Ventiundedos

Publicado el Andrey Porras Montejo

La Imagen perfecta

El profesor Noreña va a un museo, en la universidad tuvo un par de clases que le ayudaban a interpretar la historia del arte, pero no recuerda haber aprendido nada, o por lo menos tiene la intención de que esas clases le dejaron más tedio que amor por la imagen.

Se coloca frente a un cuadro impresionista, por lo menos se acuerda del movimiento artístico, pero no se le ocurre idea alguna.

Los colores, la perspectiva, su figuración, lo áptico, lo tácito, lo implícito, lo que no pensó el autor porque no conocía a sus críticos de arte, lo que no pintó porque le salió otro cuadro, lo que pintó por recomendación de la Galería.

No es, entonces, una obra maestra, es una síntesis de avatares humanos que todos aplaudimos; es una explosión repleta de azar, inconsciencia, un acto de liberación fortuito que surge por desacomodación de las vísceras, solo que todos nosotros nos hemos dado a la tarea de aplaudir.

El Profesor Noreña se pregunta si esa reflexión atañe también a su vocación de ser maestro. Es posible. Soy maestro por una extraña configuración de los azares, por una jugada apretada que luego resultó mi pasión: respiro ideas, desayuno didácticas, estornudo evaluaciones, la cera de mis oídos se parece a un plan de clase. Pero ¿quién me aplaude por ser maestro?

El sentimentalismo de nuevo, la invención de una romántica pedagógica insoportable. Ridículo. Silencio, Profesor Noreña.

Pero las palabras le siguen saliendo de la cabeza como el humo de la plancha caliente con aceite cuando se le echa agua fría… la cultura, entonces, es una suma de figuritas puestas allí para que le hagamos pantalla: ubiquemos el bien en lo más alto, inventemos instituciones para que lo defiendan, marquemos los límites del comportamiento, verifiquemos los aportes de los ciudadanos, hagámosle sombra a los embates de la fealdad, seamos bonitos e iguales en lo posible, es decir, nadie fuera de lo que consideramos ser… eso, así, quieticos, bonitos, gorditos más bonitos para foto. Click.

Tal como el lector lo puede comprobar, el museo aburrió al profesor Noreña, por lo que decide tomar su auto y dirigirse a casa, a pesar de la hora pico, tendrá mucho tiempo para pensar, por eso no prende la radio.

En menos de dos cuadras se encuentra con un embotellamiento monumental, entonces….la calle está allí, los modelos de los autos están allí, el semáforo coordinado está allí, los hermosos uniformes de los policías de tránsito están allí, la representación del sucinto código de movilidad de la ciudad está allí, en un cartel sobrevalorado con frases como “…te prometo…”, “…todo va a estar mejor…”, “…tú eres la ciudad…”, en fin, el voto ingenuo que le hizo al alcalde de turno está allí; y a pesar de todo ello, hay trancón, hay caos; a pesar de todo ello, nada funciona.

Soy yo el que no funciona… y el humo de la plancha hirviente se convierte en uno vago fuego fatuo, que sube, violento, hacia la inmensidad… esta descomposición social tácita, que revive los habitáculos del inconsciente, que refleja la abundancia del machismo, que sostiene una paloma muerta, me circunda hasta el paroxismo de la conformidad y me lleva a ser su imagen, soy la imagen de esa podredumbre, ¡mírela!… y se mira fijamente por el retrovisor… ¡mírela!, ahí está, con sus huellas de sarampión y sus lunares esfinges, ahí está, soy la imagen perfecta de esa intoxicación milenaria y voluntaria.

El carro siguiente frena en seco y el Profesor Noreña estuvo a punto de chocar… dos centímetros de distancia antes de tocar el fin del mundo, dos dedos de espacio para no caer en la desesperación absoluta… bájale el fuego a la plancha, no le eches agua si está hirviendo el aceite, respira a fuego lento, así es, hay un punto donde las cosas pueden dominarse, tú tienes el control, el que seamos figuritas de un plan cultural inconsciente no nos quita la posibilidad de hacer algo distinto,  “dueermeteniiñoochiiquiitooqueelanocheevieneeyaa”.

Calmado, el Profesor Noreña,  como al final de cualquier buena terapia, en ese momento donde todos se dan un abrazo y se prometen imposibles, sintiéndose amados, comprendidos, salvados… en ese preciso momento enciende la radio para escuchar noticias, como quien se entrega, sumisamente, a una enfermedad, la enfermedad de la cultura.

Entonces, escucha:

“Niña de tres años es abusada sexualmente por su padrastro, al hombre, a quien le llaman “el lobo feroz”, se le ha imputado cargos por”… “a 15 mil millones asciende el desfalco por pagos del ejército a falsos testigos, el General”…”el escándalo del carrusel de la alimentación ha llegado a cobrar varias vidas infantiles, por ejemplo, en el norte de la Guajira, tres niños…”

Ridículo, Profesor Noreña. Silencio.

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