Hoy 23 de julio se cumple medio siglo del colapso de la dictadura de los coroneles, que durante siete años sometieron a Grecia al tormento de un gobierno de imbéciles. Gente que no solamente usurpó el poder mediante un golpe de estado, sino que pretendió acaparar los cargos públicos con una manada de fanáticos, ignorantes e ineptos. De aquellos que creen que gobernar es dar órdenes en cualquier sentido, incluso contradictorio, insultar, cuando no torturar y encarcelar a posibles contradictores, y hacerles favores a los amigos. Con todo lo cual le infligieron a la nación helénica un castigo inmerecido. 

Los griegos tienen muchas razones para celebrar la restauración democrática. No solamente en julio del 74 culminó una resistencia que en sus tramos finales tuvo como vanguardistas a los estudiantes del Politecnío de Atenas, sino que se abrió paso la consolidación de una república parlamentaria que ha funcionado desde entonces como eje del avance del país. También entraron en un período de superación del trauma de la guerra civil que sucedió a la ocupación alemana de la Segunda Guerra Mundial. Proceso que trajo algo de justicia, después del drama de los ajustes de cuentas que siguieron al cese de la violencia de los fusiles. 

De la dictadura tal vez quede, para el conjunto del mundo helénico que encabeza la Grecia de hoy, la herida de la toma del norte del territorio de Chipre por los turcos, desde cuando los infaustos “coroneles” trataron de propiciar un golpe de estado contra el Arzobispo Makarios, que hizo que la comunidad turca de la isla temiera quedar en segundo plano y Turquía enviara sus tropas a protegerla. Luego de lo cual crearon una “República Turca del Norte de Chipre” con 360.000 habitantes, reconocida solo por la propia Turquía y por la Organización para la Cooperación Islámica. 

Además de la reconciliación y del renacimiento democrático, los griegos se deshicieron, de una vez, de una monarquía ficticia, surgida de esa época oscura en la que familias de “sangre azul”, por lo general germanas, eran llamadas a gobernar en los Balcanes, como también llegaron a tratar de hacerlo en México. Solo que los mexicanos las desterraron mucho más temprano. 

Cualquier sentimiento “monárquico” es visto hoy en día en Grecia no solamente como un anacronismo, sino como recuerdo indeseable de esa época en la que al país lo miraban como uno de esos parajes que requerían de la tutela de la “nobleza europea” para poder figurar en los escenarios de la diplomacia con modales adecuados. Casi nadie recuerda en otras partes que, si hubo alguna tradición monárquica verdaderamente griega, fue la del Imperio Bizantino, debidamente sepultada por el huracán de la historia. 

Desde el 74, gobiernos de diferente orientación política se han sucedido en el poder dentro del marco de instituciones sólidas, al ritmo de los sentimientos de la sociedad. La alternación se ha dado de manera respetuosa, tranquila, expedita y ordenada, al impulso de formaciones políticas de centro derecha o de la socialdemocracia, e inclusive más a la izquierda, sin perjuicio de la existencia de partidos ubicados en los extremos del espectro político. Todos unidos en torno a lo esencial, que se resume en su compromiso con la institucionalidad democrática. 

En medio de efervescencia legendaria, a lo largo de las últimas cinco décadas el país pudo superar la embestida del populismo de diferente procedencia. Los militares ocupan el lugar que les corresponde en un estado democrático. Una policía nacional, de probado profesionalismo, depende del Ministerio de la Protección Ciudadana. Ha sido capaz de sobrevivir a desaciertos en el manejo económico. Es un país de emprendedores. Forma parte de la Unión Europea. Es miembro de la OTAN. Su sistema educativo y el de salud presentan cubrimiento universal. Las mujeres alcanzaron derechos antes inexistentes. Una mujer es presidente de la república. Se legalizaron el aborto y el matrimonio entre personas del mismo sexo. La iglesia ortodoxa, autocéfala, ha cedido privilegios y al tiempo sirve de aglomerante para la nación. Los anarquistas, no necesariamente violentos, siguen siendo parte de una tradición que proviene de la antigüedad. Por fortuna, por todas partes hay descontentos que animan con su crítica una permanente discusión, mientras todos disfrutan de esa libertad que recuperaron hace medio siglo.  

Tal vez la mejor descripción del proceso histórico reciente de Grecia se vea reflejado en algo que, palabras más, palabras menos, con la elocuencia de quienes pertenecen a esa cultura y hablan esa lengua precisa y milenaria, dijo una griega acostumbrada a ver las cosas como desde un palco del teatro de la vida helénica:

“Aquí nunca hemos dejado de gozar, cuanto podamos, aún en medio de las dificultades. 

Eso viene del Olimpo. 

Allá todavía nos observan, se ríen de nuestras tonterías, y también nos protegen. 

Nos miran con un poco de cariño y otro de compasión. 

Jamás nos dejan caer del todo. 

Así llevamos ya miles de años, próximos a un naufragio que nunca se consuma. 

Desde mi infancia en Santorini, todo el mundo anuncia que ahora sí va a llegar una crisis definitiva. Y nada. 

Crisis vienen y van. Nos la pasamos esperando a los bárbaros. Y el día pasa sin que lleguen. Cavafis nos representó muy bien cuando dijo: esos hombres habrían sido una solución. 

Vivimos un drama eterno, y lo disfrutamos en medio de esta algarabía indispensable para sobrevivir. 

No importa que la plata o los gobiernos alcancen o no para arreglar todos nuestros males de una vez. 

Nunca nos ha durado mucho la ilusión de que las cosas andan bien. 

Sabemos que nuestra vida transcurre sobre andamios de teatro, sin necesidad de ponernos de acuerdo, porque eso aquí es imposible. 

Estamos dispuestos a continuar. 

Vamos a seguir, lo mismo que siempre, esperando que lleguen mejores días, comiendo entretanto las mismas yerbas, porque no estamos dispuestos a cambiar. 

No vamos a pagar impuestos. 

Los pobres no lo han hecho jamás, porque hace no más dos siglos tenían que pagárselos al turco, y esas cosas nunca se olvidan. 

Y los ricos mucho menos van a pagar, porque no lo hacen en ninguna parte y dejarían de ser lo que son. 

Recuerda que esta es la tierra de Midas, que hace que los ricos sobrevivan a sus propias catástrofes, y también la de Hermes, el protector de los ladrones, que les favorece para demostrar que de ningún modo morirá. 

A nadie le importa quién gobierne, con tal que no sea extranjero. 

Nuestra causa es la de tener pan en la mesa, café, pescado, y vino, cuando sea necesario. 

Así pasamos la vida en estos parajes, llenos de paciencia, hasta que nos morimos de viejos, con el bolsillo liviano y la conciencia tranquila. 

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