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Publicado el Banco Interamericano de Desarrollo

El agua según Napoleón

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Agua segun Napoleon

En el transcurso de 1804, luego de haberse coronado Emperador de los franceses, reinando desde el Castillo de Saint-Cloud entre sueños de gloriosas conquistas militares, el corso Bonaparte por ahora victorioso, tuvo una idea urbanística brillante: mejorar el aprovisionamiento de agua en Paris.

A comienzos del siglo XIX, el éxodo rural hacia las grandes ciudades francesas se vio acelerado por razones económicas y sociales. Paris, ya en el centro de la economía galesa, pasó de medio millón de habitantes a cerca de dos millones, con una infraestructura de más de un siglo, prácticamente inservible.

Los paraguas de las calles grises minuciosamente descritos a través de la obra de Balzac, servían para protegerse de la molesta lluvia y salvarse de las aguas servidas que caían no del cielo, pero de las ventanas de los apartamentos sin ningún tipo de alcantarillado. Estas no eran prácticas dignas de la capital del Imperio más grande de Europa.

El megalómano empedernido ordena entonces la construcción de un canal para traer parte de las aguas del l’Ourcq, que termina de construirse después de su muerte en 1824 y que permite a la ciudad disponer de 100 000 metros cúbicos de agua adicionales. Le siguen el canal Saint-Denis (en funcionamiento a partir de 1821) y Saint-Martin (1825), actualmente lugar favorito para el picnic dominguero gracias a los esfuerzos de saneamiento del Sena. Sin embargo, las costumbres de buena higiene personal siguen siendo las grandes ausentes de los manuales de cortesía de la época. Más de alguno receta “bañarse con precaución una vez al mes.”

Institucionalmente, el dictador iluminado empuja una reforma que unifica los dos entes reguladores (Aguas de Paris y Aguas del Rey), que pasan a ser enteramente municipales, lo que facilita la gestión del recurso. Y aunque todo apunta a una mayor disponibilidad de agua, la calidad del servicio no mejora. Dados los altos niveles de contaminación de las aguas de superficie (de los canales) y freáticas (de múltiples pozos), no faltaba ser estratega militar para predecir la epidemia de cólera (importado del Ganges, pasando por Londres) que fulmina la población capitalina en 1832.

Un poco menos de medio siglo después, será el sobrino, Charles-Louis Napoleón Bonaparte o simplemente Napoleón III (fiel a una cierta tendencia imperialista familiar) quien encare uno de los planes de ordenamiento de suelos más importantes de la historia (fuente de inspiración de las grandes obras de modernización de los “pequeños Paris” con sabor americano, como Buenos Aires, Rio de Janeiro y México DF). Dando carta blanca al baron Haussmann y su cómplice Eugène Belgrand, como parte de ese plan, se diseña e implementa en 1852, un programa municipal de gestión de agua potable y aguas residuales que termina de ser ejecutado en 1924.

El programa prevé nuevas fuentes de agua (construcción y expansión de canales, por ejemplo), mejoras en términos de calidad (métodos de filtración y almacenamiento) y sistemas de cobranza más efectivos (exclusivamente municipales). Tomando ejemplo de la Cloaca Máxima romana, los visionarios demoledores de patrimonio crean un verdadero sistema de drenaje y alcantarillado que permite, entre mil maravillas, la evacuación inmediata de las aguas de lluvia y aguas servidas industriales o domesticas (desgraciadamente, descargadas directamente rio abajo en el Sena). Las construcciones subterráneas siguen el ritmo de las edificaciones de la superficie y en 1911, la red de alcantarillado mide 1214 kilómetros (de 14 km en 1833).

Hoy, gracias a esta infraestructura de origen napoleónico, Paris es la única capital que cuenta con dos redes de distribución de agua: una de baja presión (no potable) de tiempos de Napoleón I, y una potable de alta presión del sobrino Napoleón III. Muy a pesar de Tolstoï: nada mal como legado familiar.

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