Ventiundedos

Publicado el Andrey Porras Montejo

¡Para qué estudia Literatura! ¡estudie Derecho!

Hay una dimensión del ser humano que no ampara la ley, dicho de otro modo, parte de la naturaleza humana se le escapa a los mandatos constitucionales, haciendo que el espíritu de la libertad viva mucho más allá de las cláusulas sociales, anquilosadas por los siglos.

Recuerdo que al momento de elegir mi carrera, Profesional en Estudios Literarios, quien le tocaba ejercer como representante de las viejas costumbres, me dijo lo siguiente:

«… ¿a usted no le gusta la plata? Pa qué va a estudiar literatura, estudie derecho. Mi profesor de literatura del colegio era abogado…«.

Palabras temerosas, sobretodo bajo la ingenuidad de los 18 años, pero que no alcanzaron a asustarme tanto, pues después decidí estudiar literatura, muy a pesar de los «sabios consejos».

Y es que esas intenciones enmascaran un malestar de la cultura, en el que se tiende a creer que todo cabe en las leyes, que las explicaciones profundas de la existencia tienen un amparo en las constituciones, y que los seres humanos que siguen las palabras de tan magna carta, se acercarán a la sabiduría, sopena de ser excluidos por la sociedad.

Sin embargo, como bien sabemos todos los poetas de la calle (esa caterva de letrados vagabundos que resueltamente no hicimos caso a los sabios consejos) entregarle todo a la ley es casi un acto suicida, pues, paradójicamente, a algunas normas no les importa la calidad humana, sino el esquemático espíritu de un invento, lejano de la sangre y del pálpito del corazón.

Dos noticias de la semana pasada y el reciente conflicto fronterizo representan esta realidad que bien puede pensarse a guisa de lo que nos falta por entender para llegar a vivir dentro de un espíritu moderno.

El procurador envía a la Corte Suprema de Justicia un sumario que pide regular las manifestaciones amorosas en los colegios. Quizá con la buena intención de formar en las antiguas usanzas, tal propuesta desconoce que esas expresiones (besos, abrazos, flirteos) hacen parte de un espíritu espontáneo que, si bien su manifestación no debe invadir la tranquilidad de las demás personas, surge de la libertad del ser humano y no puede coartarse. Ni siquiera en los regímenes más totalitarios tales expresiones han podido ser abolidas, o si no pregúnteselo a la película “La vida de los otros”, escrita y dirigida por Florian Henckel von Donnersmarck, en el 2006. El resultado de un espíritu avizor y entrometido es la generación de más mecanismos de libertad.

Por otra parte, la Corte Constitucional, en el 2008, emitió sentencia a favor de que sean reconocidos los beneficios de las parejas homosexuales al igual que los matrimonios y las uniones libres de los heterosexuales. Es decir, la pensión de un homosexual le puede quedar a su pareja, tal como ocurre con las parejas tradicionales. Es el caso de Ángel Alberto Duque ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Si bien la sentencia lo ampara, este es el típico caso donde la sensibilidad del ser humano obliga a las raquíticas funciones del pensamiento leguleyo a remodelar sus principios, pues si alguien creyó que en las parejas homosexuales no existía fidelidad, afortunadamente, estaba equivocado. Por lo tanto, es preciso abrir el espectro, mover el piso, cambiar las leyes: los mandatos cojos, abstrusos y testarudos no llegan hasta los rincones de la más sincera expresión del ser humano.

Y por último, en escala de un conflicto internacional, la idea dictatorial de la deportación de colombianos en la frontera con Venezuela, bajo la justificación de sus actividades ilegales, nos da cuenta de la irracionalidad de algunas medidas legales. Porque puestos a ver en total claridad, ¿cuántas de esas “actividades ilegales” han solucionado problemas vitales para la existencia del pueblo venezolano? A pesar de que el contrabando sea ilegal ¿no es acaso una manera de abastecer a un pueblo que carece de sustento? La ceguera de los funcionarios bolivarianos no les permite reconocer que la arbitrariedad de la deportación es una manera de clavarse el cuchillo, respetando su fanatismo mentiroso, pero condenando al pueblo al sufrimiento. La ignorancia no solo se perpetúa en las leyes, también en las convicciones ideológicas disecadas, en los fanatismos secos y desvergonzados.

Más allá de las leyes está el ser humano, y una sociedad moderna debería encontrar los vínculos necesarios para que entre los dos (ley y naturaleza humana) exista el correcto equilibro.

Lo demás es hacerle ciego caso a los representantes de las buenas costumbres, omitiendo la corazonada interior que nos hace libres.

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