Ventiundedos

Publicado el Andrey Porras Montejo

La ridícula realidad del momento

El profesor Noreña llega cansado a su casa, después de un día extenuante de trabajo. No solamente ha tenido que dictar 14 horas seguidas ininterrumpidas, repartidas entre reemplazos y asignaturas, sino que, además, tuvo reunión de área, horas de tutoría, revisiones de planeación, correos a los padres, capacitaciones foráneas, comisiones de convivencia, compromisos pedagógicos… y ah…! la celebración de su cumpleaños, con risitas incómodas impartidas por padres de familia completamente desconocidos, quienes, en virtud de su ternura, quisieron darle un sorpresa durante la primera hora del día.

Todo eso hace parte de su desdoblamiento, es decir, él puede vivir esa vida de halagos pedagógicos y promesas para cambiar el mundo, él puede zambullirse en la marea de la calidad académica, los indicadores de gestión, los planes operativos, las impecables organizaciones documentales, y las risas de sus estudiantes que, aunque sinceras, durarán el tiempo estipulado en la patraña de su contrato escolar que, por demás, resulta escaso en su asignación salarial. Como gran pez en el desierto, el profesor Noreña aparenta ser el estandarte del educador modelo, quien contribuye a hacer de la educación el cambio para las nuevas generaciones; es más, nuestro personaje es capaz, aunque su coherencia no se lo permita, de aliarse con dirigentes educativos, magnas coordinaras, rectores de ensueño y dueños filantrópicos de colegios, quienes están convencidos de que su labor es intachable, pero que no se dan cuenta de que son fotocopias de costumbres encalladas.

Sin embargo, cuando el cansancio le pesa, cuando en la soledad de su casa no se escucha caer una borona, y cuando el estallido mental impide tener una cotidianidad normal, como para acostarse a las 8 de la noche después de haber visto una película, el veneno supura de sus orejas y el malestar no deja de ser parlante; y para agravar el momento, como si no fuera suficiente su prontuario pedagógico, ahora llegan las voces de otras realidades…

…se acaba el gobierno de un mequetrefe, idólatra, megalómano, quien gobernó un país inventado; los antiguos «territorios de paz», dedicados a la formación del conocimiento, hoy son focos de juegos macabros, expendios de drogas, matoneos infinitos y abusos por parte de los adultos, titulares de sus disciplinas; en las noticias aparecen inumerables referencias a asesinatos, violaciones, maltratos y acosos a poblaciones marginadas, habitantes de territorios sin ley, quienes han llegado a comprender su existencia con el inevitable sello de la muerte; y para completar (continúan las voces intrusas, sacudiendo la conciencia de nuestro educador) las versiones sobre el futuro encarnan las más profundas contradicciones: políticos anticorrupción que enfrentan procesos jurídicos por corrupción; canditados que defienden la paz pero que resuelven sus diferencias a golpes; ilustres caballeros que desean acabar con la pobreza a lo «Robin Hood», pero para ganar las elecciones necesitan hacer tratos con el «Sherif de Nothinham»; senadores que defienden una ley para que luego, de presidente, la acaben, con el ánimo de cerrar su mandato con broche de oro; representantes de la política que se declaran en banca rota, pero que llevan a otro país una considerable suma de dinero no declarada; y en general, todas aquellas artimañas de una sociedad convulsionada por la mentira.

Ante este panorama, queda solo una opción psicológica: la depresión. No obstante, el profesor Noreña se resiste, y coloca su oído izquierdo, levemente inclinado, sobre la almohada, para que tales letanías salgan de su cerebro y no terminen envenenando su único momento de tranquilidad… y es allí cuando suena la música sanadora…

…al marrano presidente, sus cochinitos lo envían en una barca por el mar para que nunca regrese y luego ellos se entregan a las olas, para vivir en un idilio de navegación infinito; a los territorios de paz los lavan con detergente y esculpen sus paredes con explosiones de color, para que, cuando se detecte una atrocidad, se acciones los gatillos y los culpables queden manchados con el color de su equivocación; se cambian las elecciones por campeonatos de cometa, para que el tamaño de las ideas políticas y democráticas esté siempre por las nubes y nadie tenga que soportar a payasos mentirosos y populistas; a la pobreza se le acaba con una persistente promulgación del «yo», pues en cada esquina de la ciudad se colocan dispendios de comida casera donde, a cambio de un cumplido, una frase amable, una sonrisa o un comentario inteligente, se sirven suculentos platos de comida, a la mejor usanza de las abuelas, los abuelos y el sabor familiar; y por último, aunque con parsimonia y lentitud, se va cambiando la política por la sensatez de los libros y en los medios de comunicación ya no aparece el cinismo ni es desparpajo, sino flamantes lectores en voz alta, montados en un carrusel de caballos mitológicos…

Pero todo esto no es más que la vigilia producida por el cansancio y la necesidad de oxigenar el cerebro, aunque también, la culpa la tiene el libro que entre las manos deja caer el Profesor Noreña, antes de entregarse a Morfeo.

En la carátula versa el siguiente título: «Patafísica. Epítomes, recetas, instrumentos y lecciones de aparato», escrito por Alfred Jarry, magno compendio del saber absurdo, único llamado a ayudarnos a comprender la ridícula realidad del momento.

Comentarios