Ningún símbolo surge de manera espontánea. Tal vez no hay la conciencia suficiente al momento de esgrimirlo, pero muy en el fondo de los portadores de éste, existen unos reductos arraigados que a la menor oportunidad hay necesidad de sacarlos.
La derecha colombiana es quizás una de las más peligrosas de Latinoamérica. Digo esto porque Colombia durante el siglo XIX y el XX ha sido un país gobernado por un solo partido: el conservador. Así exista el famoso trapo rojo, el Frente Nacional condenó a la política colombiana a ser bipartidista. Esa repartija de poder realizada en una mesa situada sobre una alfombra empapada con la sangre de miles de campesinos, indígenas y pueblerinos que fue el FN, sepultó la posibilidad de construir un país político acorde con el país real que también era alternativo y progresista. Esa es una de varias causas de que sea tan difícil que en Colombia se acepte una alternancia de gobiernos: porque siempre su historia republicana ha sido un remedo de República en el que se ha exterminado a la izquierda o a quien no sea ni liberal o conservador.
Diluido y cooptado ese bipartidismo entre el narcotráfico, el despojo de tierras, la compra de armas para aupar la guerra, el genocidio de los más débiles y la corrupción impune, creyó que podía continuar eternamente con esa manera de gobernar infame y no previó que las víctimas, hijas e hijos de las víctimas; los nietos de las víctimas, y los biznietos…reaccionarían no sé si temprano o tarde y provocarían la llegada a la presidencia de un gobierno de izquierda: el de Gustavo Petro y Francia Márquez.
Este gobierno al que la derecha con medios de comunicación arraigados en los hábitos consumistas de la gente, quiere hacer caer cómo sea. Una derecha que comprobado está, ha sido más sanguinaria  que la derecha chilena durante la dictadura de Augusto Pinochet: en sus ocho años de gobierno Álvaro Uribe autorizó el asesinato de más civiles que el dictador Pinochet.
Ha tenido el presidente Gustavo Petro que pedir perdón a las madres de los 6.402 falsos positivos. Han aparecido hornos que posiblemente se usaron no solo para fabricar panela, sino para incinerar casi 560 colombianos. El ex-paramilitar Salvatore Mancuso lo había confesado en una de tantas audiencias ante la Justicia Especial para la Paz. El 18 de septiembre, en Yopal, Casanare, en Audiencia de Reconocimiento de la Verdad se reunieron 24 militares del Ejército colombiano del tiempo de ex-presidente Uribe, y 119 víctimas. Estos militares son los de máxima responsabilidad por el asesinato de 296 personas de Casanare durante el gobierno de la Seguridad Democrática.
Este plan criminal no ha sido objeto de titulares en los medios que fustigan día a día al Gobierno del Cambio.
La derecha está desesperada y sin duda, el presidente Gustavo Petro también. Y eso no es nada bueno para el país, ni siquiera para la masa que defiende el  legado uribista. El día de la noticia de los hornos crematorios en la frontera con Venezuela un grupo de bogotanos con antorchas semejantes a las del Ku Kux Klan rindieron homenaje a los militares en una plaza. Son los que se empeñan en ocultar el genocidio de la derecha liderada por AU, los negacionistas que al negar afirman, porque como dijo el presidente de Colombia Gustavo Petro ante las madres de los jóvenes asesinados durante el gobierno de Uribe: “Al lado del que fusila, está el que niega” pues quien oculta es tan cómplice como el que dispara.
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