Ventiundedos

Publicado el Andrey Porras Montejo

Los asuntos de la «deformación» o la ciencia del Profesor Noreña

Mostrando cierto desparpajo académico, el profesor Noreña siempre celebra decir, antes de comenzar su día en el colegio, que se dirige a su «primera especulación del día».

Y lo dice con orgullo, no por sentir placer en engañar a sus estudiantes, sino porque su imposibilidad de acceder al misterio del conocimiento le ha dejado claro que sus ejercicios en clase son solo eso, intentos por desentrañarlo: especulaciones.

Pero esa imposibilidad se vio rota hace algunos días por la fortaleza del lenguaje científico, el cual se le presentó bajo las formas de la palabra «deformación».

Definida desde sus aspectos físicos, para ser justos con el dios de las ciencias naturales, esta palabra puede significar «resultado de una fuerza aplicada sobre un objeto» (aquí debería aparecer la aburrida norma APA). Ante tan fría y racional definición, el profesor Noreña decidió desplazar sus pensamientos antropológicos sobre la perspectiva de lo moral y su discusión sobre el «deber ser,» para dejarse conmover por el raciocinio científico. El eco contundente de la historia de la ciencia se hizo presente bajo la forma de las siguientes palabras:

«…la deformación puede ser elástica o reversible, si el objeto vuelve a su forma habitual; como puede ser plástica o irreversible, cuando la forma del objeto se transforma por completo» (el Profesor Noreña se autoexilia de las normas APA).

La voz orgullosa del niño de ocho años que tiene en frente, quien le presentaba la explicación de su proyecto de ciencias, se fue tornando del color de la sabiduría absoluta, animando al intruso poeta, nuestro profesor atormentado por tantas cavilaciones, a dejarse llevar por la mieles de la razón. El niño continuó:

«Y como la fuerza causa una reacción, la deformación puede generar un movimiento recto o curvilíneo, así como constante o acelerado… (aahh… la norma APA no debía aparecer porque era un diálogo literario… aahh)»

La claridad de los conceptos asombró al profesor Noreña, quien estuvo a punto de abandonar la poesía para dedicarse a expresar esas verdades físicas tan seductoras, las cuales no permitían ser rebatidas en lo absoluto. Pero ese asombro duró poco, pues la nostalgia de la palabra poética lo sacudió, repentinamente, y le recordó que se sentía más identificado sobre las «deformaciones» sociales, muy sonadas por la época en que ocurrían estos pensamientos.

Entonces, felicitó al niño por su trabajo y mentalmente se fue configurando pensamientos por el pasillo:

«La fuerza que se le imprime a la sociedad para deformarla se llama  ausencia de autoridad con sentido, al ver que ella no existe, el sujeto social es víctima del albedrío de su individualidad, creyendo que, a su vez, puede causar otras deformaciones a su gusto… ¿tendrían una aventura amorosa el dios de las ciencias naturales con la diosa de la sociología?»

Un desnivel del camino hizo trastabillar a nuestro pensador pedagógico-social, lo cual obligó a aterrizar sus pensamientos sobre el piso. Las risas de los estudiantes a lo lejos no detuvieron su disertación, tenía que formular una de sus molestas afirmaciones:

«Es decir, gracias a que la autoridad no tiene sentido para ellos, la gente en mi ciudad se sube al transporte público sin pagar, conduce para causar accidentes, marcha para robar o vandalizar, o va al estadio a desquitarse con los organizadores; están sometidos al arbitrio de su individualidad, porque detestan todo lo relacionado con distrito, policía, orden, ley, deber ser, moral, es decir, detestan los baluartes de su cultura…».

El profesor Noreña se asustó de sus propias palabras, pues sonaron a reflexión matutina, después de haber hecho una oración. Sin embargo, se perdonó a sí mismo porque le preocupaban sus estudiantes, pues los había visto colarse en el servicio público, conducir para cazar accidentes, marchar para romper cosas y gritar arengas futbolìstas, transformándose a sí mismos; por un momento se vio del lado de aquellas autoridades que no revisten significado alguno, y pensó:

«¿Por qué no fui científico?»

Fue la pregunta que culminó con sus amargas reflexiones.

Comentarios