https://www.monografias.com/trabajos104/asi-era-recua/asi-era-recua2.shtml
Panorámica de Barbacoas.

Más de 400 años de historia nos hablan del puerto que encantó y atrajo a miles de europeos que llegaban atraídos por la ambición del oro. Pizarro y sus huestes escucharon que había un pueblo, los Telembíes, que utilizaba herramientas de oro, donde sus mujeres vestían trajes tejidos en el hermoso metal y en donde un rey tenía todos sus utensilios elaborados con el sudor del sol; no se trataba únicamente del Inca, sino de unas minas que estaban al oriente de la Gorgona, pasando por Iscuandé e internándose por la selva.

Es por ello que no hay texto que, hablando de los aportes que hizo América a Europa durante más de 5 siglos, no mencione a Santa María del Puerto de las Barbacoas, como la llamaron durante algún tiempo en la Colonia. Fue, sin duda alguna, el puerto aurífero más importante del sur occidente colombiano y norte ecuatoriano. De ahí, con seguridad, salía el oro que Tumacos y otros pueblos emplearon tanto para adorar a sus dioses como para marcar diferencias de clase entre los suyos. Hoy, esos tesoros están lejos del Pacífico colombiano, algunos los resguardan en gruesas bóvedas en Pasto, Bogotá y otros museos del mundo; otros, con menor suerte, empotran las ambiciones de las suntuosas casas de quienes han auspiciado por siglos el contrabando de estas hermosas prendas que, más que joyas, son el legado cultural de todo un pueblo.

 

No hay como Barbacoas

por nuestras ricas costumbres

de los pueblos del Pacífico

Barbacoas está en la cumbre

 

Pronto llegaron los negros traídos del África, debían sustituir a los indígenas en el trabajo minero, ya que éstos habían sido mermados por el mal trato del que fueron objeto; así, por el afán de riqueza, fueron sometidos a la ignominia de la esclavitud. Sin embargo, ellos hicieron suyo este territorio, lo apropiaron y trascendieron en la libertad espiritual a través de él; ahí sus dioses se disfrazaron de santos blancos y su principal deidad tomó el nombre de una virgen madrileña: Atocha. Para olvidar sus dolencias, rememoraban sus cantos y sus tradiciones, los sonidos de la marimba se vertían libres por el Telembí, el Guagüi, el Guembambí, y muchos otros ríos que alimentaban la fiebre de oro de sus esclavistas. Los negros se divertían con los ritmos de berejú, agua larga, agua corta y corridos, pero el preferido siempre fue el currulao.

Barbacoas fue el castillo de oro para personas venidas de todas partes de Europa y América, pero también caían muchos en la desgracias, tornándose en castillo de naipes, ya que el trabajo en las minas siempre tiene una exigencia que pocos conocen. El esfuerzo es sobrehumano, aún con la ayuda de las dragas, muchos debían sumergirse y con sus propias manos arrancar el preciado metal a la tierra que se esforzaba por retenerlo. Cuando se lograba, como se ha hecho durante siglos, las vanidades salían a flote, como la de un tal marques de Miraflores, Pedro Quiñones, quien en 1778 daba sendos banquetes servidos en vajillas de oro, atendido por esclavas semidesnudas que lucían corpiños tejidos con la filigrana más fina que pudiera existir y que en magnificencia le hacían competencia al traje que acompañó hasta hace algunos años a la Virgen de Atocha. O la de aquel dueño de mina que también tenía vajilla de oro, bacinilla de plata y cañón de este material, anotando que también hay minas argentas en la región. Y otro que, ante tal abundancia, obsequió con frutas de oro a sus agasajados.

Se convirtió en una importante ciudad, a tal punto que las élites caucanas, pastusas y quiteñas forjaron un intrinques de relaciones familiares para preservar sus fortunas; y como toda ciudad rica y grande, generó cientos de enredos y revoluciones, todos querían manejar los caudales que se destinaban a la Corona, y como buena herencia española, el fraude y la traición hicieron escuela en la importante Barbacoas. Los piratas intentaron muchas veces tomarse la ciudad, llegaron a las riberas de sus ríos, pero fueron repelidos por las élites españolas y criollas que se aliaban para tal fin.

Ahí llegó la Inquisición, ¡quién lo creyera!, se convertía en una pequeña Cartagena, con las murallas naturales que la resguardaban, quizá por el temor a perder las almas por la sed del oro, lo cierto es que también curas, monjas y monjes buscaban parte del botín, de ahí la presencia constante de diferentes órdenes en el territorio. Y cuando los curas estaban borrachos, negros y blancos celebraban, se tiene registro que a mediados del siglo XVIII en la ciudad se celebraban carnavales, con máscaras para imitar a los judíos, una antesala de los carnavales de Negros y Blancos, que se consideran tan pastusos. Había franceses que inventaban submarinos y alemanes que se las daban de curanderos, gitanos que buscaban leer la suerte y serranos con ganas de más oro. José Mariano Rodríguez llevó la imprenta a Barbacoas, la primera en el actual Nariño, también cuna del periodismo en la región, con El Pezcador, aparecido en 1825.

En abril de 1781 se da un intento de revolución, a tal punto que las propias autoridades mencionaban que era natural que los esclavos se sacudieran del yugo de la esclavitud; el ideal se riega como pólvora y el 7 de noviembre de ese año el pueblo de Tumaco se levanta contra las autoridades por el alza de los impuestos, tomando el liderazgo el negro liberto Vicente de La Cruz, nombrando, como caso excepcional en la historia, al primer Teniente de Gobernador popular, en la cabeza de Josef de Vallejo.

Al ser las construcciones casi en su totalidad en madera, quizá deba a eso el nombre del poblado, muchos han sido los incendios que desde el siglo XVI hasta el siglo XX se han presentado en el municipio, quemando los archivos parroquiales y civiles, de ahí que la mayoría de legajos para reconstruir su historia reposen en Popayán, Pasto, Quito y Bogotá. Sin embargo, la tradición del puerto es tan fuerte que, no pocas tesis, libros, artículos en revistas académicas y no tan formales, hablan sobre el puerto aurífero más importante de la región durante siglos.

Uno de estos incendios lo propició el mestizo realista Agustín Agualongo, a las 2 de la tarde del 1 de julio de 1824, quien huyendo de los ataques patriotas y de los negros, a quienes Tomás Cipriano de Mosquera había dado la libertad con la condición de apoyar su causa, optó por incendiarla. La iglesia ardía, ante lo cual el comandante patriota dio la orden de sacar, antes que nada, la custodia y el copón. Mosquera fue herido en la quijada por una bala que le trituro el maxilar, recibiendo los primeros auxilios del cura del pueblo. Posteriormente, Agualongo es capturado en El Castigo por su antiguo compañero de armas, José María Obando, conducido a Popayán y fusilado el 13 de julio de ese año.

Barbacoas ha sido cantón, municipio y provincia; ha pertenecido a Popayán, a Quito y a Pasto. La han intentado conquistar franceses, ingleses; reconquistar españoles, ecuatorianos, caucanos y antioqueños. Entre el periodo comprendido entre 1620 y 1822 exportó a España 400 libras anuales de oro, es decir un total estimado de 80 mil libras, anotando únicamente las registradas, puede ser el doble, ya que gran parte quedó en manos de usurpadores y ladrones a sueldo.

Pasaron más de 400 años para que una carretera comunicara a Barbacoas con la sierra y el centro del país. Aún faltan unos cuantos kilómetros para que el pueblo tenga un medio terrestre de transporte digno; pasaron muchos gobernantes, algunos de ellos barbacoanos, y todo se quedaba en meras promesas, trapazas convertidas en eslóganes electoreros. Como bien me lo manifestó un barbacoano, de esos de pura cepa, “esta carretera debería estar pavimentada en oro”.

A la ciudad se llegaba en las espaldas de los indios cargueros serranos, quienes tenían que soportar el peso de mercancías y de amos. Luego fueron remplazados por mulas y caballos, pero el comercio de sal y mercancía decayó y los mercaderes buscaron plazas en Quito y Tumaco. La creación del décimo Estado repercutió negativamente, de ahí la resistencia que la élite barbacoana manifestó en contra de esta idea, sabían que obedecía a causas propias de los pastusos, por eso buscaron la unión de las provincias de Caldas, Tuquerres y Obando, logrando únicamente la desidia y el encono de la encumbrada capital del nuevo departamento.

Como si lo anterior fuese poco, el trazado del ferrocarril de Occidente no contemplaba a Barbacoas, buscaba la comunicación de la sierra con Tumaco, dejando aislada a la ciudad del oro, a tal punto que el único tren que existió en el departamento iniciaba en un lugar de la selva, El Diviso, y terminaba  en otro, a unos cuantos kilómetros del puerto tumaqueño. Además, la navegación fluvial, que se hacía por el Telembí y el Patía, se vio afectada por la escasez de aguas para barcos de gran calado, los malos manejos de la compañía inglesa Pacific Steam Navigation Company, así como las afectaciones a los vapores Telembí, Colón, Buenaventura y San José, entre otros; la llegada del hidroavión en 1929, para uso postal y de remesas de oro de las compañías extranjeras, terminó por dar la estocada final a los viajes fluviales.

Hegel, para poder idear la dialéctica, se alimentó de lo que leía de los viajeros a América; el carguero y la carga, por ejemplo constituyen un ejemplo claro de lo que él denominó la dialéctica del amo y el esclavo, cuando ambos se necesitan para poder ser, en pocas palabras, para poder existir. Así ocurre con Barbacoas, una historia de blancos españoles y criollos, y otra historia de negros e indígenas, esclavos y sometidos; más tarde, de dueños de capital y de desposeídos. Cuando la ciudad se volvió una carga, quedaron ahí los herederos del África y los indios que habían huido a la selva para poder subsistir.

Fue gracias a mi hermano, a quien habían nombrado juez en Barbacoas, que conocí esa tierra maravillosa; recuerdo aún la mañana en que llegamos, luego de un largo y tedioso viaje, el escribiente nos llevó a conocer el Telembí, una esmeralda desleída que pasaba, casi silente, frente unas hermosas casas en madera que estaban ubicadas a lo largo del hermoso río. Han pasado varios lustros de esa hermosa experiencia, y en mi retina ha quedado grabada esa imagen, la de un verde rio que atraviesa un pueblo mágico, lleno de gente trabajadora y forjadora de leyendas. Cuando volví por varias veces y por varios días, después de tanto tiempo, encontré una ciudad en cemento y ladrillo, pocas casas de madera se conservan, las personas han cambiado, pero la tradición tiene un peso que no se puede desconocer.

El propio José María Cordovez Moure, en sus célebres Reminiscencias de Santafé y Bogotá, escritas a finales del siglo XIX, experimentó lo que nosotros niños a finales de los 1980, se asombró del viaje, de la ciudad, de un pasado glorioso que aún se respiraba y, por sobre todo, de esas mujeres hermosas que despertaron sus juveniles ilusiones. Son las mismas mujeres que en 2011 evocaron a Lisistrata, la obra griega escrita en 411 a. C., iniciando una huelga de piernas cruzadas, es decir de no sexo, hasta que los hombres se unieran a ellas en la protesta para exigir la adecuación de la carretera que los comunica con la sierra, pero aún más, el trasfondo también es el no traer hijos para la guerra, una protesta helénica en reclamos de paz con justicia social. Ese es el tesón de la mujer barbacoana.

 

Gente linda, tierra bella

que a cualquiera hipnotiza

Muy verdes son sus montañas

y muy suaves son sus brizas

 

En Barbacoas todo era macondiano hace más de 30 años: se leía el periódico de ayer, como dice esa hermosa salsa que me emociona; la electricidad era un privilegio diario por dos horas; el agua para el consumo se obtenía de la lluvia y luego de hervirla por un buen rato; un helicóptero llegaba un día por semana a llevarse el oro sacado de las entrañas de las minas; existía entonces la Caja Agraria, cuyo atraco por parte de grupos al margen de la ley anunciaba ya épocas de terror.

La fiesta de la Virgen de Atocha era todo un museo del oro en las calles, pese a los continuos robos y saqueos que se hicieron de estos tesoros; el propio Bolívar ordenó expropiar los tesoros de Atocha, quería llevarse la custodia, que lucía 233 diamantes, 77 esmeraldas y 63 amatistas, y su peso era de 21 libras; el rosario de oro, que estaba adornado con 119 perlas, la corona de la Virgen y la corona del niño Jesús, que eran de oro y estaban cubiertas también con numerosas piedras preciosas; los zarcillos de la Virgen, que tenían 133 chispas de diamante y 14 topacios. La comunidad lo impidió, donando ellos mismos joyas en la proporción deseada, más dos quintales de plata labrada en chapas laminadas en relieve sacadas del frontispicio y de las pilastras del altar mayor, además de otras cuantas coronas, diademas y rosarios. Un año antes le habían sido decomisadas una custodia de plata, un cáliz con su patena, un par de vinajeras con su platillo, incensario e hisopo, una concha de bautizar, un resplandor, una coronita imperial, cuatro cruces de diversos tamaños de plata, un mantel y cortinas del sagrario. Finalmente, en junio de 1992, dos ladrones se llevaron lo que quedaba, las coronas de la Virgen y el Niño, tazadas entonces en más de mil millones de pesos.

 

Como atochita ninguna

Atocha tiene corona

Ella es nuestra protectora

también es nuestra patrona

 

El municipio tiene todos los problemas de los de la región: no tiene acueducto ni alcantarillado, creo que lo han construido en papeles varias veces, como la carretera; hay agua en abundancia, aunque la potable es escasa; la señal de internet es regular, aunque es más fácil la comunicación que en los municipios cercanos; la cobertura de energía eléctrica en la zona urbana es de un 98%, en la zona rural está conectada en un 45%, los resguardos en la zona rural únicamente tienen cobertura en zona de carretera. Sus calles están en permanente construcción, quizá una manera insidiosa de usurpar sus escasos recursos. El parque Mosquera muestra abandono, indigno de un escenario que de una u otra manera marcó el destino de la nación.

En el municipio hay los siguientes resguardos indígenas Awá: Cuambí Yaslambí, Pingullo Sardinero, La Faldada Cuasbil, Gran Sábalo, Saunde Guiguay, Guelmabí Caraño, Tronqueria Pulgande Palicito, Chagüí Chimbuza, Honda Río Güiza, Nunalbíc Alto Ulbí, Pipalta Pablé Yaguapí, Ñambi Piedra Verde, Tortuga a Punde Brava, Palvi Yagualpí, Hojal La Turbia, Tortugaña Telembí y Alto Albí, Chimbagal. Y los siguientes consejos comunitarios: Alejandro Rincón del rio Ñambi, Unión Bajo rio Guelmambi, Renacer Campesino, La Gran Minga de los ríos Inguambí Albí, La Nueva Alianza Alto Telembí, Renacer del Telembí, La Gran Unión rio Telpi, La Nueva Esperanza, La Nueva Reserva Acanure, El Bien del Futuro, Manos Unidas del Socorro y Brisas del Alto Telembí.

Su acceso desde Pasto se hace por la carretera pavimentada (troncal Pasto – Tumaco) hasta el sitio Junín en una distancia de 180 kilómetros; de Junín a Barbacoas dista 57 Km, pavimentados 48 kilómetros y por pavimentar 9 kilómetros. De Barbacoas se llega a Magüi Payán por vía terrestre, la cual presenta un pésimo estado, aumentando el tiempo de recorrido. La comunicación fluvial se hace con Tumaco, Roberto Payán, Magüi Payán, Satinga, Cumbitara y Policarpa, por los ríos Patía y Telembí.

 

Aguas claras, aguas dulces

Caras lindas te sonríen

Mucha gente que te guíen

y te monten en canoas

Vuelvo y te lo repito

no hay como Barbacoas.

 

Barbacoas parece a veces a esas mujeres que han tenido un pasado glorioso y que, pese a las arrugas o a la pobreza, evocan una dignidad que es imposible no tratarlas con caballerosidad y respeto. Aún tiene mucho de la ciudad que fue, no se permite ser un pueblo más; la modernidad le ha llegado, con dolor ha enfrentado la violencia venida más de extraños que de propios, ahí las autodefensas y las guerrillas hicieron de ella su escenario y su fortín, aislándola aún más de los intereses departamentales; es cabecera de la región, pero comparte con angustia sus flaquezas con Magüi y Roberto Payán que le son tan próximas. Las dragas explotan sus minas y ensucian sus ríos con los residuos químicos que se emplean para extraerlo. Mucho de este oro se saca de ahí, pero se reporta como antioqueño, para evadir la inversión en la región.

Bajando por la calle del Comercio, pasando por un moderno pero abandonado edificio de la Alcaldía, avanzando por modernos hoteles que brindan los mejores servicios, como en toda ciudad importante, por lujosos restaurantes que sirven los mejores platos, verdaderos manjares que hacen la delicia de propios y visitantes, ahí la bala, el encocao de pescado, el tapao, y si está de buenas, el mejor pusandao que se pueda comer en toda la región, se llega finalmente al muelle: recuerdo permanente de mi niñez.

 

Y platos muy exquisitos

en nuestra alimentación

el pusandao y el tapao

como representación

 

Ahí están los vendedores informales con cocos, chontaduros, pescado seco y los deliciosos ciruelos, una fruta creada por los dioses para saciar la sed en territorios tan húmedos; y está el Telembí, siempre majestuoso, cada vez más imponente, pese a que su otra orilla ha sido conquistada por negocios que manchan su verdor; siguiendo por el muelle, ya no están las casas de finas maderas que resistieron al agua y al fuego de pasados guerreros, hoy se levantan moles de cemento que sustentan el comercio en todas sus formas, hasta el carnal; las cantinas pululan y el eco del reggaetón ha desplazado al currulao, y un buen número de venezolanas ha conquistado los lugares donde se ejerce la profesión más antigua de la humanidad.

Yo cierro los ojos, prefiero sentir con las brizas del Telembí el encanto que sentí en la niñez, ahí me vuelvo un pez para estar permanentemente yendo y viniendo, alimentándome de esa fuerza que encierra este territorio, ahí me vuelvo eco en sones de negros, y me dejo encantar por los sonidos de las marimbas; quiero ser un pececito de filigrana, para pender del cuello de una hermosa barbacoana que es dueña de su estirpe y de su estro.

Y me vuelvo nuevamente viento, para decir con Katherine Maribel Quiñones, “La Tunda del Telembí”, autora de las décimas que se vierten en este texto:

 

Pueblo y ciudad encantadora

de gente amigable

religiosa y muy amable

Que practica sus costumbres

lo seguiré repitiendo

Barbacoas está en la cumbre.

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