Ventiundedos

Publicado el Andrey Porras Montejo

Sangre sagrada, sangre profana: entre el Papa Juan Pablo II y Enrique Iglesias

Con mucho terror, recuerdo cuando los sacerdotes de mi colegio nos explicaron que en cada iglesia, empotrado en el altar, había siempre un hueso de un Santo. En una mañana fría, nos hicieron desfilar detrás del altar, exaltando una reliquia rodeada de piedra, con aspecto pálido, que antes de acercar nuestras conciencias de 12 años hacia el misticismo, catalizaba dentro de nosotros la presencia de la muerte.

Pero el mundo sagrado no entiende así esta clase de manifestaciones, la ferviente fe inunda los corazones y todo el espíritu se alista para recibir una experiencia mística.

Así se constató, a propósito de la visita de la gota de sangre del Papa Juan Pablo II, en la misa que le oficiaron en la iglesia de Usaquén, cuando miles de feligreses se agolparon durante 7 horas para asistir a una ceremonia con la reliquia; o como también lo demostraron la suma de historias (fantásticas o no) que se difundieron entre redes sociales y crónicas periodísticas, a partir del mismo acto religioso:  que la gota de sangre fue encapsulada desde el atentado de 1981 y que no se ha coagulado porque pertenece a un Santo; que el milagro médico obrado en algún familiar fue producto de las oraciones dirigidas al Papa; que los muchos casos de sanación fueron datados ante el Vaticano como uno de los milagros que el Papa hizo en vida; es decir, la necesidad, casi inconsciente, del ser humano por tener manifestaciones físicas de la trascendencia.

Pero estas tendencias místicas se conocen desde hace tiempo, y para crédulos o incrédulos, la situación siempre será la misma: la generalidad de las creencias populares tienen un trasfondo más allá de los sentidos.

Lo sorprendente del asunto, y que pasó casi simultáneamente a la visita de la gota sagrada, es que el mundo profano también tiene un ejemplo donde la sangre se vuelve en una especie de reliquia, gracias a la “valentía” de algún «ídolo popular», mezclado con el impacto mediático de la fama y el morbo.

Enrique Iglesias, en un concierto en la plaza de toros de Playas, en Tijuana, cortada la mano por un dron, quizá para agregarle a la grabación un toque de irreverencia, decide dibujar un corazón en su camiseta blanca. Esto prueba no solamente la sagacidad mediática o la espontaneidad semiótica para mantener vivo los significados de sus canciones, sino también la pulsión de los fans (fanáticos) por capturar de la situación un hito, un emblema… o como lo mirarían los productores… una oportunidad de negocio. La camisa con un corazón mal pintado, utilizando como tinta la sangre del cantante, pasará a la historia como el símbolo de la necesidad incontenible de poseer objetos, reliquias, órganos de quienes representan la grandeza.

Puede parecer un poco destartalado y fetichista, pero el inconsciente de la cultura tiende a poseer esas extravagancias, tanto en el mundo sagrado como en el profano, a sabiendas de que todo hace parte de un deseo incontenible por representar algo, por detener lo que se escapa, por mantener vivo lo que está muerto.

Del recuerdo del primer párrafo me quedó una anécdota: uno de mis amigos tropezó con el escalón del altar antes de ver el hueso, al darle la mano para que se pudiera parar, noté que estaba temblando y que tenía miedo… el hueso de un Santo me producía miedo, pavor.

Tal vez ese miedo era el pálpito inconsciente de lo que más adelante me haría en pensar sobre la muerte, la fugacidad y el olvido…pálpito que la cultura hoy resuelve con la santificación de un buen ser humano y la mitificación de un cantante popular.

Sangre sagrada, sangre profana, gústenos o no, creamos o no seamos fanáticos, esa es nuestra cultura

Sierra Nevada de Santa Marta. Febrero de 2015
Sierra Nevada de Santa Marta. Febrero de 2015.

@andreyporritas/[email protected]

 

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