Entre tanto MOMENTO particular de este MUNDO…aparece un INSTANTE del CREER que se PUEDE…

HOY nos trae una REFLEXIÓN con el AGREGADO que es IDEAL para el MOMENTO actual… Con el sello de LILIANA VALIÑA, este toque PARTICULAR para iniciar el MES… el que dio en llamar…

No todo es tan obvio

La razón por encima de los miedos

Reflexionando sobre la violencia en nuestras comunidades, saltan a la luz las contradicciones de varias respuestas simplistas y miopes en la búsqueda de la tan anhelada calma que nos permita vivir en paz y armonía. Estamos preocupados por los niveles de violencia y criminalidad; tememos por nuestra seguridad y la de nuestros seres queridos, y buscamos mecanismos con la pretensión de que nos protejan mejor y nos ayuden a sentirnos más tranquilos, en seguridad y confianza. 

Esta es una problemática mundial que afecta a muchas sociedades, pero que se acentúa y se profundiza con mayor vértigo en los países con peores niveles de desigualdad y pobreza. En esto, Latinoamerica está tristemente a la vanguardia de la exclusión que afecta a grandes porcentajes de su población y de fracasos en la búsqueda de soluciones que generen mayor igualdad de oportunidades. Sea por respuestas reduccionistas e ineficaces sin mucha creatividad, por corrupción e impunidad, o por falta de compromiso para operar cambios reales, la situación con frecuencia desmejora y parece estar lejos de cortar el espiral de desigualdad regional que lideramos desde hace ya bastante tiempo. 

La educación es cada vez más deficitaria y retrocede en su rol social de nivelación, los cual incide en la falta de oportunidades, agravada por la pobreza, el desempleo, y la ausencia de opciones que sean tentadoras y dignas de un futuro atractivo para muchos jóvenes y adultos. Lamentablemente, el compromiso político y social de prioridad en la educación tampoco parece ser de la partida.

Este escenario de cultivo para la violencia -que por supuesto no puede jamás servir de justificación- en el cual la criminalidad afecta cada vez más a los más jóvenes, incluyendo a niños de corta edad, nos deja con cierto grado de sentimiento de impotencia. 

Y es aquí donde llegan las respuestas simplistas, que responden a una presión social inconsciente y atolondrada en donde las tripas y los miedos lideran por encima de la razón. Una de las propuestas más recurrentes busca la inflación de penas, otra la reducción de la edad de imputabilidad para tratar a los niños como adultos y encarcelarlos, además de grandes inversiones en cárceles y otras estrategias esencialmente represivas. Una mayor represión nos da el sentimiento de mayor seguridad. La pregunta es: esto es realmente así? Una persona deja de delinquir porque la pena es de 15 en lugar de 10 años por ejemplo? Un niño de 11 o 12 años en la cárcel, no verá incentivada su continuidad en la carrera de la criminalidad y acrecentará el riesgo a futuro? No deberíamos buscar respuestas más quirúrgicas que se adecuen a los distintos tipos de situaciones y violencias y que produzcan resultados certeros? 

La penetración creciente del narcotráfico y narcomenudeo, así como de bandas criminales en gran parte de la región es un hecho. Estos grupos están ganando el mercado de reclutamiento de jóvenes e incluso niños que no visualizan oportunidades concretas y cuyas familias forman parte del círculo marginado de las ciudades. Un niño en la cárcel es reemplazado fácilmente por otro en esta cadena de “servicios”, y por consiguiente la situación y el riesgo continúan igual. 

Necesitamos innovar, recuperar los propósitos y objetivos; reformular las prioridades y las  estrategias que realmente nos lleven al destino que buscamos: mayor seguridad y bienestar. Esto muy probablemente no se alcanzará sin mejores oportunidades.

He leído en estas últimas semanas artículos sobre varias experiencias muy interesantes vinculadas a las cárceles y a propuestas para evitar la reincidencia y disminuir riesgos para la sociedad. Varias de ellas han probado ser mucho más concretas, exitosas y garantes de una mayor protección y seguridad. La educación y el deporte, en particular, tienen la fuerza de cambiar vidas, horizontes y entornos. En muchos casos, incluso requieren de menos recursos que muchas otras respuestas más sofisticadas y menos eficaces en los resultados. 

Un ejemplo de esto es el programa de rugby en las cárceles, con la Fundación Espartanos, que muestra la contundente eficacia “transformando la vida de las personas privadas de la libertad para su integración social y laboral efectiva, a través de la práctica del rugby, la espiritualidad, la educación y la vinculación con el mundo del trabajo”. Este programa, iniciado en Argentina y hoy activo en 7 países, informa de la reducción del porcentaje de reincidencia del 65% al 5%. Realmente seguimos pensando en que obtendremos mejores resultados con el mero aumento de penas sin opciones de cambio para esas personas y que impacte también en el resto de la sociedad?

Otro artículo daba cuenta de la situación de una cárcel en la provincia de Buenos Aires, la cárcel de Saavedra, con casi el 50% de las personas privadas de libertad en educación formal o cursos de formación profesional, incluyendo a una persona muy avanzada en su carrera de derecho y con un plan profesional para ejercer a su salida. 

No estamos hablando de no aplicar la ley y sanciones ante la comisión de delitos, ni justificando que la desigualdad y la pobreza daría algún derecho a delinquir (de hecho también hay personas en situación socioeconómica favorable que igualmente delinquen) pero no seamos ingenuos de pensar que una ley, un código o una acción represiva por si sola y sea cual sea nos brindará la protección que estamos buscando. La respuesta está en cambiar los parámetros y pensar desde otros paradigmas. Atender la macro criminalidad con innovación, investigación especializada y tecnología adecuada para llegar a la raíz de las células; prevención y oportunidades de educación,  formación y futuro para la niñez y juventud; opciones sociolaborales para sus familias; con estrategias a corto y mediano plazo combinadas.

La generación de oportunidades, la reducción de la pobreza, una fuerte prioridad e inversión en la educación y el involucramiento social para los cambios que requerimos serán definitivamente más efectivos que cualquier grito, patada o polvo escondido bajo la alfombra carcelaria. 

Es reconstruir un tejido social que aprovecha de todo el potencial de la diversidad de su población, urbana y rural, adulta, joven, adolescente, infantil. Uno de los focos que hoy los Estados están posicionando a nivel global, de cara a la Cumbre del Futuro, en el marco de las Naciones Unidas, es el protagonismo de la juventud -incluyendo jóvenes mujeres y niñas- así como la consideración de las generaciones futuras en las decisiones del presente. Debemos evitar seguir haciendo más de lo mismo y atrevernos a pensar con la razón, los datos certeros y la mirada puesta en la oportunidad de ser actores de nuestro propio cambio. Las respuestas pueden ser simples, pero no todo es tan obvio.”

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