El profesor Noreña se encuentra haciendo una fila para comprar. La naturaleza latina de sus contemporáneos los invita a ser creativos con la disposición de la fila, es decir, el destierro del concepto de la rectitud hace que la fila se perciba como una serpiente enroscada en su mimetismo. Si bien, tal creatividad es espontánea y sirve como estandarte de nuestra identidad, dos cosas preocupan socialmente: la primera, el que la gente olvide los turnos de llegada, la segunda, que ese olvido permita una trifulca, por derecho a su lugar.
Los cuerpos inmóviles, simulando el lugar indicado, son franqueados por un transeúnte algo distraído, quien se ubica estratégicamente entre un lugar cualquiera y un puesto privilegiado de la fila. Es decir, la fotografía se presta para realizar dos interpretaciones: o el desprevenido no tiene idea de de dónde esta parado, o como decía alguna de las suegras dejadas en el camino afectivo del profesor Noreña: «se está haciendo el pelotas».
Y es que el punto estratégico puede considerarse una filosofía de vida bastante utilizada en la cultura; al parecer, todo el mundo es consiente de lo que ocurre, pero actúa como si estuviera representando la farsa de la ingenuidad, de lo contrario, preguntémosle a las ministras de gobiernos de inframundo que salen contratadas en otros departamentos, después de haber sido protagonistas de robos sobrenaturales; esa clase de servidores públicos no solo demerita la pobrísima cuota de género, sino que arruina la ilusión de que lo femenino no repita las andanzas de lo masculino; o también preguntémosle a los sempiternos dioses de la corruptela, que pueden brincar de un proceso a otro, cumpliendo las débiles sentencias en la casa o en la cárcel, y saliendo a delinquir nuevamente, como si fueran saltamontes con coraza, riéndose de la justicia.
Mientras todos estos pensamientos ocurrían en la mente del profesor Noreña, el mutismo de los actores de la fila vuelve a impacientarse, pues el intruso transeúnte acaba de mover ligeramente su pie izquierdo, quedando ubicado en el puesto de privilegio, y creando en sus contertulios una incomodidad suculenta: con su movimiento, estaba declarando su seria intención de colarse, quakearse, mezclarse, sin haber respetado los turnos.
Esta afrenta directa proclamó el estallido de la injusticia y los reclamos llovieron como sombras por parte de la turbamulta . Pero el profesor Noreña no pronunció ningún improperio, más bien dejó a un lado su objetivo y arrancó a caminar bajo el sol radiante de las tres de la tarde.
¿Por qué hay que batirse para poder respetar la igualdad? ¿Puede el silencio de la verdad y la justicia educar a personalidades enjutas y oportunistas? El sol estallaba la nuca roja del Profresor Noreña, además, el olvido del bloqueador solar le aceleraba los pensamientos.
El problema está en la forma cómo se repara o se reivindica el daño: en la fila, los aullidos, los alaridos y las groserías no reparan el descaro, así como también, en el caso de la ministra, un nuevo nombramiento no reivindica el dinero perdido. En otras palabras, en Colombia no existe la posibilidad de sanar nuestras heridas gracias a que los procesos de reparación, reivindicación y duelo son actuaciones postizas, llenas de actitudes falsas, emulando las prolongaciones de aquellos puntos estratégicos que disimulan muy bien la culpa para luego hacerse “el de la vista flaca”.
La fuerza del sol en la nuca no impidió que el Profesor Noreña se detuviera un poco a mirar lo que estaba ocurriendo frente a sus ojos: unos jóvenes grafiteros, a plena luz del día, con su música de transistores rejuvenecidos, llenos de calcomanías, pintaban, sin reparos, un mural – grafiti. Mientras lo observaba, una señora con un carrito desvencijado se le acercó a ofrecerle tinto. Compró uno, y mientras le echaba el sobregiro de azúcar para poder revolverlo y tomarlo lo más caliente posible, escuchó lo siguiente: “Aquí mataron a un líder social, y estos jóvenes lo están pintando en el muro, eso sí es berraquerra”.
Así se repara, así se reivindica, pensó el profesor Noreña.
Y mientras les pedía a los jóvenes grafiteros una brocha y una caja de color para colaborarles en su liberación ilegal, se dijo:
“Este SÍ es mi lugar en el muro”