El Hilo de Ariadna
Archivo junio 2011
Hace poco más de un mes comencé a escribir este blog, El Hilo de Ariadna, y en su segunda entrega publiqué un comentario sobre un escritor japonés llamado Haruki Murakami (XXIII Premio Internacional de Cataluña 2011). Pues bien, hoy escribo sobre otro escritor nipón, Akira Yoshimura (1927-2006). Ganador de múltiples premios y autor de una obra prolífica, pero poco conocido en Colombia; tal pareciera que estuviésemos condenados a navegar por un pequeño mar de conocimiento, ignorando los inmensos océanos que existen. Acabo de leer uno de los libros del autor en cuestión “Libertad bajo palabra”, llevado al cine por Shohei Imamura, con el título de “La anguila” (Premio a la Mejor Película Extranjera en el Festival de Cannes - 1998). Yoshimura fue Director de la Asociación Japonesa de Escritores y del Museo de Literatura Japonesa Moderna, entre otros cargos de importancia cultural.
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En los años 70, mientras realizaba mis estudios de literatura en la Pontificia Universidad Javeriana (Bogotá), tuve la gran fortuna de tener como profesor a un jesuita a quien le debo mi pasión por la historia de las religiones. Su curso se llamaba Ciencias Religiosas, y estaba dirigido a dilucidar el pensamiento de uno de los más grandes pensadores del siglo XX en dicha materia, Mircea Eliade, pero también estudiábamos a Georges Frazer o a Roger Caillois. No fue sino hasta más tarde, cuando me encontraba realizando la Maestría y el Diploma de Estudios profundos (DEA) en la Universidad de la Sorbona (París), cuando tuve la oportunidad de conocer a otro gran pensador, Claude Lévi-Strauss (1908-1909).
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Siempre he creído que uno de los lugares más famosos, al menos para un hispanohablante, es Isla Negra, no importa si se ha estado físicamente o no. Todos los que amamos a Pablo Neruda conocemos su existencia, así como todos conocemos otros lugares míticos, ancorados en lo más profundo de nuestro sistema límbico, como son Macondo, o Santa María o Yoknapatawa. La diferencia, es que Isla Negra existe, pero, contrariamente a lo que uno pudiera creer no es una isla. Está, eso sí al borde del mar, de un mar violento, las olas parecieran ser del tamaño de una casa, y vienen a morir en un acantilado de una hermosura inconmensurable. Son piedras enormes, cuasi míticas, como si el mundo recién despertara de un largo y profundo sopor, como si recién acabase de ser inventado, creado o soñado, o todo a la vez; ¿Por qué, dónde comienza la realidad y donde termina la imaginación? La frontera entre esos dos conceptos es frágil y como un funámbulo transitamos sobre ella, meciéndonos de un lado a otro de esa cuerda que puede romperse al menor descuido.
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