Ventiundedos

Publicado el Andrey Porras Montejo

La longevidad del mal

En el imaginario general, uno pensaría que la vejez es un espacio de recogimiento, sabiduría, felicidad y preparación para la muerte. Sin embargo, tras las enseñanzas de tres longevos magnates de nuestra historia (Pinochet, Berlusconi y Blater), pareciera que la vejez es el lugar donde perdura el mal, agregando cierta dosis de perversidad en contra de la naturaleza humana.

Y es que los casos mencionados alteran la diversión de nuestro enloquecido mundo actual: la política, los medios de comunicación y el deporte son hoy el cotidiano vestigio de lo que la opinión pública entiende como verdad, aplaude como horizonte de expectativas y erige como valor generacional. Pero todo ello hace ocaso cuando se plantean discusiones donde la ley no alcanza a confundirse con valores éticos universales. Para ser más descriptivo, tres ejemplos.

 El plenipotenciario comandante, Augusto Pinochet, años antes de su muerte (2000), dilató su encarcelamiento gracias a su condición de salud, al declararse no apto para poder ser juzgado. Mientras ello ocurría, en un descarado gesto de olvido epidémico, el gobierno chileno de turno clamaba porque fuera devuelto a su territorio, argumentando inmunidad diplomática, defendiendo la insignia de senador vitalicio y manteniendo su imagen de gran regente invocador del desarrollo económico chileno (al lado de la desigualdad social, por supuesto). Clara lejanía entre las leyes y la ética, resuelta con el sorpresivo paro cardiaco que terminó con la vida de tan insigne hombre de patria.

Por su parte, el todopoderoso de las comunicaciones, Silvio Berlusconi, hace algunos meses, terminaba su condena social en un centro de asistencia para ancianos, a causa de su comprobado fraude fiscal (Mediaset y su evasión de impuestos), y celebrando en silencio la noticia de que, a partir de noviembre de este año, podría continuar ejerciendo la política como tradicionalmente lo hacía. Clara lejanía entre las leyes y la ética, esta vez interrumpida por la sentencia de otra acusación: prostitución de menor y abuso de poder, es decir, el mencionado caso Ruby, que ya tiene varias versiones (Ruby1, el chico marroquí, ruby2, las bacanales en su mansión, Ruby3, el soborno a 20 finas prostitutas testigos).

 Y el último ejemplo, sonado a cansar durante los pasados días, el rey de reyes del fútbol, J. Blater co todo su séquito de capos temibles regados por el mundo, alrededor de quienes giran acusaciones como reelección de miembros suspendidos anteriormente, nombramientos de presidente cuando todavía se es jugador, monopolio de transmisiones, sobornos múltiples y sistemáticos, fraude en elecciones, pago de informes que relatan lo contrario al veredicto, y tráfico de influencias para sostenerse durante 16 años en el poder. Clara lejanía entre las leyes y la ética, esta vez en terremoto, gracias a la juiciosa labor de tres años de investigaciones, realizada por la fiscalía de New York.

 Cuando la ley es insuficiente y está en contradicción con algunos principios éticos fundamentales y universales, la perversidad es el rostro cínico que plantea el tiempo: Pinochet no estuvo en condiciones de ser juzgado de la misma forma que las personas a las que asesinó, desapareció y torturó; Berlusconi termina su año de condena social diciendo que “ha sido una experiencia conmovedora” como conmovedor habrá sido usar el acoso a menores; y Blater se sostiene inútilmente en la presidencia de la FIFA, entendiendo los 14 arrestos como “asuntos individuales”, como si esa fuera la definición de fraude colectivo.

Vejez perversa, vejez enferma, longevidad descarada y cínica, de la cual, ojalá, no vayamos a construir emblemas, estatuas o paradigmas ni escrituras en piedra

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