzamiento guerrillero era una empresa de éxito dudoso, había que seguir intentando, anteponiendo una razón cuantitativa. Si éramos muchos sería más probable eludir al fracaso, una hipótesis que tenía más valor semántico que real, porque nunca se demostró que mucha gente equivocada pueda alcanzar una idea correcta solamente por sumarse unos a otros. En esas tareas en las que interviene el pensamiento vale lo que para muchas empresas emprendidas por las personas, la calidad no tiene que ver con la cantidad. Hubo sí, una gran masacre y la idea del foco guerrillero que irradiaría como un sol rojo la revolución a los lugares más extremos del continente también se apagó pero llevándose consigo a un montón de muchachos que, efectivamente, fueron como el Che. 

Pensar la historia, tratar de comprenderla, implica sumergirse en un tiempo que no es el nuestro. Los tiempos pueden parecerse pero nunca un fenómeno se repite pues es precisamente en el parecido de las cosas donde se acentúan sus diferencias. Meterse en el tiempo del Che otra vez, cuando éramos jóvenes también, requiere de un esfuerzo que no siempre se traduce en éxito. Aun para muchos de nosotros que fuimos parte de la época, retrotraer con la razón el pulso de esos tiempos en donde la revolución era inminente y considerada tarea de todos no es sencillo. El tratamiento de la realidad sugería la necesidad pero también la inminencia del cambio. Para quienes adheríamos a la concepción de la historia que la sintetizaba como un proceso en evolución, el socialismo era la única salida a la compresión de injusticia y barbarie que eran, y son todavía, un explosivo inestable que puede acabar con todo de un momento a otro. Basta una revisión de las consignas de la época, tal cual las enunciaban las paredes o las gargantas (Patria o muerte, venceremosLibre o muertos, jamás esclavosA vencer o morir por la ArgentinaAl pie de nuestros muertos una flor es la que crece, nuestra mano la recoge nuestro fusil la protege), para comprender hasta donde había calado la noción de que intentar producir un cambio revolucionario podía significar la muerte. Había olor a tragedia en el ambiente pero esas ráfagas de peste eran atenuadas por una esencia más sugerente que indicaba que la victoria en esa empresa era posible. A principios de los años 70 la Unión Soviética persistía y nada indicaba que su vitalidad estaba menguando, el Vietcong empujaba al ejército norteamericano hacia Saigón, y la isla de Cuba parecía un paraíso en donde siempre había sol. ¿Por qué no pensar que, entonces, en otras partes del mundo era posible derrotar al capitalismo? Esa tarea era vasta y requería, como cualquier emprendimiento humano, de numerosas vidas como combustible. Esa convicción hoy parece desmesurada pero, sin embargo, se había plantado en la cabeza y, sobre todo, en el corazón de miles de jóvenes. Sobran ejemplos del alcance de ese desprendimiento: Vicky Walsh, la hija del escritor Rodolfo Walsh, cuando vio que se le acababa el parque de municiones para seguir enfrentando a una patota del ejército enviada para secuestrarla, se subió a un balcón y desde allí proclamó, “ustedes no nos matan, somos nosotros quienes elegimos morir” antes de volarse la cabeza con un disparo en el mentón. Esa pulsión puede descalificarse vinculándola exclusivamente con la posibilidad de la muerte joven. Creo que esa aserción es cierta, pero sólo en parte. Considerar que la muerte propia era el objetivo encubierto que había persuadido a una generación sería, sobre todo, injusto. Pero no es menos cierto que la posibilidad de la muerte, su puntual certeza, estaba incluida en el futuro de cualquier militante. Como lo representaba cabalmente el destino del Che. Y eso es lo que no es posible entender en el día de hoy si no es retrotrayéndonos a aquella realidad que es tan diferente a la actual. 

Predominan en los aniversarios de la muerte del Che, en Argentina y en el mundo, los programas periodísticos que abundan en los últimos días del grupo guerrillero cercado en la Quebrada del Yuro, en Bolivia. Se apela, en todos ellos, inclusive en los que pretenden ser críticos, al valor y al mito, sintetizados en la fábula incierta de las últimas palabras de Guevara advirtiéndole a sus fusiladores que “iban a matar a un hombre”. Planea sobre esas consideraciones la irresistible fuerza magnética del mito que justifica, también, la implantación del rostro del Che en antebrazos, remeras y banderas de todo tipo y país. Aunque el Che fue mucho más que el hombre desarrapado y famélico que liquidó una pandilla del Ejército Boliviano: era un notable escritor y, sobre todo, un pensador que advirtió inteligentemente las zonas oscuras del socialismo que herían la vista en las ciudades soviéticas y de Europa del Este. Le tocó la tarea poco grata de aplicar penas de muerte a bandoleros del ejército cubano de Batista y, aunque se pretende ver en esas tareas una natural tendencia a la brutalidad y al crimen, lo cierto es que quien lee a Guevara comprende que acató esas tareas con amargura: en cierto pasaje del diario de sus acciones en Bolivia resalta el momento en que elige no dar la orden de atacar un camión del ejército porque los soldados estaban dormidos. No se entiende esa ternura en un jefe guerrillero si no es porque en él primaba, antes que nada, aquella idea que lleva su firma: un hombre nuevo mejor que el actual, desprendido de las taras y vicios a los que nos hemos acostumbrado o de los cuales nos disculpamos atribuyéndolos a cierta naturaleza humana que creemos incorregible.

Resulta claro que quienes cargan encima parte de la abundante iconografía del Che probablemente no hayan leído algo de aquel Ernesto que imaginaba un mundo mejor que aquél pródigo en miseria y sufrimiento que conoció. Sin embargo, eso no le quita mérito, ni a uno ni a otros. Como todos los mitos, no importa tanto cómo fue el Che sino lo creemos que fue. Porque, sean lo que sean, los mitos hablan de nosotros. Que todavía seguimos rumiando, en alguna parte, seremos como el Che.”

Vamos a por PARTES decía JACK el DESTRIPADOR..!
Leyendo a LITO… nuestra reflexion es..: “Hay algo más CHE que LITO ZANARDI..? Mientras cuida de manera AMOROSA a ELISA para que sea su ROSA como LE PETIT PRINCE… “

Y RODRIGUEZ; que no es DANI… si NO estaría recuperando TORINOS y DODGES; SILVIO le pone MÚSICA para un FINAL a toda ORQUESTA…

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CONTINUARÁ

CON JABÓN…! NO COMO PILATOS PORFIS

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