El escritorio ha sido cambiado varias veces de su posición, sin embargo, en él reposa el mismo cuaderno con el mismo lápiz. Cuaderno para destruir la hoja en blanco, lápiz para golpear la madera y la falta de escritura… ¡otro cigarrillo más de desespero en el balcón!
Y es que la ambigüedad ha surcado la cabeza del Profesor Noreña más tiempo de lo normal, esa modorra de dos cabezas lo tiene consumido en la inmovilidad absoluta, por eso se pregunta: ¿cómo tolerar una época donde las hazañas de la bondad se confunden con las patrañas de la perversión? o ¿cómo conciliar, en la tormenta del espíritu, los gritos desmedidos de la súplica y la incapacidad de las voces oportunistas y mentirosas?
El cigarrillo dura más de lo normal en consumirse y el profesor Noreña, por designio divino o por inoperancia del control de calidad, es obligado a pensar un par de bocanadas más.
En las noticias ha escuchado que se van a proporcionar ayudas a la gente con necesidad, para suplir su mínimo vital, pero, al mismo tiempo, hay maneras que comprueban que ese mínimo vital vale el doble de lo normal, en descarada percepción corrupta; o que se lo entregan más de una vez a un número repetido de cédula, que pertenece a una persona que no desea ninguna pizca de vida, pues está muerta desde hace algunos años; o que las interpretaciones y reclamaciones sobre ese mínimo vital pasan por disculpas elementales y sin fundamento, como decir que se va al banco para sacar talonarios que el banco ya no expide, o mentir sobre una cita médica que no se tiene, o el hacerse pasar por salvavidas o miembro de la seguridad o cuidadora de ancianos, mientras en los hospitales, los verdaderos implicados se juegan la vida o mueren en ausencia, ahora sí, de su mínimo vital de existencia.
El Profesor Noreña termina su cigarrillo pero no puede salir del encierro del balcón, es el único lugar al aire libre en el que puede estar, pero, contradictoriamente, no puede salir de él y tampoco quiere prender otro cigarrillo.
Entonces, como ráfaga de fuego, le llegan a su cerebro algunas imágenes de súplica real, mezcladas con pantomimas de farsantes encorvados y entre comillas: “por culpa de la crisis, no habrá desalojos”, pero, en el centro de la ciudad, familias enteras reposan en los andenes por no tener las pocas monedas de su asilo diario e inhumano; “vamos a suspender los cobros de los intereses de los préstamos para aliviar la carga de los ciudadanos de clase media”, pero, al mismo tiempo, sacar plata del cajero, hacer alguna operación por internet o recibir algún pago virtual se grava con cuantías que no fueron estipuladas; “la policía y el ejército controlarán que la ciudadanía cumpla con el confinamiento a lo largo y ancho del territorio nacional”, pero, en un barrio popular, hordas trashumantes y delincuentes celebran, al mejor estilo narcotraficante, la muerte natural de un jefe de sicarios.
Como mantras de una civilización sin futuro, de la boca del Profesor Noreña se escucharon algunas frases con rabia: “…hazañas de la bondad…patrañas de la perversión…tormenta del espíritu… súplica desmedida… oportunismo mentiroso…”. Además, con el eco de una letanía antepasada, preguntó hacia el cielo: “¿cómo comprender el carácter de una época que muestra tan cínicamente tales rostros antagónicos?”
A falta de una respuesta que le permitiera cruzar el quicio del balcón y con todo el deseo de que sus pulmones dejaran de desinflarse por culpa de la nicotina, de las contradicciones de su sociedad, del encierro, de las afugias económicas, de la incertidumbre, del pánico colectivo, en fin, por culpa del coronacovid19virus… recordó el inicio de una novela, escrita por uno de sus amados escritores*:
[Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo]*
“Es una época en grado superlativo”, sentenció el Profesor Noreña, y agregó “solo que no tenemos palabras para nombrarla y mucho menos para comprenderla”. Entonces, para consolarse, cruzó el quicio del balcón, en dirección a su escritorio solitario y sin escritura.
*Historia de dos Ciudades de Charles Dickens.