La juventud es foco de constantes críticas impartidas por la moral, la tradición y las buenas costumbres. La juventud escandaliza las conciencias del buen gusto y exige de ellas su estigmatización. Pero, quizá, ninguna de las cosas que se piensan sobre ella son ciertas, y lo que la gente madura debería hacer es sentarse a mirarla a los ojos, con el recuerdo de que, alguna vez, esa lozana confusión también les trajo problemas, preguntas, cuestionamientos y dudas.
Y es que sumergido en las noticias de las anteriores semanas (muerte de la hija de Whitney Houston, tres asesinatos de jóvenes de color en E.U. y la conmemoración de la muerte de Sergio Urrego) puede uno plantearse la idea de que, al abrumar a los jóvenes con tanta paquidérmica moral, hemos perdido contacto vital con ellos y pareciera que la sociedad se volviera en su primer enemigo.
La sociedad se vuelca contra las iniciativas de un joven cuando desenfunda su aparataje opresor, en nombre de una perfección imposible: la estabilidad de una sociedad no depende del frenetismo por cumplir las leyes, pues ello conduce a arbitrariedades; en otras palabras, mantener la ley a rajatabla exige del establecimiento incumplirla. Tres casos de jóvenes asesinados por policías estadounidenses lo confirman: descarga de arma de electrochoque mata a un joven que no cargaba una luz en su carro, golpiza asesina a dos jóvenes quienes habían cometido hurto menor o portaban armas blancas. En el balance de la pena contra la falta, la muerte aparece como ejemplo de una exageración: no es posible cumplir las leyes bajo esos excesos.
Por su parte, gracias a las teorías del vaciamiento, conciencias enteras se encuentran estragadas, mutiladas, arañadas por las lógicas de las obsesiones personales, pues, el verse bien, el tener una imagen perfecta frente a la sociedad es una forma de expresar la manera como los espíritus se acuclillan ante la imagen. Whitney Houston y su hija, Bobbi Kristina Brown, son hoy una alegoría compleja de lo que hace con el espíritu el mundo de las drogas, la fama, la incomprensión y la manipulación de pareja. Al parecer, el novio de la hija de la cantante tiene implicaciones en la reacción que motivó el coma de Bobbi y su posterior muerte. Posesión espiritual, manipulación, obsesión, razones que vuelven las relaciones de los jóvenes en un precipicio de abusos, desproporciones y lamentos, a espaldas del mundo, a vistas ciegas de los adultos. La encrucijada de la muerte tiende los tentáculos y la sociedad sólo se da cuenta con el muerto encima.
Y por último, el caso local, nuestro más reciente asunto de arbitrariedad, intransigencia y descarada discriminación social. En el anuario del suicidio de Sergio Urrego, la constatación de que su muerte sí fue una extensión de la represión a la que fue expuesto por culpa de la Rectora de su colegio, algunos de sus profesores y la orientadora profesional. Cómo no va a ser darle la espalda a la juventud el que representantes de la formación, en calidad de directivos y formadores, se dediquen a hacerle la vida imposible a un estudiante que tiene una inclinación sexual distinta y unas inquietudes intelectuales profundas… fue cierto, la demanda de acoso contra Sergio fue motivada por la rectora del colegio, sopena de expulsar a su pareja si no lo hacía… fue cierto, durante el proceso, se invadió la intimidad de alguno de los estudiantes al hurgar en un celular en busca de fotos para implicarlo… fue cierto, la institución se dedicó a desprestigiar a Sergio en público, haciéndole una encerrona llena de eufemismos, que sólo escondía el maltrato y la segregación… qué es esto si no la evidencia de una sociedad que aplasta la diferencia de unos jóvenes con inquietudes originales.
La era del desencanto crece y desdibuja la libertad de las conciencias que se hacen preguntas, que están confundidas, que necesitan un interlocutor válido, que los reconozca y no los juzgue, que les plantee las posibilidades y no los aplaste con el peso de una moral mandada a recoger, tan anquilosada y cayosa, que ya no hay espacio para su ignorancia, y además, sumamente peligrosa pues, eso no pasaba antes, los jóvenes de ahora no son de los que callan y viven insatisfechos por el resto de sus días, los jóvenes de ahora son temerarios y se enfrentan apostando su vida, no importa el diablo que se les ponga enfrente.
Miremos a los ojos a nuestros jóvenes, no les demos la espalda. Su encanto puede estar relacionado con cuestiones ilícitas o nuevas formas de percibir lo tradicional, pero eso no tiene por qué condenarlos. La era del desencanto no tiene por qué ser para ellos.
@exaudiocerros