
EDVARD MUNCH O EL ANTIGRITO, es el nombre de la exposición que presentó el Museo de la Pinacoteca, Plaza de La Magdalena, París, en mayo de 2.010. Este genial pintor noruego es conocido, básicamente, por una obra “El Grito”, lo que ha llevado a que su extensa producción pictórica sea prácticamente ignorada por fuera de su país natal; es por ello que La Pinacoteca decidió no exponer la obra que ha opacado todas las demás. Tanto “El Grito” como “Niñas sobre un puente”, son dos pinturas que me siempre me han impactado, pero tener la posibilidad de ver más de 150 pinturas de Munch, poder observar toda su trayectoria artística, descubrir su vida marcada por el sufrimiento, la enfermedad y el alcohol, me ayudó a entender más a este artista melancólico, violento, reservado, viajero, exiliado en sí mismo. Su paleta, -cargada de colores rojos, verdes, azules-, su pincelada alargada y libre, sus grabados de mujeres solas, prisioneras de sí mismas -ya que sus largas cabelleras se convierten en barrotes- o sus parejas de amantes que se besan y abrazan como si se lanzasen a un precipicio o los retratos que nos muestran una soledad infinita e inconmensurable, nos recuerdan el sufrimiento permanente del artista. Y es que la infancia de Edvard Munch (1863-1944) estuvo marcada por la tragedia. Su madre murió de tuberculosis a la edad de treinta años, cuando Munch aún era un niño. Su abuela había muerto de la misma enfermedad a los treinta y seis años y su hermana las siguió por la misma senda cuando sólo tenía quince; e incluso Munch estuvo a punto de morir por una hemorragia pulmonar a los trece años. Él mismo diría años más tarde una frase lapidaria: “vivo con los muertos”.
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